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En realidad, Marichalar nunca estuvo aquí
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Matías Vallés

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En realidad, Marichalar nunca estuvo aquí

Dado que toda España acaba viajando a Mallorca en lo que se teoriza como turismo interior, interioricemos a los nativos de esa isla singular. Acostumbrados a

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En realidad, Marichalar nunca estuvo aquí

Dado que toda España acaba viajando a Mallorca en lo que se teoriza como turismo interior, interioricemos a los nativos de esa isla singular. Acostumbrados a recibir a diez millones de visitantes al año, están incapacitados para el rencor hacia el extraño, dado que no sabrían distinguirlo de los indígenas en una sociedad con un mestizaje superlativo. Es más fácil enemistar a dos mallorquines entre sí, que enemistar a un mallorquín con un extranjero. Con una excepción, Jaime de Marichalar, antes Don Jaime de Marichalar de Borbón. No puede hablarse de hostilidad, incompatible con el talante de las dos partes involucradas, pero sí de una frialdad glacial. El antiguo esposo de la primogénita de los Reyes no entendió jamás los códigos de una isla que le pagó con el mismo desapego.

Por eso, cuando los envidiosos adivinan en el divorcio un agrietamiento de los vínculos entre la Familia Real y Mallorca, sólo cabe el encogimiento de hombros. En realidad, Marichalar nunca estuvo aquí. Y si lo hizo, parecía tan sumido en su languidez y tan cariacontecido como si deseara hallarse a miles de kilómetros de distancia. Sería fácil convencernos de que se separó de su esposa para desligarse definitivamente de una geografía veraniega que le ocasionaba un llamativo desasosiego. Con su hermano motonáutico Álvaro sucede todo lo contrario, aparte de que utiliza a Ibiza como cámara hiperbárica cuando se satura de austeridad mallorquina.

Una isla no ocupa espacio, mide las distancias en tiempo. De ahí que medio siglo de convivencia haya cuajado en una tenue simbiosis entre la Familia Real y la Mallorca Real, conjugadas en Familia Mallorca. Marichalar jamás supo integrarse en esa dialéctica. Contemplaba las regatas, en que se embarcaban eufóricamente sus familiares políticos, como si pilotaran la barca de Caronte hacia su funesto destino. En un mes, los huéspedes regios descubren los atractivos del anfiteatro insular a los nativos, con descendencia y sin condescendencia. La conclusión no es tierra de reyes, sino reyes de tierra, hasta desembocar en el momento contagioso en que nosotros pecamos de cortesanos y ellos pecan de mallorquines. Ninguna de estas figuras de coexistencia pacífica fue aceptada por el primer yerno de los Reyes. La opinión que de él tenía su suegro resulta impublicable.

Y, sin embargo, es probable que si la Infanta Elena no se hubiera atrevido a casarse con Marichalar, tampoco hubiera sido aceptable el enlace de Cristina con Urdangarín, y todavía menos el de Felipe con Letizia. En otro sacrificio dinástico, la primogénita aburguesó a su familia, anuló la obligatoriedad de nupcias con sonrosados príncipes y princesas de Liechtenstein. Pues bien, ese romance iniciático entre los Borbón y la España de clases medias a través de los Marichalar, se estrenó también en Mallorca. En concreto, en el chalé de un familiar de don Jaime, desde el cual se divisaba Marivent y donde los jóvenes novios sellaban su amor con las puertas y ventanas cerradas a cal y canto.

En el exterior, una nube de escoltas. Mallorca también acondicionó y pagó un chalé individual para los Marichalar en el complejo de Marivent, para que el aislamiento favoreciera la solidificación de los lazos familiares. Sin éxito. Si me perdonan el exabrupto, con ese hombre no había nada que hacer. Hablar ahora de pérdida suena a sarcasmo. A propósito, casi todos los presentes recordarán la marejada cuando esta sección adelantó las pésimas relaciones entre Letizia y Cristina. Las plumas cortesanas se sintieron obligadas a terciar en defensa de la concordia de espìnazo quebrado pero este verano, sin ir más lejos, también el chalé de los Urdangarín estaba vacío mientras su cuñada exteriorizaba sus nuevos bríos. La segunda hija de los Reyes, en Mozambique, y sólo porque no encontró una geografía más alejada y solidaria.

Cuando se materialicen, se matriculará en los vuelos espaciales de Richard Branson, con tal de interponer miles de kilómetros con la mujer que le robó el protagonismo. Salir de la Familia Real es todavía más duro que entrar en ella, aunque no hablo por propia experiencia.

Dado que toda España acaba viajando a Mallorca en lo que se teoriza como turismo interior, interioricemos a los nativos de esa isla singular. Acostumbrados a recibir a diez millones de visitantes al año, están incapacitados para el rencor hacia el extraño, dado que no sabrían distinguirlo de los indígenas en una sociedad con un mestizaje superlativo. Es más fácil enemistar a dos mallorquines entre sí, que enemistar a un mallorquín con un extranjero. Con una excepción, Jaime de Marichalar, antes Don Jaime de Marichalar de Borbón. No puede hablarse de hostilidad, incompatible con el talante de las dos partes involucradas, pero sí de una frialdad glacial. El antiguo esposo de la primogénita de los Reyes no entendió jamás los códigos de una isla que le pagó con el mismo desapego.

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