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Al Rey no le gusta que le llamen Joan Carles
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Matías Vallés

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Al Rey no le gusta que le llamen Joan Carles

Esta sección acaba antes de lo que debiera, aunque puedo admitir a efectos dialécticos que su duración se le haga interminable a sus lectores. El verano

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Al Rey no le gusta que le llamen Joan Carles

Esta sección acaba antes de lo que debiera, aunque puedo admitir a efectos dialécticos que su duración se le haga interminable a sus lectores. El verano balear no siempre se ajusta a las exigencias del ferragosto, y se prolonga indolente más allá del mes que se erige en su hábitat natural. Septiembre es el secreto mejor guardado de estas islas, por lo que no vamos a desvelarlo aquí salvo en aquellos detalles que merecen alcanzar una dimensión histórica. Por ejemplo, la interrupción de esta serie nos privó el pasado septiembre de una crónica sobre la inauguración del curso escolar en Menorca, que tuvo como protagonistas no demasiado felices a los Reyes. Para atender a ese compromiso, Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia se convirtieron prácticamente en los únicos españoles que no asistieron al inicio de la brillante carrera académica de Leonor Borbón Ortiz, un acontecimiento estatal.

El acto presidido por los Reyes se celebraba en el instituto menorquín 'Joan Ramis i Ramis', así denominado en honor de un escritor local. Para facilitar la lectura de sus discursos, el Rey utiliza folios en que el texto figura íntegramente en mayúsculas. Por tanto, el nombre del centro educativo aparecía como "JOAN RAMIS I RAMIS", en las hojas que debía leer el soberano, el cual lo pronunció como "Joan Ramis Primero Ramis". Sin duda, se trata de los imponderables de pensar continuamente en términos dinásticos. Esta anécdota no debe ocultar el trámite que sí tuvo ribetes de incidente, en el momento de descubrirse la placa conmemorativa. Una vez resuelto el acto protocolario, el Jefe de Estado se dirigió enérgicamente a sus subordinados de la Casa Real, visiblemente enfadado. Su irritación no se debía a que el texto estuviera redactado en catalán –hablamos de un veraneante en Baleares desde hace medio siglo–, sino a que su nombre también apareciera en la lápida en ese idioma, Joan Carles I (que debe leerse como "primero" y no como "i"). En principio, se articuló el compromiso de rehacer la inscripción aunque, un año después, sería curioso comprobar si la burocracia ha actuado o ha permitido que la polémica se apaciguara sin necesidad de un replanteamiento del texto.

Con su determinación literalmente lapidaria, el Rey confirmó su desagrado al verse catalanizado. Para cuantificar la disputa, hemos acudido a Google I, la dinastía imperante en el planeta, y allí hemos comprobado que la relación entre la acreditada denominación Juan Carlos I y la versión catalana es de veinte a uno. Desde Carod-Rovira, aquí y en Pekín conocemos la sensibilidad de los ciudadanos ante una hipotética traducción de su nombre. Para aplacar el descontento del monarca, habría que rebautizar la plaza palmesana que le está dedicada. Y ya que nos hemos puesto exquisitamente patronímicos, también es incorrecta la frecuente expresión 'Rey Juan Carlos'. Como replica al oírla el afectado, con su sorna habitual, "¿es que hay otro rey?".

La obligatoriedad de la versión original olvida que los nombres de monarcas se traducen frecuentemente sin mayores problemas, ahí está por ejemplo la reina Isabel de Inglaterra, o sus colegas de Bélgica, Holanda y los países escandinavos. En cambio, no se castellaniza habitualmente a Jorge Bush. De este modo, la traducción sería un signo de la familiaridad hacia las monarquías, y que ellas desean estimular desde su poder simbólico. La solución pragmática consiste en adjudicar a los jefes de Estado una identificación a prueba de localismos. Es el caso de Lady Di, una marca casi tan universal como Letizia. Sin salir del ámbito de la Familia del Rey, Iñaki Urdangarín supuso el ingreso en ese colectivo de un nombre con la grafía de uno de los idiomas españoles distintos del castellano.

Esta sección acaba antes de lo que debiera, aunque puedo admitir a efectos dialécticos que su duración se le haga interminable a sus lectores. El verano balear no siempre se ajusta a las exigencias del ferragosto, y se prolonga indolente más allá del mes que se erige en su hábitat natural. Septiembre es el secreto mejor guardado de estas islas, por lo que no vamos a desvelarlo aquí salvo en aquellos detalles que merecen alcanzar una dimensión histórica. Por ejemplo, la interrupción de esta serie nos privó el pasado septiembre de una crónica sobre la inauguración del curso escolar en Menorca, que tuvo como protagonistas no demasiado felices a los Reyes. Para atender a ese compromiso, Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia se convirtieron prácticamente en los únicos españoles que no asistieron al inicio de la brillante carrera académica de Leonor Borbón Ortiz, un acontecimiento estatal.