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Los hoteleros mallorquines vendieron a Ruiz Mateos por ideología
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Matías Vallés

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Los hoteleros mallorquines vendieron a Ruiz Mateos por ideología

En este verano de desbarajuste financiero, se menciona a menudo al turismo como único pulmón acreditado de la economía española. El desplazamiento anual de decenas de

En este verano de desbarajuste financiero, se menciona a menudo al turismo como único pulmón acreditado de la economía española. El desplazamiento anual de decenas de millones de bárbaros del Norte hacia el Mediterráneo se aborda como un fenómeno neutro, una industria sin industriales. Los genéricos hoteleros han sido maestros en la ocultación del peso de sus imperios, hasta el punto de que apellidos como Fluxá, Barceló, Escarrer o incluso Matutes –en su vertiente empresarial– pasan desapercibidos mientras desarrollan imperios donde nunca se pone el Sol. Se olvida a menudo que Baleares recibe el doble de turistas que todo Brasil, tantos como Grecia o Egipto antes de la paralización de la plaza Tahrir, y encima usted desea que la paella le llegue en su punto. Mallorca apenas si representa una quinta parte los ingresos de los grandes grupos de matriz insular y ramificaciones caribeñas, por lo que los hoteleros estrictamente locales se niegan a concederles la condición de colegas.

Si los historiadores mantienen que el general mallorquín Valeriano Weyler inventó los campos de concentración, para aplicarlos en Cuba a finales del siglo XIX, sus descendientes del siglo XX pusieron a punto los campos de diversión, ghettos fundamentalmente playeros que no son abandonados por los turistas durante su estancia. Para buena parte de teutones y sajones, la isla será una realidad nebulosa durante diez días de juerga con alcohol. Políticamente, y ya vamos entrando en materia, los hoteleros se sitúan a la derecha del PP, recuerdan a aquel Alvaro de Marichalar que me recordaba que votaba a los populares "si se portan bien". La llegada de la izquierda al poder en 1999, por primera vez en la historia de Balears, supuso un bofetón para el empresariado turístico. Reaccionaron constituyéndose en junta paragolpista, con participación en acontecimientos tan desgraciados como el asalto al ayuntamiento de Son Servera, donde está domiciliada la reserva madrileña de Costa de los Pinos.

En aquellos años se demostró la falsedad de uno de los axiomas de la vida empresarial mallorquina, los negocios son lo primero. Con tal de derrocar a la izquierda, tal vez había que sacrificar algunas expectativas comerciales. La implicación de los hoteleros en las siguientes elecciones autonómicas de 2003 conllevó la derrota del Pacto de Progreso y el regreso de Jaume Matas, para presidir el gobierno autonómico más corrupto de la historia de España. Tenemos los datos de la complicidad hotelera. Poco después de los comicios felicité a Miguel Fluxá, presidente del gigante Iberostar, por el resultado obtenido. No negó su implicación, se limitó a un heroico "algo teníamos que hacer".

Este espíritu combativo puede sorprender en hoteleros que se declaran rendidos admiradores de Fidel Castro, el "comandante" junto al que han realizado extraordinarios negocios en Cuba. Sin embargo, ayuda a explicar que veteranos luchadores en los mercados internacionales sucumbieran a la tentación de ser adquiridos por el segundo imperio del ínclito José María Ruiz Mateos. Cuando comentaban su felicidad por haberle vendido diversos establecimientos, y lo bien que abonaba los famosos pagarés, se sentían felices de contribuir a la rehabilitación del exótico personaje. De nuevo encontraron una misión ideológica a su altura, porque el segundo Pacto de Progreso había caído rendido a sus pies, sin causarles mayores problemas. Cuando llegaron los impagos, era demasiado tarde para darle la razón a Miguel Boyer. Los empresarios mallorquines han llevado al patriarca a la vía penal. En el primera asalto, el octogenario exbanquero se declaró enfermo para no declarar. Su hijo Zoílo Ruiz Mateos aseguró que toda la gestión la llevaba su padre. Sólo el extravío  de millones de euros puede lograr que Mallorca tenga algún hotelero progresista.

En este verano de desbarajuste financiero, se menciona a menudo al turismo como único pulmón acreditado de la economía española. El desplazamiento anual de decenas de millones de bárbaros del Norte hacia el Mediterráneo se aborda como un fenómeno neutro, una industria sin industriales. Los genéricos hoteleros han sido maestros en la ocultación del peso de sus imperios, hasta el punto de que apellidos como Fluxá, Barceló, Escarrer o incluso Matutes –en su vertiente empresarial– pasan desapercibidos mientras desarrollan imperios donde nunca se pone el Sol. Se olvida a menudo que Baleares recibe el doble de turistas que todo Brasil, tantos como Grecia o Egipto antes de la paralización de la plaza Tahrir, y encima usted desea que la paella le llegue en su punto. Mallorca apenas si representa una quinta parte los ingresos de los grandes grupos de matriz insular y ramificaciones caribeñas, por lo que los hoteleros estrictamente locales se niegan a concederles la condición de colegas.