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El Rey está de malhumor
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Matías Vallés

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El Rey está de malhumor

En resumen, el Rey está de malhumor. Mallorca es un crisol para la actividad del jefe del Estado. Al multiplicarse las actividades y la cercanía, se

En resumen, el Rey está de malhumor. Mallorca es un crisol para la actividad del jefe del Estado. Al multiplicarse las actividades y la cercanía, se establece un consenso sobre el malestar genérico del jefe del Estado, una conclusión que procede de sus próximos, pero también de quienes han disfrutado únicamente de un contacto episódico. Ojalá los números del país funcionaran con el grado de fiabilidad de la monarquía, siempre en la zona superior de la tabla de afectos. Sin embargo, los datos sociológicos no apaciguan por una vez al depositario del trono. Al preguntar a quienes se han acercado a Juan Carlos de Borbón, varían las causas y las consecuencias del desasosiego, y no cabe consignarlas porque pertenecen al tambaleante género de las interpretaciones. Sin embargo, ni una versión incluye el "buen humor" como un ingrediente de la química o khymós del personaje, y aciertan al regatear esa peculiaridad. Tradicionalmente ha sabido ejercer la autoridad en su entorno, para que se le disculpe el exabrupto ocasional con las muestras de confianza consiguientes, pero esta vez hay algo más.







Mallorca es un excelente barómetro de la Familia Real. Desenfado, regatas, bikinis, niños por todas partes. Cuesta mucho camuflar las realidades emocionales en medio de este pandemonio. Una vez acordado el malhumor del Rey, se escarba en los orígenes de su estado anímico. Se enumera de corrido el rosario de operaciones a que se ha sometido, o circunstancias fisiológicas como una pérdida de la capacidad auditiva superior a la previsible a sus 73 años. Tal vez no sea necesario un memorial de afecciones médicas. Qué jefe de Estado no mostraría contrariedad, cuando el planeta entero vive su situación más peliaguda desde la Segunda Guerra Mundial. Y no debe olvidarse que el Rey menospreciado por la derecha no es un fanático de su genealogía, pero sí de España. Tiene conciencia de Estado, una virtud que en otros estamentos se ha diluido desde los tiempos de la primera transición. Los más perversos proyectan el origen del malestar regio hasta 2004, pero este cálculo pertenece al dominio de las estimaciones.

No pretendemos una gran exclusiva, aunque el sol mallorquín es inmisericorde con las arrugas del carácter de sus veraneantes. Por importante que sea el malhumor, el annus horribilis del Rey se produjo antes de que Letizia Ortiz se incorporara con un papel protagonista -demasiado, quizás- a la Familia Real. Para entenderlo, habría que desempolvar el verano de 1990, con Sadam Hussein adueñándose de Kuwait y los jeques kuwaitíes Al Sabah huyendo de Mallorca. En aquellos tiempos, los linajes Marichalar, Urdangarín y Ortiz pertenecían al limbo patronímico, pero la isla ya desempeñaba su papel de epicentro estival. A menudo pernoctaban en ella las tres primeras autoridades del Estado, el Rey, Felipe González y el jefe del legislativo, el además mallorquín Félix Pons. España se escandalizó aquel agosto con las imágenes de Felipe de Borbón disfrutando de una moto náutica, y los prohombres de la prensa madrileña reprocharon presuntos excesos veraniegos de la Familia Real, mientras el mundo se desplomaba a su alrededor.

En medio del mar de críticas, el Rey recibió a Félix Pons con motivo del despacho periódico en Marivent. El malhumor de Juan Carlos de Borbón cortaba el aire. Desmenuzó la campaña de la que se creía víctima, y descargó las acusaciones que recibía con la geografía en la que se producían. De este guiso surgió una conclusión dramática:

–Ni sé por qué vengo a Mallorca, con los problemas que me trae.

El exquisito Pons no se hubiera atrevido a contradecir a su Rey. Por tanto, y sin pronunciar palabra, se limitó a efectuar un gesto con la mano, mostrándole a su superior el mar que se extendía a sus espaldas. Los reyes nunca se equivocan, pero el discurso enojado se interrumpió. Un cuarto de siglo después, el Rey se mira en el mismo mar. El malhumor persiste, pero con otras fuentes más terrestres.

En resumen, el Rey está de malhumor. Mallorca es un crisol para la actividad del jefe del Estado. Al multiplicarse las actividades y la cercanía, se establece un consenso sobre el malestar genérico del jefe del Estado, una conclusión que procede de sus próximos, pero también de quienes han disfrutado únicamente de un contacto episódico. Ojalá los números del país funcionaran con el grado de fiabilidad de la monarquía, siempre en la zona superior de la tabla de afectos. Sin embargo, los datos sociológicos no apaciguan por una vez al depositario del trono. Al preguntar a quienes se han acercado a Juan Carlos de Borbón, varían las causas y las consecuencias del desasosiego, y no cabe consignarlas porque pertenecen al tambaleante género de las interpretaciones. Sin embargo, ni una versión incluye el "buen humor" como un ingrediente de la química o khymós del personaje, y aciertan al regatear esa peculiaridad. Tradicionalmente ha sabido ejercer la autoridad en su entorno, para que se le disculpe el exabrupto ocasional con las muestras de confianza consiguientes, pero esta vez hay algo más.