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La duquesa de Alba acierta al no casarse en las Islas Baleares
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Matías Vallés

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La duquesa de Alba acierta al no casarse en las Islas Baleares

Antes de que alguien pregunte, ningún Papa ha pisado suelo mallorquín durante los siglos XX y XXI, seguramente porque esta isla pecadora sintetiza para el Vaticano

Antes de que alguien pregunte, ningún Papa ha pisado suelo mallorquín durante los siglos XX y XXI, seguramente porque esta isla pecadora sintetiza para el Vaticano las urbes de Sodoma y Gomorra, la segunda mucho más difícil de localizar en 'Googlemaps'. Sin salir de la órbita religiosa, los más esclavos de la actualidad habrán oído campanas de boda en torno a la duquesa de Alba. Doña Cayetana se casa por tercera vez, a una edad en que la mayoría de españoles todavía van por el primer matrimonio, o lo han olvidado. Los primeros mensajes cifraban la ceremonia íntima en Ibiza, un reducto tan adecuado como Las Vegas para mantener un festejo de esa laya al resguardo de la voraz opinión pública. Finalmente, la ceremonia se ha trasladado a Sevilla, con lo cual pierde sus aderezos hippies pero gana en tronío.

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De momento, el cambio de ubicación no afecta al novio elegido para consumar las nupcias. Aunque bien pensado, y una vez que la duquesa ha reubicado el casorio, también puede cambiar de cónyuge, ahora que George Clooney vuelve a estar en el mercado. Nuestro cometido no será dilucidar si Donald Trump sería un esposo más conveniente, sino felicitar a la primera aristócrata del país por la modificación geográfica, que puede contribuir a garantizarle un par de décadas de estabilidad conyugal. Nadie desearía una cuarta boda de la duquesa así que pasen diez años, con el trajín que comportan los cambios de estado civil.

No conviene sobreestimar la diferencia de edad entre la duquesa y su futuro esposo, porque el cuarto de siglo equivale a menos de la mitad del margen en años que media entre Hugh Hefner, creador del imperio 'Playboy', y su última mujer. Tampoco vamos a certificar que el tercer esposo de doña Cayetana no aporta la enjundia suficiente para una biografía de Manuel Vicent tan brillante como la consagrada al segundo esposo ducal. Y conste que el encomio de ese esfuerzo literario no tiene que ver con la animadversión de Jesús Aguirre hacia el populismo ibicenco, que tan mal encaja con la lectura sosegada de Schopenhauer, resultando más apropiado para disfrutar del existencialista Dan Brown. Con la humildad que tenemos acreditada, sólo establecemos que el cambio de Ibiza por Sevilla libera a la novia del maleficio que se cierne sobre los matrimonios de alcurnia que se vienen celebrando históricamente en Baleares, sin que los cónyuges cegados por el amor acierten a prevenir el desastre que arriesgan.

Vayamos con los datos. En Palma se casaron, en septiembre de 1989, el príncipe Kyryl de Bulgaria y Rosario Nadal, todavía hoy la mujer más elegante de Mallorca. Ni la asistencia de los Reyes -o de los futuros monarcas Felipe de Borbón y Mohamed VI- blindó esta unión conyugal contra la erosión implacable del tiempo. Un matrimonio estéticamente irreprochable se disolvió poco después de haber asistido en Palma a un concierto de Leonard Cohen, y entenderemos a quienes concluyan que se trata de uno de los efectos menos tóxicos que pueden derivarse de una música tan teñida de tristeza.

En 1990 se celebró en la catedral de Palma, y con un obispo al timón, la boda de Simoneta Gómez-Acebo con José Miguel Fernández Sastrón. También aquí, un repaso de las instantáneas auguraba felicidad eterna, por no hablar de la presencia de los Reyes y de futuros soberanos. Sin embargo, la unión se truncó y el marido intentó llegar a la presidencia de la SGAE. Los escrutadores de coincidencias repararán en los invitados a la hora de asignar el infortunio matrimonial. Sin embargo, y desde nuestro conocimiento en profundidad de la realidad insular, concretamos las culpas en la fatídica elección de Baleares. Así, la relación entre Elena de Borbón y el olvidado Marichalar también se sustanció en un caserón mallorquín próximo a Marivent, y qué les vamos a contar. En cambio, el matrimonio olímpico de Cristina y la boda televisiva y televisada de Felipe  aguantan a las inclemencias del tiempo. En conclusión, la archiduquesa de Alba ha vuelto a demostrar más inteligencia que sus críticos, según viene ocurriendo durante los últimos 85 años.   

Antes de que alguien pregunte, ningún Papa ha pisado suelo mallorquín durante los siglos XX y XXI, seguramente porque esta isla pecadora sintetiza para el Vaticano las urbes de Sodoma y Gomorra, la segunda mucho más difícil de localizar en 'Googlemaps'. Sin salir de la órbita religiosa, los más esclavos de la actualidad habrán oído campanas de boda en torno a la duquesa de Alba. Doña Cayetana se casa por tercera vez, a una edad en que la mayoría de españoles todavía van por el primer matrimonio, o lo han olvidado. Los primeros mensajes cifraban la ceremonia íntima en Ibiza, un reducto tan adecuado como Las Vegas para mantener un festejo de esa laya al resguardo de la voraz opinión pública. Finalmente, la ceremonia se ha trasladado a Sevilla, con lo cual pierde sus aderezos hippies pero gana en tronío.