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Saludos desde la Alemania de ultramar
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Matías Vallés

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Saludos desde la Alemania de ultramar

El verano acaba una vez más. También en Mallorca, que cierra por fin las vacaciones. A partir de hoy, todo lo que ocurra en la isla

El verano acaba una vez más. También en Mallorca, que cierra por fin las vacaciones. A partir de hoy, todo lo que ocurra en la isla carecerá de interés hasta el próximo agosto. Son los ciclos informativos. La experiencia de cronista ha sido fructífera, pero la intensidad de la aportación diaria me ha dejado sin tiempo para leer ninguno de los caudalosos comentarios a estas contribuciones. Enfundo la pluma en la convicción de que todos los 'feedbacks' de los lectores son encomiásticos y reconocedores de los valores humanitarios que encerraban estas modestas aportaciones.

Cuando nos reencontremos ya gobernará Rubalcaba -o incluso Rajoy-. Me despido, pero no desde la Mallorca española que algunos de ustedes deben recordar, sino desde la Alemania de ultramar. Como titulara en una ocasión el prestigioso Der Spiegel a toda portada, "Mallorca es la mejor Alemania". Curiosamente, el sesudo semanario no ha encabezado nunca su publicación con un estentóreo "Alemania es la mejor Turquía". Cortemos aquí, porque el sentido del humor se le atrofió a la desbordante alma teutona.

Vayamos con los datos, para mantener una sombra de credibilidad periodística. Entre un tercio y la mitad de la isla se halla ahora mismo en manos de alemanes. La diferencia con otras geografías mediterráneas radica en la adquisición de tierra, no sólo de viviendas. Las fincas de mayor tamaño tienen sello berlinés, sólo la familia March puede competir en latifundios con los germanos. En número de residencias se supera ampliamente la cifra de 100.000, por no hablar de los seis millones de turistas de esa nacionalidad. Los nativos son una minoría a menudo engorrosa, porque a buena parte de los compradores berlineses no les avisaron de que la isla arrastraba inquilinos. Al margen de las pacíficas colisiones, calificar a Mallorca como el decimoséptimo 'Land' equivale a quedarse corto. En atención a su potencial germánico, la isla es el estado alemán número ocho o nueve.

Alemanes de ultramar hasta el tuétano, contemplamos con perplejidad el escándalo español ante la evidencia de que Angela Merkel y sus sucesores dictarán la política de Madrid hasta en sus mínimos detalles. El griego Papandreu tuvo que desmentir que estuviera sopesando la venta de las islas helenas, dada la polvareda que se levantó en el país heleno. Mallorca fue adjudicada sin tanto sopesar ni pesar, tal vez debido a su posición ambigua entre las dos orillas del Mediterráneo. Las guías turísticas alemanas sitúan a la isla de su propiedad "a medio camino entre Europa y Africa", una ubicación que acentúa sin duda su exotismo.

En esta concreción euroafricana no sólo asientan sus reales figuras Boris Becker o Claudia Schiffer. También el ministro alemán de Exteriores, Guido Westerwelle, habita una casa mallorquina. Disfrutó de su descanso en agosto, antes de regresar a Berlín para explicar cómo Alemania había ganado la guerra de Libia sin participar en ella.

Desde esta Alemania, la situación mundial se contempla con un distanciamiento tranquilizador. Si nos falla Europa, porque se niega a despedir masivamente a profesores y médicos al más puro estilo Cospedal -la Angela Merkel castellanomanchega-, tenemos un plan B, también denominado Rusia. No descarten que Berlín enfoque su catalejo hacia el oriente de la Siberia infinita, y exporte allí su productividad insolente. Mallorca sirve también como laboratorio de esta migración, porque algunos huecos residenciales germánicos empiezan a ser ocupados por rusos. El cliente ideal: gastan sin mirar la cartera, porque llevan los fajos de billetes en bolsas de plástico de grandes almacenes. Fundido en negro.

El verano acaba una vez más. También en Mallorca, que cierra por fin las vacaciones. A partir de hoy, todo lo que ocurra en la isla carecerá de interés hasta el próximo agosto. Son los ciclos informativos. La experiencia de cronista ha sido fructífera, pero la intensidad de la aportación diaria me ha dejado sin tiempo para leer ninguno de los caudalosos comentarios a estas contribuciones. Enfundo la pluma en la convicción de que todos los 'feedbacks' de los lectores son encomiásticos y reconocedores de los valores humanitarios que encerraban estas modestas aportaciones.