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El problema no es Marivent, es la Zarzuela
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Matías Vallés

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El problema no es Marivent, es la Zarzuela

El Rey que se abraza a los sindicalistas con corbata equivale al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas que se coloca del lado de los

El Rey que se abraza a los sindicalistas con corbata equivale al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas que se coloca del lado de los manifestantes y deja desnudo al Gobierno, una estampa prodigada en la primavera árabe, mejor llamada primavera islamista. Tal vez sea casual la coincidencia de la toma de La Zarzuela y de los supermercados andaluces en un mismo día, pero en este rincón frívolo nos interesa observar que Juan Carlos de Borbón puede reconciliarse más fácilmente con los rojos republicanos que con su esposa. Cualquier escena compartida por el matrimonio acumula más tensión que una proyección de Batman.

La virtud más acreditada del Rey es el instinto de supervivencia. Lo demuestra al apuntillar a Rajoy con su jovialidad hacia el matrimonio Méndez-Toxo, y también al elegir un país neutral llamado Mallorca para disfrutar de sus vacaciones desde tiempo inmemorial. El último tópico a combatir asociaría al veraneo insular un efecto disolvente de la Familia Real, cuando se limita a exteriorizar las frustraciones y rencillas que han cuarteado un ente familiar de ficción. El problema no es Marivent, es La Zarzuela, así como la perniciosa insistencia en no podar las ramas del árbol genealógico intrascendentes para la sucesión al trono.

Sin ánimo de ofender, Mallorca existía antes de la Familia Real. La isla ya contaba con su Grace de Mónaco, su Ava Gardner, su Winston Churchill o su Charles Chaplin, en un breve resumen de visitantes prominentes. Las intrigas palaciegas han transformado el lugar de reposo en foco de fricción entre los integrantes de la familia Real. Cuesta decidir si la relación entre el Rey y la Reina se ha congelado o se ha recalentado durante los últimos años, pero en verano trasladan su pugilato a Mallorca. La sangre azul no libera del estudio psicológico que asigna a la estación estival un aumento inusual de los divorcios plebeyos. De repente, la pareja para toda la vida se halla demasiado cerca durante demasiado tiempo.

Ni el calendario completo de los Juegos puede ocultar el enfrentamiento en la cúpula familiar del Estado. El desquiciamiento salpica incluso a los calendarios, y la tradicional cena de despedida de las autoridades mallorquinas se celebró -o se disputó– anoche, casi antes de que Juan Carlos de Borbón aterrizara en la isla. El Rey y la Reina pueden llevar vidas separadas, pero no pueden tener agendas contrapuestas. La última colisión frontal con sede en Marivent se concertó en torno al veraneo frustrado de Cristina de Borbón con su Urdangarin, en la villa que usufructúan en el complejo. Sofía de Grecia alentaba el desplazamiento, vetado personalmente por el jefe del Estado. Al margen del viaje inconveniente del duque imputado, cuatro niños se veían atrapados en medio de la controversia.

Ni siquiera se plantea ya el posado veraniego de la Familia Real. No sólo es inverosímil reunir a los 'royals' con el grado suficiente de sonrisa, sino que las rivalidades podrían entrar en erupción de la forma más insospechada. Nada que no ocurra en las mejores familias, incluso en las peores. Marivent es sólo la sede estival del desencuentro a corregir. Si no se calman, la Monarquía pasará a ser "un espejo que no repite a nadie", dicho sea por repetir a Borges.

Postdata: en un error indigno de esta infalible sección, decíamos ayer que Marivent costaba dos millones de euros anuales a los presupuestos de Baleares. En realidad, son veinte millones. Con los gastos colaterales y la participación en el monto estatal de la seguridad regia, cada mallorquín ha contribuido en la última década con 250 euros a las vacaciones de la Familia Real. O sea, a mil euros por familia real. La generosidad contante y sonante.

El Rey que se abraza a los sindicalistas con corbata equivale al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas que se coloca del lado de los manifestantes y deja desnudo al Gobierno, una estampa prodigada en la primavera árabe, mejor llamada primavera islamista. Tal vez sea casual la coincidencia de la toma de La Zarzuela y de los supermercados andaluces en un mismo día, pero en este rincón frívolo nos interesa observar que Juan Carlos de Borbón puede reconciliarse más fácilmente con los rojos republicanos que con su esposa. Cualquier escena compartida por el matrimonio acumula más tensión que una proyección de Batman.