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El presidente del Gobierno quiere un país de niños ignorantes y adoctrinados que voten sólo al Partido Socialista
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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El presidente del Gobierno quiere un país de niños ignorantes y adoctrinados que voten sólo al Partido Socialista

Tengo que reconocer que, a pesar de haber pasado la mayor parte de mi vida escolar bajo el franquismo, al contrario de lo que les ocurría

Tengo que reconocer que, a pesar de haber pasado la mayor parte de mi vida escolar bajo el franquismo, al contrario de lo que les ocurría a otros niños, yo no tuve que cantar el Cara al Sol brazo en alto ante los retratos del dictador y de José Antonio Primo de Rivera, ni aprenderme de memoria las Leyes Fundamentales del Movimiento, ni tuve asignatura alguna de Formación en el Espíritu Nacional. Una suerte porque, a pesar de lo difícil que resultaba enseñar –y aprender- en libertad durante aquella época, conseguí librarme en buena medida de la uniformidad oficial y que mi educación discurriera por ciertos derroteros liberales, a pesar de que los libros, eso sí, eran los que eran. Pues bien, cuando se apruebe en el Congreso la futura Ley Orgánica de la Educación que ha elaborado el Gobierno de Rodríguez, los niños a los que les pille el nuevo plan de estudios ya no tendrán tanta suerte y volverán a caer en el adoctrinamiento.

Y en la imbecilidad. Ambas cosas, por otra parte, muy del gusto de los autoritarismos. En la extinta Unión Soviética los niños aprendían matemáticas y marxismo, pero de historia de la vieja Rusia, y ya no digamos de Europa, res de res, que dicen los valencianos, o la aprendían convenientemente tergiversada. La nueva Ley de Educación que la ministra Sansegundo o Santercero, que no sé si alguien sabe muy bien cómo se llama, ha elaborado bajo las órdenes estrictas de Zetapé –“Quiero una escuela laica, pública y en la que los niños sepan cuanto menos mejor y aprendan que los buenos somos nosotros y los demás los malos, como dice Peces Barba”, ha debido de decirle a la ministra-, la Ley, decía, incluye una asignatura llamada Educación para la Ciudadanía o Filosofía de la Ciudadanía o algo así, que nadie sabe muy bien cómo se va a llamar pero sí para qué va a servir: a los intereses generales de la causa de la pedagogía progre.

Es decir, los niños van a descubrir el socialismo por el adoctrinamiento, no por convicción. ¿Qué temario tiene esa asignatura? ¿Quién o quienes la van a impartir? ¿Hará falta tener carné del partido del puño y la rosa para ser profesor de Educación para la Ciudadanía, aunque no lo ponga en las bases de la convocatoria de plazas? Ya decía Platón que “ésta y no otra es la raíz de la que florece un tirano: cuando al principio parece que es un protector”, y si hay algo que recuerdo de mi corta memoria del franquismo y que ahora parece que revivo en los efluvios dialécticos de Rodríguez, es ese afán por extender el manto de su protección sobre nuestras cándidas almas de ciudadanos indefensos ante las maldades de la derecha fascista y ramplona. Curiosamente, la citada asignatura suprime de un plumazo las de Ética y Filosofía, es decir, las herramientas intelectuales que durante más de 2.500 años los clásicos han ido forjando con el fin de comprender mejor el proceloso mundo en que vivimos.

De mis años de estudiante recuerdo con especial pasión los intensos debates y discusiones que mi profesor de Filosofía nos obligaba a mantener entre nosotros, igual sobre las enseñanzas de Platón o de Aristóteles, que sobre las de Hegel, Kant o Marx. La Filosofía y más tarde la Ética se han concebido como un ejercicio de reflexión sobre lo justo y lo bueno, el bien y el mal, y se abordan las distintas formas de entender estos conceptos. La Educación para la Ciudadanía da por hecho cuáles son los valores que todos debemos compartir. Es cierto que se trata de valores democráticos, supongo, pero habrá muchos padres que no quieran que sus hijos entiendan la democracia al modo en que la entienden Ibarretxe y Hugo Chávez, por poner un ejemplo. O que bajo el valor de la tolerancia se pretenda que nuestros hijos acepten culturas en las que todavía se practica la mutilación sexual de la mujer o su lapidación por adulterio.

Educación para la Ciudadanía. Esa es la asignatura de la vida, la que estamos continuamente aprendiendo por el mero hecho de convivir, y los principales actores en la educación cívica de sus hijos son los padres, y ellos son los que tienen que decidir qué clase de educación cívica ofrecen a sus retoños. No Rodríguez. La razón es obvia: existen distintas formas de entender la convivencia y las relaciones entre los seres humanos, y el Estado o, mejor, el Gobierno, no tiene el derecho de manipular las enseñanzas paternas a su favor ni, mucho menos, de contradecirlas, porque eso sería lo mismo que manipular las conciencias.

Conciencias que, además, son más fácilmente manipulables si el Estado logra un nivel de ignorancia importante en la población escolar. El pasado lunes me decía Ana Pastor que, en el futuro, habrá niños que no sepan quién es Garcilaso... Ni Góngora, ni Lope, ni Cervantes. Ni leerán el Cantar de mío Cid... Quizá esta sea la medida más grave que adopta la nueva LOE, junto a la de reducir considerablemente la obligada disciplina que debe tener un alumno para que sus estudios obtengan una justa recompensa o un justo castigo –en forma de suspenso y repetición de curso- en función de sus resultados. Además de atentar contra el principio de igualdad y equilibrio territorial –habrá sistemas educativos radicalmente distintos-, invita a que comunidades gobernadas por nacionalismos excluyentes rechacen cualquier vestigio intelectual de lo que representa España como Nación.

Y es nuestra historia común como pueblo, como nación, lo que está en juego y Rodríguez parece decidido a enterrarla de la mano de Carod Rovira y Maragall, quienes en la estrechez de su fundamentalismo nacionalista creen que los niños se harán más nacionalistas que sus padres si no aprenden que existe otro mundo fuera de su corralito (menos mal que existe Internet). Esa ha sido una de los fundamentos de toda tiranía que se precie, la de crear o producir en la escuela ignorantes que no sean capaces de pensar por sí mismos, que no quieran conocer la verdad. Ahora entiendo por qué Rodríguez no esta de acuerdo con eso de que “la verdad os hará libres”, porque él no quiere que la verdad sea un objetivo intelectual. Si las pretensiones del Ejecutivo siguen adelante, el mundo imaginado por George Orwell se quedará corto.

Tengo que reconocer que, a pesar de haber pasado la mayor parte de mi vida escolar bajo el franquismo, al contrario de lo que les ocurría a otros niños, yo no tuve que cantar el Cara al Sol brazo en alto ante los retratos del dictador y de José Antonio Primo de Rivera, ni aprenderme de memoria las Leyes Fundamentales del Movimiento, ni tuve asignatura alguna de Formación en el Espíritu Nacional. Una suerte porque, a pesar de lo difícil que resultaba enseñar –y aprender- en libertad durante aquella época, conseguí librarme en buena medida de la uniformidad oficial y que mi educación discurriera por ciertos derroteros liberales, a pesar de que los libros, eso sí, eran los que eran. Pues bien, cuando se apruebe en el Congreso la futura Ley Orgánica de la Educación que ha elaborado el Gobierno de Rodríguez, los niños a los que les pille el nuevo plan de estudios ya no tendrán tanta suerte y volverán a caer en el adoctrinamiento.