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Cretinos sin fronteras
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Cretinos sin fronteras

Me va a permitir el maestro Herrera –don Carlos- que le robe la expresión, pero es que me viene al pelo. Estamos rodeados de cretinos. Hay

Me va a permitir el maestro Herrera –don Carlos- que le robe la expresión, pero es que me viene al pelo. Estamos rodeados de cretinos. Hay cretinos hasta en la sopa. Y, en fin, no se tomen esto por la tremenda, pero es que hay veces que a uno se le llevan los demonios ante tanta estupidez como a la que estamos asistiendo. Dice el diccionario de la RAE que cretino es un “estúpido, necio”, y que necio es aquel “ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber”, así que a lo mejor entre tanta cretinez lo que realmente reina es una supina ignorancia, porque no creo que tanto cretino junto actúe de mala fe como si se hubieran puesto de acuerdo todos. Lo que ocurre, eso sí es verdad, es que se está creando el caldo de cultivo apropiado para la proliferación del cretino, que es una especie cuasi mohosa de parásito que se alimenta de la indiferencia general y la ausencia de principios, y se extiende por la amplia capa de la apatía social como si de un ser extraterrestre se tratara. Y lo malo es que el cretino consigue reproducirse de manera casi instantánea, de tal modo que cuando aparece un cretino suelen ser unos cuantos los que se acaban convirtiendo, casi como por generación espontánea, en nuevos cretinos, que a su vez inyectan su cretinez recién adquirida en todos aquellos que se le acercan sin las correspondientes defensas, que no son otras que la inteligencia y los valores.

Les explico, aunque ya se imaginan por donde voy, que ustedes, queridos lectores, si que son inteligentes, ¡y mucho! Ustedes, insisto, serán de los de abeto en ristre, corona de Adviento y Belén adecuado a la vena artística de cada uno, que los hay que convierten su casa en motivo de visita obligada por Navidad aún a riesgo de encontrarse con Herodes ocupado en el baño de invitados, y los que ponen un San José, una Virgen María, un Niño Jesús y una mula y un buey de toda la vida que parecen sacados de un recortable de Mortadelo y Filemón. Pero es un Belén, que es de lo que se trata, y de la significación que cada uno le da al hecho de adornar su casa con motivos más o menos próximos a nuestra tradición cristiana y la razón última de esta fiesta, que no es la celebración del solsticio de invierno, porque ya me dirán ustedes a cuento de qué, o porqué no nos tomamos vacaciones cada tres meses coincidiendo con el cambio de estación, sino el nacimiento de Cristo. Un asunto que, les guste o no a los cretinos, ha tenido algo así como un poco que ver –un poquito sólo, ¿eh?- en lo que hoy somos, en nuestra cultura, en nuestras costumbres, en nuestra historia, en nuestra vivencia humana durante siglos, en la política, en la religión -¡claro!-, en... No tengo espacio para seguir.

Pero cretino no es el incrédulo, o el agnóstico, o el ateo... Cretino es aquel que subido al carro de una moda política pasajera –espero- ha decidido hacer de la laicidad una nueva profesión de fe, una religión excluyente y monoteísta que ha encontrado en Zapatero a su particular ser supremo, y que pretende acabar con todo aquello que se signifique como cristiano o próximo a la religión católica, aunque eso implique acabar con siglos de tradiciones y costumbres. El cretino es el que decide prohibir la puesta de un belén en un colegio para no molestar... ¿A quién? ¿A quién puede molestar un belén? ¿A los mismos que prohíben el consumo de hamburguesas o a los musulmanes? ¿A los budistas, a los judíos, a las tribus del África subsahariana...? ¿Acaso les decimos nosotros que nos molesta que cumplan con el mes del Ramadán, o que canten hare krisna por la calle vestidos de túnicas naranjas, o que lleven barba larga y vistan de negro, o que entonen cánticos tribales a la luz de la luna en la Casa de Campo si es que lo hacen, que no lo sé? No. Pero, fíjense, nada de todo eso tiene que ver con nuestra cultura ni nuestro modo de convivencia, pero el nacimiento de Cristo sí, y por eso lo recordamos, aunque luego en nuestro fuero interno cada uno crea en lo que quiera creer o dejar de creer.

Y es que, ¿cabe imaginarse una Navidad sin Belén? Ni siquiera sin caganet, en el que cabría representar a toda esta panda de cretinos sin fronteras, porque cretinos de esta calaña, por desgracia, hay en todas partes, aunque aquí ahora proliferan por doquier. Dentro de unos años, los niños tendrán las vacaciones del solsticio, comerán turrón de soja bajo en calorías y sin azúcar y polvorones light de ciruelas, cantarán motivos dedicados a la nieve y el frío compuestos por Rosa León y las Supremas de Móstoles, les traerán regalos Solsti Zapa, que habrá sustituido a Papá Noel la noche del día 24 y que en lugar de llegar en trineo tirado por renos lo hará en un último modelo de Mercedes clase C acompañado de Pepe Blanco por eso de la nieve y el apellido, y la Tres Gracias de Rubens después de una dieta rigurosa baja en calorías impuesta por Elena Salgado, y que no son otras que la propia Salgado, De la Vega y Espinosa (cosas de la paridad)... Y, ¡ah!, me olvidaba: para entonces ya estará prohibido comer carne de cerdo y de ternera, no sea que se molesten musulmanes e hindúes, y como también se habrá retirado la carne de cordero por su alto poder calórico, la cena de la antigua Nochebuena, que pasará a llamarse Nochelarga, será sustituida por hamburguesas vegetales, porque el pavo, por eso de la inflación, estará por las nubes.

¡No, hombre, no! Miren, si a mí me da igual que se pongan en plan petardo con esto del laicismo... ¡Si con eso son más felices! Pero la Navidad no, por favor. Permítannos seguir creyendo que hace dos mil años el Niño Dios nació en un pobre portal de Belén (Judea, Palestina, por si no lo saben), y que un ángel les dio la buena nueva a los pastores, y que una estrella apareció en el cielo para que la vieran unos magos de Oriente que llegaron en camellos y le ofrecieron al Niño oro, incienso y mirra. Sé que es difícil, pero la Fe no tiene explicación alguna. Sólo es posible comprenderla cuando se tiene delante la mirada de un niño en el momento en el que el Rey Melchor pasa delante suyo en la Cabalgata del 5 de enero por las calles de su ciudad. Esos ojos se llenan de tanta vida y tanta ilusión en un instante, que si fuera medible en términos de cantidad daría para regalar vida e ilusión a cientos de miles de niños en todo el mundo. Y eso sólo puede hacerlo la Fe, nunca la razón. La Navidad es mucho más que ir de compras o llenar nuestras despensas, aunque también forma parte de la alegría que nos embarga porque hace dos mil años pasó lo que pasó en un pobre portal en Belén. ¿No creen que es de cretinos pretender acabar con algo que ha sobrevivido tanto tiempo, incluso a enemigos más poderosos que Zapatero? Yo sí. Feliz Navidad.

Me va a permitir el maestro Herrera –don Carlos- que le robe la expresión, pero es que me viene al pelo. Estamos rodeados de cretinos. Hay cretinos hasta en la sopa. Y, en fin, no se tomen esto por la tremenda, pero es que hay veces que a uno se le llevan los demonios ante tanta estupidez como a la que estamos asistiendo. Dice el diccionario de la RAE que cretino es un “estúpido, necio”, y que necio es aquel “ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber”, así que a lo mejor entre tanta cretinez lo que realmente reina es una supina ignorancia, porque no creo que tanto cretino junto actúe de mala fe como si se hubieran puesto de acuerdo todos. Lo que ocurre, eso sí es verdad, es que se está creando el caldo de cultivo apropiado para la proliferación del cretino, que es una especie cuasi mohosa de parásito que se alimenta de la indiferencia general y la ausencia de principios, y se extiende por la amplia capa de la apatía social como si de un ser extraterrestre se tratara. Y lo malo es que el cretino consigue reproducirse de manera casi instantánea, de tal modo que cuando aparece un cretino suelen ser unos cuantos los que se acaban convirtiendo, casi como por generación espontánea, en nuevos cretinos, que a su vez inyectan su cretinez recién adquirida en todos aquellos que se le acercan sin las correspondientes defensas, que no son otras que la inteligencia y los valores.