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Nuestra obligación es estar con Israel y no hacer tibios discursos pro-palestinos
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Nuestra obligación es estar con Israel y no hacer tibios discursos pro-palestinos

Si cualquier guerra puede considerarse el fruto de un fracaso colectivo, la que enfrenta a israelíes y palestinos lo es doblemente, en la medida que el

Si cualquier guerra puede considerarse el fruto de un fracaso colectivo, la que enfrenta a israelíes y palestinos lo es doblemente, en la medida que el fracaso alcanza a toda la comunidad internacional desde que en 1947 decidiera poner fronteras artificiales a la convivencia entre dos pueblos, iguales en origen, pero radicalmente diferentes en cuanto a cultura, religión, modo de vida y de organización política, etcétera. A día de hoy casi nadie pone en duda el reconocimiento a los dos estados, el israelí y el palestino, pero parece casi imposible ponerse de acuerdo en cual debe ser la demarcación de cada uno.

 

A lo largo de estos años ha habido avances importantes, y retrocesos aún más graves que los primeros por las consecuencias. No seré yo quien le niegue al pueblo palestino su derecho al asentamiento y a la convivencia pacífica bajo sus propias normas y en un territorio propio, pero tengo la impresión de que los primeros que se empeñan en cuestionar ese derecho son los propios palestinos desde el momento en que alguna de sus facciones ha convertido su guerra con Israel en un modo de vida, en una razón para su propia existencia.

Y es que si siempre ha sido difícil el diálogo, desde que el terrorismo de Hamás gobierna en la franja de Gaza, este parece haberse vuelto imposible. El ataque del ejército de Israel este fin de semana es la respuesta a ocho años de hostigamiento desde Gaza, de acciones bélicas claras como el lanzamiento de misiles y, sobre todo, de ataques terroristas suicidas. Parece evidente que el último alto el fuego solo ha servido para que Hamás se reorganizara y su ejército de más de 20.000 voluntarios dispuestos a morir causando la mayor masacre posible suponga una amenaza mayor de lo que Israel puede soportar a sus puertas. Y no solo Israel.

Es verdad que la respuesta judía de este fin de semana ha podido parecer desproporcionada. Cualquier guerra en la que hay víctimas civiles es doblemente cruel e inhumana, pero no cabe cerrar los ojos a la realidad y no puede culparse solo a Israel de estas bajas, pues es de sobra sabido que Hamás utiliza a civiles como escudos humanos allí donde sabe que pueden caer las bombas judías precisamente para conseguir que la comunidad internacional se lleve las manos a la cabeza y se rasgue las vestiduras ante la brutalidad del ejército de Israel. Puro cinismo. Una trampa en la que caemos con evidente entusiasmo.

Pero al resto de Occidente le interesa que Israel acabe, de una vez por todas, con la amenaza de Hamás. El yihadismo palestino está fuertemente vinculado a los gobiernos de Siria e Irán, a su vez aliados de Al Qaeda en la guerra que el fanatismo islámico ha emprendido contra Occidente. Si Hamás gana su batalla contra Israel, esa victoria alentará a los enemigos de nuestra cultura y nos hará más débiles ante la amenaza del terrorismo islamista.

Nos guste o no, Israel es nuestra vanguardia en la guerra contra el terrorismo, y si estamos dispuestos a enviar a nuestras tropas a morir a Afganistán en esa particular guerra, lo que no vale es caer en la hipocresía de defender la aspiración terrorista de Hamás para que la izquierda lave su conciencia y seque sus lágrimas de cocodrilo con el pañuelo palestino enrollado al cuello: con discursos como el de ayer de Leire Pajín y comunicados como el de las Juventudes Socialistas se le hace el juego a los terroristas suicidas dispuestos a volarse a sí mismos en medio de una estación de autobuses, hoy en Tel Aviv, mañana en Roma, llevándose por delante a centenares de inocentes.

De hecho, incluso los gobiernos árabes moderados han mirado para otro lado. Egipto y la Autoridad Palestina con sede en Cisjordania han justificado la acción de Israel poniendo el acento en la responsabilidad de Hamás. Los únicos gobiernos que han salido en defensa de los terroristas han sido los fundamentalistas, así como los partidos radicales islámicos allí donde han podido convocar a sus fanáticos seguidores en contra de Israel.

Durante años la izquierda europea y, sobre todo, la progresía española le han hecho el juego a la causa palestina a la que convirtieron en una especie de icono progresista contra el imperialismo yanqui y todas esas tonterías con las que la izquierda ha alimentado durante años su vacío intelectual. Tonterías que mientras la causa del yihadismo se circunscribía a Israel podían soportarse sin otras consecuencias en clave interna que unas cuantas manifestaciones pro-palestinas. Pero ahora la causa del yihadismo es más amplia, y las tonterías pueden costarnos muy caras. El apoyo a Israel es indispensable para nuestra propia existencia; no caben los discursos tibios ni las medias tintas: Israel está actuando en defensa propia contra un ejército perfectamente armado. En defensa propia suya… y nuestra.

Si cualquier guerra puede considerarse el fruto de un fracaso colectivo, la que enfrenta a israelíes y palestinos lo es doblemente, en la medida que el fracaso alcanza a toda la comunidad internacional desde que en 1947 decidiera poner fronteras artificiales a la convivencia entre dos pueblos, iguales en origen, pero radicalmente diferentes en cuanto a cultura, religión, modo de vida y de organización política, etcétera. A día de hoy casi nadie pone en duda el reconocimiento a los dos estados, el israelí y el palestino, pero parece casi imposible ponerse de acuerdo en cual debe ser la demarcación de cada uno.

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