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ZP resucita el ‘No a la Guerra’ contra el PP
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Federico Quevedo

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ZP resucita el ‘No a la Guerra’ contra el PP

Las verdad es que, a la vista de cómo le estaban yendo las cosas a Rodríguez, con una crisis económica que pasará a la Historia por

Las verdad es que, a la vista de cómo le estaban yendo las cosas a Rodríguez, con una crisis económica que pasará a la Historia por ser una de las más graves que ha atravesado este país, y un Gobierno enormemente debilitado, sin impulso, sin ideas, aquejado de un liderazgo paupérrimo y desconcertante y que acaba de recibir un duro varapalo electoral en unas elecciones locales, la lógica llevaba a pensar que el tipo de movimiento que cualquier persona normal, con dos dedos de frente, debería haber hecho es el de remodelar el Gobierno buscando la máxima capacidad de diálogo y consenso con la oposición. No está escrito en ningún libro, pero es de manual que cuando un Gobierno atraviesa una crisis importante debe intentar restar el efecto que la misma tiene sobre sus expectativas electorales haciendo partícipe a la oposición de sus problemas. Fue, de hecho, lo que muchos le reprochamos a Aznar que no hiciera en aquellos tres famosos días posteriores a los atentados del 11-M: tenía que haber llamado a Rodríguez y haberlo implicado en la respuesta a la crisis para evitar que el PSOE, como de hecho ocurrió, utilizara aquella circunstancia contra el PP. Pues bien, ocurre ahora tres cuartos de lo mismo: Rodríguez está en su peor momento y nada hace pensar que eso vaya a cambiar en breve, por ello lo que más necesita en este momento es al PP. De hecho, lo ocurrido en el País Vasco hacía pensar que Rodríguez había elegido ese camino, para desgracia de Rajoy.

 

Digo que para desgracia de Rajoy porque igual que ésa era la única salvación de Rodríguez, también era el peor escenario posible para el principal partido de la oposición el cual, por responsabilidad, no hubiera podido negarse a un acuerdo con el Gobierno para salir de la crisis lo que hubiera modificado radicalmente su estrategia de oposición. Rodríguez, sin embargo, ha optado claramente por la confrontación. El nuevo Gobierno, lejos de transmitir una imagen de diálogo y talante, ofrece otra muy distinta: la del sectarismo y la ruptura. Dice mucho de sí mismo lo que ha hecho Rodríguez esta semana: lejos de afianzarse esa imagen de presidente que aceptaba sus errores del pasado y que parecía darse cuenta de que no se puede gobernar excluyendo a la mitad del país, la que se consolida es otra bien distinta, la de un presidente que se vuelve a apoyar en la estrategia de enfrentamiento con más de diez millones de votantes, que busca los lugares de desencuentro con el PP. Por eso no tiene el más mínimo interés en acudir a la toma de posesión de Patxi López, porque en el fondo lo que ha ocurrido en el País Vasco es contrario a sus intereses. De hecho, la actitud de Rodríguez debería hacer desconfiar bastante al PP, que ha hecho bien obligando a López a poner negro sobre blanco los contenidos del acuerdo, porque es más que probable que Rodríguez acabe obligando a sus compañeros de Euskadi a romper con los ’populares’ a la primera de cambio.

 

Rodríguez ha resucitado el ‘No a la Guerra’, incluso el ‘Nunca Mais’ con tanto ministro gallego sentado a la mesa del Consejo. El nombramiento de González-Sinde, que ha sacado del Gobierno a uno de los pocos ministros con sentido común que había en el Ejecutivo, es un llamamiento a la desesperada a todo el clan de los titiriteros, los mafiosos de la SGAE, los piratas del canon, para que vuelvan a ayudarle contra un PP que se ha subido a la parra y que puede darle un serio disgusto en las próximas elecciones europeas. Pero es evidente que Rodríguez actúa ya a la desesperada: ha tenido que nombrar un triunvirato ‘felipista’ -De la Vega, Salgado y Chaves- para tranquilizar los ánimos de los sectores más críticos de su propio partido, silenciados hasta ahora pero que ya empiezan a poner en duda su gestión. Y se ha tenido que llevar a Squezze al Gobierno porque el hasta ahora todopoderoso número dos en el partido empieza a estar muy cuestionado por las bases, y necesita recuperar imagen en su tierra donde él mismo ha sufrido una derrota sin paliativos puesto que fue el propio Squezze el que ejerció de jefe de campaña de Touriño. Y eso que Squezze recuerda a aquellos tiempos del ‘felipismo’ en los que cualquiera, hasta un electricista, podía ser ministro. Este ni siquiera acabó la carrera de Derecho. Con esos mimbres ha hecho Rodríguez un Gobierno a su medida: indolente y pendenciero.

Las verdad es que, a la vista de cómo le estaban yendo las cosas a Rodríguez, con una crisis económica que pasará a la Historia por ser una de las más graves que ha atravesado este país, y un Gobierno enormemente debilitado, sin impulso, sin ideas, aquejado de un liderazgo paupérrimo y desconcertante y que acaba de recibir un duro varapalo electoral en unas elecciones locales, la lógica llevaba a pensar que el tipo de movimiento que cualquier persona normal, con dos dedos de frente, debería haber hecho es el de remodelar el Gobierno buscando la máxima capacidad de diálogo y consenso con la oposición. No está escrito en ningún libro, pero es de manual que cuando un Gobierno atraviesa una crisis importante debe intentar restar el efecto que la misma tiene sobre sus expectativas electorales haciendo partícipe a la oposición de sus problemas. Fue, de hecho, lo que muchos le reprochamos a Aznar que no hiciera en aquellos tres famosos días posteriores a los atentados del 11-M: tenía que haber llamado a Rodríguez y haberlo implicado en la respuesta a la crisis para evitar que el PSOE, como de hecho ocurrió, utilizara aquella circunstancia contra el PP. Pues bien, ocurre ahora tres cuartos de lo mismo: Rodríguez está en su peor momento y nada hace pensar que eso vaya a cambiar en breve, por ello lo que más necesita en este momento es al PP. De hecho, lo ocurrido en el País Vasco hacía pensar que Rodríguez había elegido ese camino, para desgracia de Rajoy.

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