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El ocaso del ‘vendeburras’
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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El ocaso del ‘vendeburras’

No fue un buen discurso por mucho que se empeñen los suyos y por mucho que, en un esfuerzo de gratuita generosidad, los periodistas acreditados en

No fue un buen discurso por mucho que se empeñen los suyos y por mucho que, en un esfuerzo de gratuita generosidad, los periodistas acreditados en el Congreso quisieran darle un aprobado alto al presidente del Gobierno. No lo fue. Rodríguez volvió a sacar ayer ese tono suyo de charlatán venido a menos, de vendeburras, de salvapatrias, de líder mesiánico convencido de su destino universal. Eso fue por la mañana, porque por la tarde lo que hizo fue ofrecer su lado más miserable, su tono más despectivo, su lado más rastrero y bajo, innoble, impropio de un presidente del Gobierno al acusar al Partido Popular de regocijarse en las cifras del paro. Eso no lo puede decir un presidente del Gobierno… Bueno, puede, pero no debe, porque sabe que no es verdad. Eso lo puede decir una ‘tal Pajín’, porque es una don nadie y nadie le hace caso, pero Rodríguez no. Rodríguez está obligado a darle categoría a su cargo, a respetar la institución que representa, y eso no se hace con lenguaje de taberna ni con gestos de barrio bajo. ¿Por qué lo hizo? Fácil: porque está acorralado, porque llega a este debate del estado de la Nación en el peor momento de su vida política como presidente del Gobierno, porque el estado de la Nación es lamentable y él tiene buena parte de la culpa, y porque eso es tan evidente que en todo su discurso y en sus réplicas solo mencionó una vez a los cuatro millones de parados, para reconocer que están ahí, pero como si le molestaran, como si en el fondo le estuvieran, con perdón, jodiendo el chiringuito, esos idiotas a los que se les ha ocurrido quedarse sin trabajo…

Rodríguez ofreció ayer un catálogo de despropósitos que ni siquiera él sabe si va a ser capaz de llevar a cabo, y un anuncio extremadamente preocupante y el único del que de verdad deberíamos tomar nota por la gravedad del mismo y por lo que supone de renuncia a tomar el toro de la crisis por los cuernos y contribuir a salir de la misma: no habrá, en ningún caso, reforma laboral. No podía haber peor noticia, ni decisión más desilusionante, ni anuncio que peor pueda contribuir a restaurar la ya totalmente denostada confianza en la economía española. Rodríguez ha envidado su suerte a los hados del destino y a la propia suerte de Obama, porque la suya está en recesión como la economía, pero no se da cuenta de que los hados del destino no le son favorables y Obama puede tener suerte, pero sólo para él mismo y para su país, y esa suerte a nosotros ni nos va, ni nos viene. Ese, la negación de la reforma laboral, es el anuncio clave, lo que define el modo de gobernar de un ilusionista barato incapaz de asumir los riesgos que implica la situación en la que nos encontramos. Por el contrario, lo único que ofrece Rodríguez es más de lo mismo, medidas contra las clases medias -eliminación de la deducción por vivienda, que en el fondo es una subida encubierta de impuestos-, promesas que nunca cumple como las de los ordenadores, y ayudas directas para la compra de automóviles que directamente hace descansar en los presupuestos autonómicos y en las propias marcas. O sea, un bluf, una patochada… Otro parche más, y ya van doce.

Y frente a la miseria moral, ideológica, política y verbal que desplegó Rodríguez, el líder del PP. Mariano Rajoy, dio la cara del realismo y del sentido común. De su primera intervención había opiniones para todos los gustos, pero fue certera y acertada en el análisis de la situación. Quizá le faltó, como sí hiciera luego Durán i Lleida, una actitud más despreciativa hacia el discurso de Zapatero de por la mañana. No por nada, sino porque aquello era un debate del estado de la Nación, y no una sesión de investidura como parece que preparó Rodríguez. El presidente había pasado por encima del diagnóstico de la situación como si no fuera con él, pero Rajoy fue claro, conciso y concreto a la hora de definirla: “Cuatro millones de parados”, “recesión, déficit, deuda y paro galopante”. Esa es la realidad, y frente al optimismo antropológico del presidente la certeza es que llegaremos a los cinco millones de parados a finales de este mismo año. Y decir que alguien se alegra de que eso sea así es de una malicia como pocas veces se ha visto. Pero, no les quepa la menor duda, ese va a ser el argumento de la próxima campaña para las Europeas.  Da igual. Rodríguez demostró ayer que ha iniciado su ocaso. Se ha quedado solo. El propio portavoz de CiU le dijo que aquello no era un debate del Estado de la Nación, sino una moción de censura aunque no se iba a votar como tal. Perdió el debate, y no porque lo hiciera mejor o peor, sino porque sigue instalado en una ficción que ya ni él mismo puede creerse, y su lenguaje es tan falso como las medidas que propone.

No fue un buen discurso por mucho que se empeñen los suyos y por mucho que, en un esfuerzo de gratuita generosidad, los periodistas acreditados en el Congreso quisieran darle un aprobado alto al presidente del Gobierno. No lo fue. Rodríguez volvió a sacar ayer ese tono suyo de charlatán venido a menos, de vendeburras, de salvapatrias, de líder mesiánico convencido de su destino universal. Eso fue por la mañana, porque por la tarde lo que hizo fue ofrecer su lado más miserable, su tono más despectivo, su lado más rastrero y bajo, innoble, impropio de un presidente del Gobierno al acusar al Partido Popular de regocijarse en las cifras del paro. Eso no lo puede decir un presidente del Gobierno… Bueno, puede, pero no debe, porque sabe que no es verdad. Eso lo puede decir una ‘tal Pajín’, porque es una don nadie y nadie le hace caso, pero Rodríguez no. Rodríguez está obligado a darle categoría a su cargo, a respetar la institución que representa, y eso no se hace con lenguaje de taberna ni con gestos de barrio bajo. ¿Por qué lo hizo? Fácil: porque está acorralado, porque llega a este debate del estado de la Nación en el peor momento de su vida política como presidente del Gobierno, porque el estado de la Nación es lamentable y él tiene buena parte de la culpa, y porque eso es tan evidente que en todo su discurso y en sus réplicas solo mencionó una vez a los cuatro millones de parados, para reconocer que están ahí, pero como si le molestaran, como si en el fondo le estuvieran, con perdón, jodiendo el chiringuito, esos idiotas a los que se les ha ocurrido quedarse sin trabajo…

Mariano Rajoy