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Una lección de Rajoy a su derecha, y a su izquierda
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Una lección de Rajoy a su derecha, y a su izquierda

Ya no hay duda. Ya no caben ni críticas de tapadillo ni conspiraciones de salón. Sé que hablar de esto será como predicar en el desierto

Ya no hay duda. Ya no caben ni críticas de tapadillo ni conspiraciones de salón. Sé que hablar de esto será como predicar en el desierto -y lo que hay a derecha e izquierda de Rajoy es un verdadero desierto de inteligencia-, pero me da igual. Mariano Rajoy es el gran triunfador de las elecciones europeas del pasado domingo, aunque a algunos les cueste tanto aceptarlo que parece que padezcan de retortijones antes que reconocer la victoria del político gallego. Una victoria contundente, les guste o no, que sitúa al PP como primera fuerza política a nivel nacional y que, como bien se encargó de recordar el propio Rajoy esa noche, avala los cambios introducidos en el PP en el pasado Congreso de Valencia. Pero, sobre todo, viene a consolidar la tendencia creciente iniciada el pasado mes de marzo, y a dar la razón a quienes desde el primer momento apostamos por otro estilo de hacer política, el estilo Rajoy, aunque también a veces nos cueste comprenderlo. Rajoy ha ganado –porque ha ganado Rajoy, no les quepa ninguna duda-, y ha sentenciado la disidencia. A pesar de que ya en marzo su liderazgo salió muy fortalecido, es ahora cuando ha quedado definitivamente consolidado. Ya no hay alternativa que valga, porque cualquier alternativa significaría en este momento abrir en canal al PP cuando más claras son sus posibilidades de victoria: Rajoy ha dejado de ser un líder cuestionado para convertirse en una garantía de triunfo, y eso es lo que han votado los ciudadanos el pasado domingo, así que me parece muy bien que en el PSOE se alegren. Yo también me alegro porque esto significa que a Rodríguez le quedan dos telediarios.

¿Quiere esto decir que se van a acallar las voces críticas? Dentro de su partido sin lugar a dudas: nadie se va a atrever a cuestionar al líder que cuenta ya con el apoyo decidido de todos sus barones –y baronesa-, de la militancia y de los votantes. Pero fuera seguirá habiendo quien se empeñe en seguir ahorcándose cada mañana y hundiéndose un poco más en el lodazal radiofónico que él mismo ha cultivado a base de mentiras, infundios, falsedades y descalificaciones. Desde esa derecha radicalizada y siempre cabreada consigo misma y con el mundo se seguirá buscando el voto del descontento para Rosa Díez, sin más éxito que el cosechado por ésta en Madrid, ya que en el resto de España no pasa de ser una fuerza política marginal. Supongo que tras estas elecciones el PP ya sabe lo que tiene que hacer y dónde tiene que actuar, y confío en que la presidenta madrileña sea consciente ya de una vez por todas de que sus ‘amigos’ trabajan en su contra y tome las medidas oportunas. En cualquier caso, lo de estos representantes del negacionismo por sistema va a durar poco, y sin este apoyo en las ondas y con algo más de visualización de su esquizofrenia ideológica, el partido de Rosa Díez puede haber tocado su techo. Y es que si algo ha quedado claro en estas elecciones es que la mayoría de los votantes del PP no se han creído que este partido haya abandonado los principios o se haya identificado con el paisaje progresista. Más bien, al contrario, han votado  al PP porque sigue defendiendo los valores de la nación española recogidos en la Constitución, y los principios de un humanismo liberal que huye como de la peste de colectivismos y religiones de Estado.

Derrotadas las mentiras de la derecha, y derrotadas las mentiras de la izquierda. Estas elecciones son una lección para Rodríguez y sus secuaces. Han mentido durante toda la campaña con un descaro descomunal. Han basado toda su estrategia en el ataque frontal y permanente al PP, hasta el punto de que por primera vez en unas elecciones el presidente del Gobierno pedía directamente a los ciudadanos que no votaran a otro partido y, lejos de hacerle caso, los votantes han mirado para otro lado porque es evidente que Rodríguez ha perdido la sintonía que hasta ahora tenía con la opinión pública. Pero, sobre todo, han utilizado de manera ilegal y antidemocrática los medios públicos y las instituciones para agredir al principal partido de la oposición con acusaciones en muchos casos falsas e infundadas, y los ciudadanos han castigado este comportamiento votando al PP con más énfasis si cabe allí donde los ataques han sido mayores: Madrid, Valencia, Murcia y Canarias. Si a eso se une que los ciudadanos han comprendido, por fin, que este Gobierno es incapaz de adoptar las decisiones -duras a veces- necesarias para sacarnos de la crisis y, en lugar de eso, se dedica a abrir debates donde no era necesario abrirlos -como el del aborto-, el resultado es la expresión del rechazo y el descontento, y como tal debería asumirlo Rodríguez quien, según recuerdo, dijo que se haría responsable del mismo.

Con todo, a derecha e izquierda se escucha un mensaje parecido: “no ha sido apabullante la victoria”, “con la que está cayendo el PP tenía que haber ganado por 14 puntos”. Y se recuerda la victoria por diez puntos de las europeas del 94. Es cierto que entonces el PP ganó por ese margen, pero no fue gracias al PP, sino a IU que entonces obtuvo un 13% de los votos, y en cualquier caso tanto en número de votos como en porcentaje la victoria del pasado domingo fue mayor. Cualquier resultado para el Gobierno por debajo del 40% de los votos era un desastre y obligaba a una seria autocrítica, pero no parece que Rodríguez esté dispuesto a hacerla, al menos por ahora. Los resultados del domingo son demoledores para el Gobierno y para el PSOE: han perdido cinco puntos y seiscientos mil votos. Con un resultado parecido en unas generales el PP gobernaría con mucha más tranquilidad de la que ahora tiene el PSOE, y sin duda mejor y con menos facturas de lo que lo hizo Aznar en 1996 y Rodríguez en 2004 y 2008, y sus victorias no las cuestionó nadie. Esa es la realidad, la disfrace cada uno de lo que la disfrace. El éxito de Rajoy es rotundo, y se fundamenta en ese cambio que comenzó en el Congreso de Valencia y que se ha ido consolidando a medida que ha ido pasando el tiempo, un cambio en el que los ciudadanos han encontrado moderación, respeto, tolerancia y, sobre todo, confianza y sentido común. Esos son los mimbres con los que Rajoy tiene ahora que conformar una alternativa en la que no quepa discusión alguna, una alternativa reformista, regeneradora y sin complejos, que no tenga miedo a decir la verdad sobre lo que hay que hacer para salir de esta crisis, porque los ciudadanos han entendido que los sacrificios son necesarios. Una alternativa, por otro lado, a la nada que reina a su izquierda y a su derecha.

Ya no hay duda. Ya no caben ni críticas de tapadillo ni conspiraciones de salón. Sé que hablar de esto será como predicar en el desierto -y lo que hay a derecha e izquierda de Rajoy es un verdadero desierto de inteligencia-, pero me da igual. Mariano Rajoy es el gran triunfador de las elecciones europeas del pasado domingo, aunque a algunos les cueste tanto aceptarlo que parece que padezcan de retortijones antes que reconocer la victoria del político gallego. Una victoria contundente, les guste o no, que sitúa al PP como primera fuerza política a nivel nacional y que, como bien se encargó de recordar el propio Rajoy esa noche, avala los cambios introducidos en el PP en el pasado Congreso de Valencia. Pero, sobre todo, viene a consolidar la tendencia creciente iniciada el pasado mes de marzo, y a dar la razón a quienes desde el primer momento apostamos por otro estilo de hacer política, el estilo Rajoy, aunque también a veces nos cueste comprenderlo. Rajoy ha ganado –porque ha ganado Rajoy, no les quepa ninguna duda-, y ha sentenciado la disidencia. A pesar de que ya en marzo su liderazgo salió muy fortalecido, es ahora cuando ha quedado definitivamente consolidado. Ya no hay alternativa que valga, porque cualquier alternativa significaría en este momento abrir en canal al PP cuando más claras son sus posibilidades de victoria: Rajoy ha dejado de ser un líder cuestionado para convertirse en una garantía de triunfo, y eso es lo que han votado los ciudadanos el pasado domingo, así que me parece muy bien que en el PSOE se alegren. Yo también me alegro porque esto significa que a Rodríguez le quedan dos telediarios.