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De resaca electoral nada: Zapatero sigue borracho de autoestima
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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De resaca electoral nada: Zapatero sigue borracho de autoestima

Cada día que pasa Rodríguez se parece más a Felipe González. ¿Se acuerdan de cuando aquél dijo aquello de que había entendido el mensaje? Al menos,

Cada día que pasa Rodríguez se parece más a Felipe González. ¿Se acuerdan de cuando aquél dijo aquello de que había entendido el mensaje? Al menos, en el caso de González parecía que las derrotas electorales y las protestas de la gente hacían mella en él, aunque luego acabara haciendo de su capa un sayo, y si bien había entendido el mensaje, se equivocaba en su traducción. Pero a González, igual que le pasara a Aznar al final de su segunda legislatura, le pudo el peso de la púrpura y se creyó poseído de una especie de don divino que le preservaba de cualquier reacción en su contra de la opinión pública. ¿Se acuerdan, también, de cuando Aznar esgrimía su mayoría absoluta para defender la posición de España respecto a la Guerra de Iraq? Era evidente que solo unos pocos apoyábamos lo que se estaba haciendo y que la mayoría de la opinión pública española lo rechazaba, pero Aznar no quiso verlo. Rodríguez tampoco quiere ver las elecciones del pasado domingo como un castigo, y lo cierto es que lo son. El PSOE ha perdido, con el mismo nivel de participación, más de seiscientos mil votos y cinco puntos, y la pregunta no es cuántos puede ganar en unas generales, sino cuántos más puede perder en comparación con las de 2008.

La derrota del domingo no es una derrota cualquiera. Se podrá vestir de muchas formas, y los plumillas paniaguados a sueldo de Ferraz enseguida han puesto paños calientes y sordinas a la debacle, pero lo es, sin lugar a dudas. Lo es hasta tal punto que Rodríguez ha estado desaparecido durante tres días, como si se lo hubiera tragado la tierra, demostrando que solo es capaz de dar la cara cuando los vientos le son favorables, pero que cuando las circunstancias le son adversas, entonces envía a sus peones a batirse en la difícil coyuntura de las explicaciones. Unas explicaciones que sólo puede dar él, porque si del resultado del domingo puede sacarse alguna conclusión, ésta es la de que los ciudadanos no le han castigado por la crisis, sino por cómo este Gobierno ha hecho frente a la crisis, primero negándola –y mintiendo-, luego minusvalorándola –y abundando en la mentira-, y finalmente ninguneándola con falsas promesas de una pronta recuperación –y mintiendo más, si cabe-. De hecho, junto a Gran Bretaña y Portugal, el español es el tercer gobierno socialista castigado en las urnas por su incapacidad para hacer frente a la difícil situación económica, mientras que el resto de gobiernos europeos han salido bastante bien parados, quizás porque sus ciudadanos han percibido sinceridad en sus posiciones y esfuerzo en sus decisiones, mientras que aquí Rodríguez se ha pasado varios pueblos con sus mentiras y su demagogia.

Por eso la cobardía de Rodríguez es aún más grave. El presidente es incapaz de dar una explicación razonable de lo ocurrido, y mucho menos de aceptar sus errores y equivocaciones. Lejos de eso, lo que hace es exigir sosiego al PP, negándole su derecho a saborear la victoria, un derecho que debe pensar que solo le pertenece a él. Pero lo cierto es que Rodríguez hurta a los ciudadanos esa necesaria explicación de lo ocurrido, y se refugia en los once millones de votos de hace un año. ¿Lo ven? González, Aznar… Es el síndrome de La Moncloa. Rodríguez se cree investido de ese mismo don que le preserva de cualquier contrariedad, y es verdad que tuvo once millones de votos hace un año, pero también lo es que ninguno de esos votos conlleva un compromiso de permanencia como si se tratara de un alta de línea telefónica. Es más, probablemente buena parte de esos once millones de votos estén hoy tan arrepentidos como cabreados, y de seguir por este camino de incompetencia y demagogia persuasiva, le acabarán echando a patadas. La pena es que el resultado de hace un año le permite a Rodríguez respirar con cierta tranquilidad porque siempre tendrá a su mano una chequera con la que comprar los votos de los minoritarios en el Congreso para salvar la debilidad que le acompaña. Otra cosa es que en su propio partido empiecen a levantarse voces cuestionándole, y es probable que eso ocurra más pronto que tarde. Ojalá.

Cada día que pasa Rodríguez se parece más a Felipe González. ¿Se acuerdan de cuando aquél dijo aquello de que había entendido el mensaje? Al menos, en el caso de González parecía que las derrotas electorales y las protestas de la gente hacían mella en él, aunque luego acabara haciendo de su capa un sayo, y si bien había entendido el mensaje, se equivocaba en su traducción. Pero a González, igual que le pasara a Aznar al final de su segunda legislatura, le pudo el peso de la púrpura y se creyó poseído de una especie de don divino que le preservaba de cualquier reacción en su contra de la opinión pública. ¿Se acuerdan, también, de cuando Aznar esgrimía su mayoría absoluta para defender la posición de España respecto a la Guerra de Iraq? Era evidente que solo unos pocos apoyábamos lo que se estaba haciendo y que la mayoría de la opinión pública española lo rechazaba, pero Aznar no quiso verlo. Rodríguez tampoco quiere ver las elecciones del pasado domingo como un castigo, y lo cierto es que lo son. El PSOE ha perdido, con el mismo nivel de participación, más de seiscientos mil votos y cinco puntos, y la pregunta no es cuántos puede ganar en unas generales, sino cuántos más puede perder en comparación con las de 2008.