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No es por provocar, ¿a qué esperan para montarla?
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Federico Quevedo

Dos Palabras

Por

No es por provocar, ¿a qué esperan para montarla?

La historia de la Humanidad está plagada de situaciones semejantes a la que ahora vivimos en España: gobernantes inútiles, tiranos o corruptos… y ciudadanos que no

La historia de la Humanidad está plagada de situaciones semejantes a la que ahora vivimos en España: gobernantes inútiles, tiranos o corruptos… y ciudadanos que no se resignan y se levantan contra el poder. Allí donde no hay democracia, la revuelta social se transforma en revolución, y allí donde se permite al pueblo votar o expresar de otro modo su rechazo, éste se canaliza por distintas vías, algunas más duras que otras –observen lo que ocurre en Grecia- que generalmente conducen a las urnas. Da igual que hablemos de las revueltas sangrientas de antaño o de las manifestaciones y las movilizaciones más cívicas de ahora, en cualquier caso se trata de lo mismo, de que el pueblo manifieste su hartazgo con una situación injusta y que ya no soporta más. Hay veces, sin embargo, en las que al pueblo le cuesta reaccionar, bien porque se ha instalado en una cierta complacencia y un acomodado dolce farniente, o bien porque no hay líderes sociales que lo inciten a movilizarse, o por ambas cosas a la vez. En esas situaciones los gobernantes tienden a aprovecharse de la situación, a veces para exprimir a los ciudadanos más allá de lo razonable.

 

En la película Leones por corderos, el personaje que interpreta Robert Redford, el Dr. Malley, se dirige a uno de sus alumnos y le dice lo siguiente: “El problema no es con la gente que inició esto. El problema es de todos nosotros, que no hacemos nada”. El film, dirigido por el propio Redford, es una dura crítica a la Administración Bush y a la pasividad de la sociedad norteamericana ante la Guerra de Iraq. Lo cierto es que aquella sociedad reaccionó ante un dirigente nefasto y una política que empobreció al país y lo condujo, no solo a una guerra, sino a una dramática crisis económica, pero la crítica cabe hacerla extensiva a la situación en nuestro país. Una situación que aglutina todos los ingredientes para el drama: un gobernante insensato, una política nefasta, una situación social dramática, una crisis económica de envergadura, una crisis social e institucional intensas… Los leones que nos gobiernan han llevado al país al límite, y en el colmo de la locura a la que se han entregado quieren hacer pagar los platos rotos de su desastrosa gestión a quienes menos culpa tienen del desastre. La inscripción que reza en la lápida del padre de Robin Hood, personaje magistralmente interpretado por Rusell Crow en la enésima película sobre el personaje esta vez dirigida por Ridley Scott, viene al pelo: “Alzaos una y otra vez, hasta que los corderos se vuelvan leones”.

Un hombre derrotado

Y eso es, exactamente, lo que este país necesita: una reacción social. La imagen del presidente Rodríguez el pasado miércoles es la de un hombre derrotado, un dirigente que ha perdido la batalla pero que, sin embargo, está decidido a conducir a su pueblo hasta la derrota final salvo que éste se levante y le plante cara. Se que habrá quien malinterprete mis palabras, pero no les estoy incitando a nada que se salga de los cauces democráticos, sino a que dentro de estos los ciudadanos manifiesten su hartazgo y su rechazo a un gobernante que en estos momentos se ha convertido, no en parte del problema, sino en el problema mismo. La impresión generalizada tras el debate del pasado miércoles, incluida la prensa tradicionalmente adicta al régimen, era la de un Rodríguez vencido que había tenido que someter su ideología a la dramática realidad que los líderes europeos y el propio Obama habían puesto delante de sus ojos. Impresión generalizada con alguna que otra sorprendente excepción como la que hemos podido leer en este mismo periódico. Desde un punto de vista puramente económico, es cierto que las medidas presentadas por Rodríguez eran inevitables y, en ese sentido, ha hecho lo que se le venía pidiendo que hiciera. Pero la situación a la que nos enfrentamos trasciende de lo meramente económico y desde una perspectiva política mucho más amplia lo que hizo Rodríguez el pasado miércoles fue enarbolar la bandera blanca de la rendición.

La imagen del presidente Rodríguez el pasado miércoles es la de un hombre derrotado

¿Qué ha pasado? Sencillo: durante todo este tiempo atrás el Gobierno ha optado por la política de la centrifugación del gasto sin detenerse a pensar que en lugar de reactivar la economía lo que estaba haciendo era engordar el déficit y que éste, lejos de ayudar a salir de la crisis, lo que hacía era sumirnos más en ella y provocar al mismo tiempo una crisis aún más peligrosa como luego se ha visto, la crisis de deuda. Yo me he hartado de explicar en estas páginas que más gasto no conllevaba necesariamente una garantía de reactivación económica como, sin embargo, si han defendido otros que ahora tienen que tragarse sus palabras y sus respuestas airadas. Es cierto que la crisis obligaba –como ha pasado en Alemania y Francia-, a forzar un poco el recurso al déficit para hacer frente a determinados compromisos, pero este Gobierno no ha hecho un uso racional de la flexibilidad que la propia UE ha permitido en esa materia, sino que optó por tirar la casa por la ventana. Fíjense solo en un pequeño detalle: durante el pasado año el Gobierno dedicó 8.000 millones de euros al Fondo Estatal de Inversión Local, el llamado Plan E, que no ha servido para nada más allá del maquillaje de las cifras del paro durante unos meses a base de levantar aceras y plantar geranios. Esos 8.000 millones es algo más de la mitad de los 15.000 que ahora nos exige recortar la UE y el FMI, y bastante más de lo que se va a ahorrar el Estado congelando las pensiones y reduciendo un 5% el salario de los funcionarios. Por eso, a la pregunta de si esto podía haberse evitado, la respuesta solo puede ser SI.

España, convertida en un protectorado

Luego solo hay un culpable, un responsable de haber llegado a una situación en la que nuestro país se ha convertido en una especie de protectorado de la UE y el FMI como muy bien denunció el pasado miércoles un Mariano Rajoy que, al contrario de lo que alguno piensa llevado solo por una visión economicista de la situación, salió absolutamente fortalecido como líder de la oposición y alternativa a este Gobierno. Y el culpable, el responsable, se llama José Luis Rodríguez Zapatero. Y sólo hay una solución al problema, que es extirparlo, es decir, que se vaya. Obviamente él no lo va a hacer por iniciativa propia, luego será necesario exigírselo. Podemos hacerlo nosotros desde las tribunas mediáticas, pero ya se sabe el poco caso que hace Rodríguez al parlamento de papel. Pero si hay algo que teme Rodríguez es la calle, porque le aterra pensar que pueda acabar teniendo que salir por la puerta de atrás del Palacio de La Moncloa, y porque le horroriza la idea de terminar igual que Aznar, con la diferencia de que Aznar dejó el poder con un balance positivo, y el de Rodríguez será, sin duda, el peor balance de toda la democracia, incluida la desastrosa experiencia de trece años de socialismo con Felipe González, a quien tanto se añora estos días pero de quien hay que recordar que dejó al país en bancarrota. El socialismo empobrece a los pueblos, y ya va siendo hora de que esta lección se aprenda de una vez por todas.

En mi humilde condición de columnista de este diario y de comentarista político, no sabría decirles a ustedes cómo articular ese movimiento de respuesta ciudadana que considero inevitable si el país quiere que se produzca un cambio que permita afrontar las graves reformas que nuestra todavía joven democracia requiere, pero me consta que en las redes sociales comienzan a florecer numerosas iniciativas en ese sentido. El objetivo final debe conducir, como no puede ser de otra manera, a la convocatoria de elecciones generales anticipadas si no queremos que la situación se deteriore aun más. Porque, no lo olvidemos, las medidas anunciadas el miércoles por Rodríguez en el Congreso, son solo un primer envite que ha ayudado a tranquilizar un poco los mercados, y no mucho a la vista de la reacción de las bolsas, pero es más que probable que no hayan contenido la presión porque la desconfianza hacia nuestro país sigue indeleble y la preocupación es total en las principales cancillerías europeas y en Estados Unidos. Y es que este hombre se puede arrogar el mérito de haber estado a punto de colapsar la economía mundial. Y lo ha hecho él solito. Pero como supongo que ninguno de ustedes, ni yo tampoco, tiene ganas de que la historia nos recuerde como el país que hundió la economía del mundo occidental en los primeros compases del Siglo XXI, lo mejor es no arriesgarse y mandar a su casa a este personaje. Lo podemos hacer, sin estridencias ni convulsiones, simplemente exigiéndoselo donde más le duele que se haga: en la calle. Ya lo saben, podemos seguir siendo corderos, o convertirnos en leones.

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La historia de la Humanidad está plagada de situaciones semejantes a la que ahora vivimos en España: gobernantes inútiles, tiranos o corruptos… y ciudadanos que no se resignan y se levantan contra el poder. Allí donde no hay democracia, la revuelta social se transforma en revolución, y allí donde se permite al pueblo votar o expresar de otro modo su rechazo, éste se canaliza por distintas vías, algunas más duras que otras –observen lo que ocurre en Grecia- que generalmente conducen a las urnas. Da igual que hablemos de las revueltas sangrientas de antaño o de las manifestaciones y las movilizaciones más cívicas de ahora, en cualquier caso se trata de lo mismo, de que el pueblo manifieste su hartazgo con una situación injusta y que ya no soporta más. Hay veces, sin embargo, en las que al pueblo le cuesta reaccionar, bien porque se ha instalado en una cierta complacencia y un acomodado dolce farniente, o bien porque no hay líderes sociales que lo inciten a movilizarse, o por ambas cosas a la vez. En esas situaciones los gobernantes tienden a aprovecharse de la situación, a veces para exprimir a los ciudadanos más allá de lo razonable.

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