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La huelga del 29-S y esa rastrera moral de la izquierda
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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La huelga del 29-S y esa rastrera moral de la izquierda

Yo he visto a Cándido Méndez comiendo en el Villamagna. Y no una, sino al menos tres veces. Hará dos años cerraron el hotel por reforma

Yo he visto a Cándido Méndez comiendo en el Villamagna. Y no una, sino al menos tres veces. Hará dos años cerraron el hotel por reforma y desde que lo han reabierto nadie ha vuelto a invitarme a comer allí, luego no puedo asegurar que Méndez haya seguido acudiendo, pero doy fe de que iba. ¿Es esto importante? No debería, pero el hombre ha puesto tanto empeño en desmentir su presencia a la hora del almuerzo en restaurantes caros que, dado que es evidente que sufre algún tipo de amnesia temporal o pasajera -probablemente producto del estrés por la jornada de huelga general de mañana miércoles-, es de bien nacidos recordárselo para ayudarle a recuperar la memoria perdida. Seguramente si preguntan ustedes a algunos de mis compañeros de los que habitualmente cubren la información sociolaboral, les darán cuenta también de otros tantos restaurantes de los caros a los que acude con cierta asiduidad el líder de UGT. Pero, insisto, ¿es esto importante? No debería de serlo: estamos en un país aparentemente libre, en una sociedad desarrollada en pleno siglo XXI y no tendría porqué sorprendernos que alguien con un sueldo que ya les gustaría a muchos se permita ciertos lujos. ¿Por qué este asunto suscita un debate intenso entonces? Pues por algo que ya expuse tal día como hoy la semana pasada y que me costó toda clase de insultos, improperios y amenazas, pero que voy a seguir denunciando (me cueste lo que me cueste) a pesar de los enemigos de la libertad de expresión: la doble y  rastrera moral de la izquierda.

Es bien simple, y ustedes que son personas inteligentes habrán percibido sin duda alguna el sentido de mi crítica: no se puede ir por la vida presumiendo de ser la Madre Teresa de Calcuta, y después comportarse como un George Soros cualquiera. Dicho de otro modo, cuando todavía, en pleno siglo XXI, se mantiene vivo un lenguaje revolucionario, se echa la culpa al ‘capital’ de todos los males de la humanidad, se continúa demonizando al empresario y se considera la globalización como el infierno en la tierra, no cabe rendirse a los encantos del salvaje capitalismo y pretender encima el aplauso general. Da igual que se trate de unos trajes pret a porter que de comer en El Bulli, es un problema de actitud y de doble moral: si se va por la vida dando lecciones hay que ser el primero en cumplirlas. Y la izquierda tiene demasiada costumbre de dar lecciones, de repartir certificados de demócratas, de progresistas, etcétera, etcétera, y luego a la hora de la verdad resulta que los mismos que sellan esos certificados son los que atentan contra la libertad de expresión de los demás, son los que se rasgan las vestiduras a la menor crítica y vierten toda clase de improperios cuando se les descubre la trampa y la farsa sobre la que han montado su opulenta existencia. Pero se les ha visto el plumero: es tan evidente que toda esa prédica que trata de convencernos de su compromiso con los más débiles, con los que han perdido su trabajo y hoy engrosan las filas de los desencantados del socialismo, es pura fachada de cartón-piedra, más falsa de que una moneda de juguete, que resulta lógico el sentir mayoritario de los trabajadores de este país absolutamente reacios a secundar mañana la convocatoria de huelga general.

De ahí que el propio Gobierno de Rodríguez haya tenido que acudir en auxilio de las centrales sindicales, de Méndez y de Toxo, para garantizarles un éxito suficiente en el paro gracias a unos servicios mínimos que son una auténtica coña marinera, porque lejos de garantizar el derecho de los ciudadanos a acudir a su puesto de trabajo, lo que hacen es obstaculizarlo de manera consciente. Mañana, entre el Ejecutivo y los sindicatos se han propuesto que pare el suficiente porcentaje de trabajadores como para poder decir que la huelga les ha salido bien a UGT y a CCOO, pero tampoco mal al Gobierno, y así todos contentos y pasado mañana vuelta a los abrazos y las palmaditas en la espalda. ¡Pandilla de hipócritas! ¡Malditos bastardos! Esto es un engaño con todas las de la ley, un engaño a las clases más desfavorecidas, a los desempleados, a los pensionistas, a los mileuristas, a los inmigrantes, a los marginados sociales, a los dependientes y a todos aquellos que por culpa de la crisis se han visto obligados a rebajarse a niveles a los que nunca hubieran sospechado que iban a llegar: pedir en la calle, acudir a los comedores sociales, recoger ropa de las parroquias… Y todo esto aplaudido y avalado por una corte de plumíferos de pacotilla, de viles servidores del peor de los estalinismos, de tipos a los que se les debería caer la cara de vergüenza cuando se permiten encima el lujo de censurarnos a los demás nuestro derecho a la crítica.

Si hay una huelga general que nadie debería secundar es la de mañana, porque no hacerlo es más que una respuesta a los sindicatos y a su complacencia y servilismo con un Gobierno de inútiles que nos ha llevado a esta situación con el concurso de las propias centrales y su entusiasta colaboración. Es una respuesta a toda la izquierda, es una manera de decirles a estos progres sin vergüenza que nosotros lo que queremos es trabajo, trabajo y trabajo, y vivir en paz sin que nadie nos enfrente y nos divida, y poder elegir libremente lo que queremos y lo que no sin que nadie nos diga lo que tenemos y lo que podemos hacer, y que estamos hartos de ese chollo moral del que abusan para darnos lecciones a los demás y del chollo económico en el que se han instalado a costa de nuestros impuestos y que les permite vivir como los ricos a los que luego odian. Ya sé que decir esto me va a costar la reacción violenta de algunos, pero es evidente que el ejercicio de esta profesión se ha visto ensuciado y mancillado por la intrusión de gente que se dicen periodistas, pero que a la vista de lo que hacen y lo que cobran por hacerlo habría que decir que lejos de ejercer el periodismo ejercen otra profesión que también empieza por ‘p’. Pero hay que decir basta ya a ese permanente abuso de su supuesta superioridad moral, y mañana podemos hacerlo dándoles una patada en el culo de la huelga. Yo, al menos, se la voy a dar y bien gorda.

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Yo he visto a Cándido Méndez comiendo en el Villamagna. Y no una, sino al menos tres veces. Hará dos años cerraron el hotel por reforma y desde que lo han reabierto nadie ha vuelto a invitarme a comer allí, luego no puedo asegurar que Méndez haya seguido acudiendo, pero doy fe de que iba. ¿Es esto importante? No debería, pero el hombre ha puesto tanto empeño en desmentir su presencia a la hora del almuerzo en restaurantes caros que, dado que es evidente que sufre algún tipo de amnesia temporal o pasajera -probablemente producto del estrés por la jornada de huelga general de mañana miércoles-, es de bien nacidos recordárselo para ayudarle a recuperar la memoria perdida. Seguramente si preguntan ustedes a algunos de mis compañeros de los que habitualmente cubren la información sociolaboral, les darán cuenta también de otros tantos restaurantes de los caros a los que acude con cierta asiduidad el líder de UGT. Pero, insisto, ¿es esto importante? No debería de serlo: estamos en un país aparentemente libre, en una sociedad desarrollada en pleno siglo XXI y no tendría porqué sorprendernos que alguien con un sueldo que ya les gustaría a muchos se permita ciertos lujos. ¿Por qué este asunto suscita un debate intenso entonces? Pues por algo que ya expuse tal día como hoy la semana pasada y que me costó toda clase de insultos, improperios y amenazas, pero que voy a seguir denunciando (me cueste lo que me cueste) a pesar de los enemigos de la libertad de expresión: la doble y  rastrera moral de la izquierda.