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Susto o muerte: lo podrido está en la herencia del PSOE
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Susto o muerte: lo podrido está en la herencia del PSOE

Les voy a contar una cosa que seguramente ustedes no saben: por dos veces consecutivas, dos, la actual vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, reclamó

Les voy a contar una cosa que seguramente ustedes no saben: por dos veces consecutivas, dos, la actual vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, reclamó por escrito a la ya ex vicepresidenta económica del Gobierno socialista, Elena Salgado, que le hiciera constar de forma oficial su previsión de déficit público para el cierre del ejercicio 2011. Y por dos veces, dos, la ex vicepresidenta Elena Salgado declinó darle esa información, miró para otro lado, hizo como que no se enteraba, etcétera, etcétera. El hecho de que eso fuera así no enturbia la educación y las buenas maneras con las que se ha llevado a cabo el traspaso de poderes, pero obviamente dice mucho de un Gobierno que hasta el último momento, hasta el último minuto, ha ocultado la verdad a los españoles.

Una verdad con la que tan cerca como el lunes de hace una semana se encontró el nuevo Gobierno encima de la mesa sin darle casi tiempo para reaccionar. En dos días, consciente de que estaba obligado a aprobar la prórroga de los Presupuestos de 2011 por decreto antes de que acabara el año, debía poner en marcha un ajuste muy superior a lo que tenía previsto. Para que ustedes lo entiendan, dos puntos más de déficit -y eso suponiendo que la cifra final sea el 8%, y no más- significan 20.000 millones más y si el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se había comprometido a reducir el déficit en 16.500 millones, ese dato obligaba al nuevo Gobierno a poner en marcha un recorte de 36.500 millones de euros. Casi nada. Opciones: teniendo en cuenta que la mayor parte del gasto público se destina al pago de intereses de la deuda y a servicios sociales básicos -educación y sanidad, principalmente-, al Gobierno solo le quedaba el camino de aplicar la tijera en lo segundo porque en lo primero es imposible, o el camino de buscar ingresos extra que atenuaran el impacto negativo de semejante situación.

Es decir, susto o muerte. Y eligió susto. No quedaba otra. No había más alternativas, y por eso son profundamente injustas algunas de las cosas que se están escribiendo y diciendo estos días, y me extraña de manera especial algunas que se han escrito en este mismo periódico por parte de gente que yo presumía sobradamente preparada para darse cuenta de cuál era la verdadera situación que atraviesa el país y que ha obligado al Gobierno del PP a tomar las decisiones que ha tomado.

Ahora se vuelve más comprensible la reticencia de Mariano Rajoy a concretar medidas que en las actuales circunstancias ni él mismo era capaz de adivinar si podría adoptarlas.

La crítica fundamental parte de la premisa de que el PP ya conocía cuál era la desviación del déficit porque desde mayo gobierna en la mayoría de las CCAA y que, aún así, ocultó su pretensión de subir impuestos para corregir esa desviación. Pero quienes esto esgrimen deberían tener en cuenta que durante la campaña electoral el Gobierno socialista, que ya conocía también esa desviación porque las CCAA había aportado los nuevos datos, seguía insistiendo en que el año se cerraría con un déficit del 6% o, como mucho, con una desviación de unas décimas, porque los desfases autonómicos se compensaban con el ajuste en las cuentas de la Administración Central, y esa era, nos guste o no, la información ‘oficial’ que tenía el PP y que teníamos todos los españoles, más allá de la ‘fe’ que pudiéramos tener todos en las afirmaciones del anterior Gobierno.

Es verdad, para qué engañarse, que el Gobierno ha elegido un camino para el que no nos había preparado. Es más, había dicho que tomaría el camino contrario durante la campaña electoral. Ciertamente, esto merece una reflexión aparte sobre hasta dónde deben y pueden llegar los partidos políticos en las campañas electorales, pero ahora se vuelve más comprensible la reticencia de Mariano Rajoy a concretar medidas que en las actuales circunstancias ni él mismo era capaz de adivinar si podría adoptarlas. Tanto es así, que la decisión de subir impuestos ni siquiera cabía en el imaginario colectivo ‘popular’. Incluso, yendo más lejos, tampoco en el socialista, que de lo que acusaba al PP era de tener un programa oculto para cargarse el Estado del Bienestar, no de ocultar una subida de impuestos para mantenerlo, porque eso no cuadraba con la etiqueta de ‘neoliberalismo salvaje’ con que se calificaba al PP.

Pero si alguna lección podemos sacar de esta crisis es que, al menos temporalmente, ha matado las ideologías: no era imaginable que un Gobierno de izquierdas se comprometiera por mandato constitucional a limitar el déficit, como tampoco lo era que un Gobierno de centro-derecha subiera los impuestos para combatirlo sin perjudicar partidas esenciales del gasto social.

Lo que debería de hacer ahora el Partido Socialista, y el señor Rubalcaba al frente, es explicarnos a los ciudadanos por qué su partido y su Gobierno nos han dejado esta situación tan extrema. Asumir, si cabe, una cota más de responsabilidad que la que ya han asumido en las urnas, o al menos entonar un mea culpa que sería muy de agradecer. Ayer, un destacado miembro del nuevo Gobierno me preguntaba por la mañana si “alguien con dos dedos de frente puede pensar que hacemos esto sin pensar en todo lo que supone…”. Pues hay quien sí lo hace, hay quien realmente cree que esta cesión a los principios está motivada por alguna extraña suerte de pérdida de juicio, pero más juicio han perdido quienes lo sostienen, porque no parece sensato creer que este Gobierno haya optado de pronto por el suicidio sin venir a cuento.

Ni cien días de gracia se le han dado a un Ejecutivo al que encima desde algunas tribunas se acusa de estar formado por políticos que llevan toda la vida en la poltrona… Nada más falso. Puede ser verdad en un par de casos, pero la inmensa mayoría de los componentes de este Gobierno tiene perfectamente asegurada su subsistencia fuera de la política, y eso es lo que hace que su dedicación sea mucho más comprometida con el interés general que aquello a lo que estábamos acostumbrados hasta ahora, y por eso no es creíble pensar que el Gobierno haya hecho lo que ha hecho con un ánimo irrazonable de jorobar al personal.

Les voy a contar una cosa que seguramente ustedes no saben: por dos veces consecutivas, dos, la actual vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, reclamó por escrito a la ya ex vicepresidenta económica del Gobierno socialista, Elena Salgado, que le hiciera constar de forma oficial su previsión de déficit público para el cierre del ejercicio 2011. Y por dos veces, dos, la ex vicepresidenta Elena Salgado declinó darle esa información, miró para otro lado, hizo como que no se enteraba, etcétera, etcétera. El hecho de que eso fuera así no enturbia la educación y las buenas maneras con las que se ha llevado a cabo el traspaso de poderes, pero obviamente dice mucho de un Gobierno que hasta el último momento, hasta el último minuto, ha ocultado la verdad a los españoles.