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¿Tiene Rajoy un plan para evitar la hecatombe?
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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¿Tiene Rajoy un plan para evitar la hecatombe?

Defino hecatombe, que no es otra cosa que el peor de todos los escenarios posibles, aquel en el que el Reino de España acabará siendo intervenido

Defino hecatombe, que no es otra cosa que el peor de todos los escenarios posibles, aquel en el que el Reino de España acabará siendo intervenido por las huestes de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, con una recesión de caballo que podría llevarnos a superar los seis millones de parados, unos niveles inasumibles de pobreza, una creciente conflictividad social producto de la desesperación colectiva y un escenario político de crecimiento inexorable de partidos de corte extremista-populista por la izquierda y la derecha al tiempo que los dos partidos garantes de la estabilidad política se hunden en el abismo que ellos mismos han colaborado a crear. No piensen que esto es una exageración: las dos auditoras independientes que han hecho el primer examen a la banca se han colocado en un escenario extremo que conllevaría una caída del PIB del 6,5%. Sin necesidad de llegar a tal punto, tan solo la mitad del recorrido -un retroceso de la actividad entorno al 3%- nos llevaría a una situación como la descrita.

Hay quienes creen que el Gobierno ha tardado tanto en reaccionar que va a ser imposible evitar la catástrofe económico-político-social que se avecina; auguran una legislatura corta a pesar de la mayoría absoluta del PP y un Parlamento en el futuro muy fragmentado, sin mayorías claras, con una fuerte presencia de la izquierda más vinculada a los movimientos antisistema y de alguna clase de partido de corte fascista-populista cuyo embrión sería UPyD. Es una locura, cierto, pero también lo es que tanto a la izquierda como a la derecha se manejan mensajes que en estos tiempos de crisis conectan muy bien con el sentir de la mayoría de los ciudadanos y con la indignación general, y a su éxito contribuye el terror que sienten los partidos mayoritarios a introducir cualquier modificación del statu quo que pueda suponer para ellos una pérdida no ya de poder, sino de privilegios. Y me consta que tanto en el PP como en el PSOE, hay gente que empieza a preocuparse seriamente por los riesgos que tendría un deterioro de la situación hasta ese extremo.

Del discurso de Rajoy al plenario de la CEOE el lunes cabe pensar que, en efecto, tiene un plan, no se si tardío, pero plan al fin y al cabo. Pero hasta que no empiece a detallarlo no podremos saber si ese plan es suficiente, y lo suyo es que lo hubiera detallado en el difunto Debate sobre el Estado de la Nación

Sin embargo, en el PP son pocos los que se atreven a expresar nada que pueda alterar el gesto imperturbable de Mariano Rajoy, quien debe de carecer de gente en su entorno que le abra los ojos sobre la realidad de lo que está pasando. Por alguna extraña razón que nunca alcanzaré a entender, los líderes políticos se transforman en cuanto llegan al poder y se alejan de un modo muy preocupante del sentir de la ciudadanía. No se si es el llamado síndrome de La Moncloa o simplemente que nadie se atreve a decirles la verdad, pero lo cierto es que ese distanciamiento se vuelve preocupante. Y en el PSOE, que quieren que les diga… después de habernos conducido a paso firme hasta la peor crisis de nuestra historia ahora se encuentra sometido a un proceso de cuestionamiento interno que hace imposible encontrar interlocutores válidos y con dos dedos de frente, que dejen a un lado las rencillas internas y los intereses partidarios para mirar al futuro con el único aliciente del interés general. Me consta que hay gente que estaría dispuesta a sentarse a hablar con el PP de todo esto y a buscar soluciones conjuntas, pero no tienen suficiente peso específico en la organización como para plantearlo de modo que pueda servir para algo.

Así que solo podemos confiar en que Mariano Rajoy tenga un plan. Lo tenía cuando llegó el PP al poder, pero las circunstancias hicieron que se demostrara insuficiente y los tiempos se han ido adelantando a cada uno de sus movimientos, ofreciendo esa imagen de improvisación que tanto había querido evitar en los primeros compases de su mandato. “La Unión Europea no va a permitir que un Gobierno con mayoría absoluta y que garantiza estabilidad política en la cuarta economía de la eurozona caiga así, sin más, porque eso tendría unos riesgos sistémicos que hoy son imposibles de predecir”, me dice un alto cargo del PP. Puede ser, pero sería un enorme error confiar la solución de nuestros problemas a su propio tamaño sin hacer nada por nuestra parte, porque a lo mejor resulta que la UE acaba dándonos por imposible, aunque eso suponga tener que volver a refundar el euro. El problema es que cualquier cosa que digamos ahora nos puede parecer una locura, pero si hace un par de años, incluso hace un año, hubiésemos hecho un relato de la situación actual también hubiéramos pensado que era una locura, y aquí estamos.

Del discurso de Rajoy al plenario de la CEOE el lunes cabe pensar que, en efecto, tiene un plan, no se si tardío, pero plan al fin y al cabo. Pero hasta que no empiece a detallarlo no podremos saber si ese plan es suficiente, y lo suyo es que lo hubiera detallado en el difunto Debate sobre el Estado de la Nación. Y ese plan no puede circunscribirse solo a modificar los tramos del IVA, bajar el sueldo a los funcionarios, quitar la deducción por vivienda y recortar el periodo de percepción de la prestación por desempleo, que son las exigencias que nos hace la UE para alargar hasta 2014 el objetivo del 3% de déficit. Eso no solo no es suficiente, sino que sin otras medidas de acompañamiento puede suponer un desgaste añadido para el PP muy difícil de levantar en el futuro. Ese plan debe ir acompañado de gestos y de medidas muy contundentes y muy firmes que de una vez por todas metan en vereda los excesos a los que nos hemos acostumbrado durante todo este tiempo atrás.

Excesos que son, en definitiva, los verdaderos responsables de haber llegado a esta situación. Ustedes, lectores inteligentes y tan extraordinariamente preocupados por la situación del país como lo estoy yo, saben perfectamente a qué me refiero; pero, por si acaso, habrá tiempo en una posterior entrega de hacer esa crónica del despilfarro y la corrupción sistémica que nos han conducido a este infierno. Todavía hoy seguimos teniendo ejemplos sangrantes para la mayoría de los ciudadanos, como lo vivido en el seno del CGPJ o la irreductible tenacidad regionalista de seguir manteniendo las famosas ‘embajadas’ en el exterior -que no sirven para nada más que para pagar favores a los amigos-, la compra de 36 coches de lujo por parte de la Diputación de Sevilla o el contrato de 1,7 millones de euros para teléfonos móviles de sus señorías los senadores. Por no hablar, por supuesto, de la afrenta que supone que los directivos de las cajas se hayan llevado crudos cientos de millones de euros después de haber esquilmado a millones de ciudadanos. Y el Gobierno sabe también de qué hablamos, sabe qué tendría que hacer. Otra cosa es que tenga las suficientes agallas para hacerlo. Ese es el plan que necesitamos, el plan que espera la ciudadanía para volver a confiar en su clase política.

Defino hecatombe, que no es otra cosa que el peor de todos los escenarios posibles, aquel en el que el Reino de España acabará siendo intervenido por las huestes de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, con una recesión de caballo que podría llevarnos a superar los seis millones de parados, unos niveles inasumibles de pobreza, una creciente conflictividad social producto de la desesperación colectiva y un escenario político de crecimiento inexorable de partidos de corte extremista-populista por la izquierda y la derecha al tiempo que los dos partidos garantes de la estabilidad política se hunden en el abismo que ellos mismos han colaborado a crear. No piensen que esto es una exageración: las dos auditoras independientes que han hecho el primer examen a la banca se han colocado en un escenario extremo que conllevaría una caída del PIB del 6,5%. Sin necesidad de llegar a tal punto, tan solo la mitad del recorrido -un retroceso de la actividad entorno al 3%- nos llevaría a una situación como la descrita.

Mariano Rajoy