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Empresarios ‘indignados’ con un país que no funciona
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Empresarios ‘indignados’ con un país que no funciona

Hace unas semanas al despacho del presidente de la patronal madrileña CEIM, Arturo Fernández, acudió el dueño de una ferretería situada en Getafe que, años atrás,

Hace unas semanas al despacho del presidente de la patronal madrileña CEIM, Arturo Fernández, acudió el dueño de una ferretería situada en Getafe que, años atrás, había conseguido alcanzar una notable dimensión y una plantilla decente. El hombre, sin embargo, llegó a la entrevista muy agobiado, hundido y poniendo unas llaves encima de la mesa le dijo al presidente de la patronal: “Todos los primeros de mes tengo que tomar la decisión entre pagar las nóminas de mis empleados o los seguros sociales, opto por lo primero porque no tengo liquidez para hacer las dos cosas, y al día siguiente el Estado me recarga con un 20% el pago de los seguros sociales”.

“Si además me retraso en el abono de los impuestos”, añadió, “también me castiga con más recargos. No puedo ir al banco porque ya no me conceden ninguna línea de crédito y lo del ICO es todo una farsa, acumulo deudas con los bancos, con Hacienda y lejos de darme soluciones lo único que hacen es apretarme más las tuercas para que pague y cada vez con más recargos e intereses. Tego que despedir a la plantilla porque en esta situación ya no puedo hacer frente a sus nóminas, así que aquí les dejo las llaves de mi negocio. Yo me voy a vivir al campo”. La crisis va más allá de lo económico, y no tendrá solución si antes no aceptamos la necesidad de una profunda regeneración democrática que renueve las estructuras. Es decir, como también afirmaba el expresidente de Endesa Manuel Pizarro, de esto solo salimos renovando el Pacto Constitucional

La anécdota es real como la vida misma; es la situación que atraviesan hoy miles de pequeños y medianos empresarios, de autónomos que ven como cada trimestre tienen que seguir declarando unos ingresos por IVA que en la mayoría de los casos no han cobrado a pesar de las promesas del Gobierno que, supuestamente, iba a dar solución a ese desfase. El miércoles por la noche, ante un grupo nutrido de empresarios convocados por la Asociación Española de Analistas Financieros, el catalán Víctor Grifols, dueño de la farmacéutica que lleva su nombre, anunció que se iba, no solo de Cataluña, sino de España, si la situación no cambiaba. La sociedad está indignada, y esa indignación ha llegado también como un tsunami a las orillas de los sectores de actividad en los que supuestamente ponemos nuestra confianza para que el país salga adelante.

El discurso de Grifols era demoledor contra un país que paga a 700 días a sus proveedores, cuando paga, y que ocupa el puesto 44º en el Ranking Doing Business del Banco Mundial y el puesto 133º a la hora de abrir un negocio, aventura para la que hace falta no menos de un mes. Y si nos vamos al Foro Mundial de Competitividad, España cae en el ranking hasta el puesto 36º, y eso a pesar de que se supone que nuestra balanza de pagos ha mejorado en estos años de crisis. Un país, en definitiva, que no funciona y que sigue arrastrando un sistema público ineficaz, una burocracia limitadora del crecimiento y de la actividad empresarial.

Hace un tercio de siglo, políticos, empresarios y trabajadores se pusieron de acuerdo en aquello que se llamaron los Pactos de La Moncloa para sentar las bases de un país moderno y eficiente que nos permitiera a los españoles superar los años de la Dictadura y avanzar en un futuro de progreso y desarrollo, pero aquel esfuerzo ha quedado obsoleto, y el país necesita de nuevo un impulso similar al de entonces.

Ausencia de liderazgo

La única diferencia es que aquello fue el fruto de un ejercicio de generosidad y de un claro liderazgo político que hoy no tenemos. Ni lo uno ni lo otro. España es un país que no funciona, en ninguna de sus variantes. La crisis va más allá de lo económico, pero esto último no tendrá solución en el medio y largo plazo si antes no aceptamos la necesidad de una profunda regeneración democrática que renueve las estructuras, que limpie todo lo que hoy está sucio y arregle lo que no funciona o, directamente, lo cambie. Es decir, como también afirmaba en ese mismo encuentro el expresidente de Endesa Manuel Pizarro, de esto solo salimos renovando el Pacto Constitucional. Hay que abrir, sin lugar a dudas, una fase de diálogo entre las fuerzas políticas y los agentes sociales. Una fase en la que los primeros dejen de lado las motivaciones partidarias, los tradicionales enfrentamientos, y los segundos hagan un esfuerzo de comprensión del momento que está viviendo este país, para intentar volver a recuperar el espíritu de consenso que hizo posible la Transición y encarar una nueva etapa de modernización de nuestras estructuras democráticas, y la reforma de la Constitución para adaptarla a los nuevos escenarios que estamos viviendo.

Los empresarios están hartos. La sociedad está harta. Y ese hartazgo es el que hace imposible que el país avance, y mientras la única respuesta del Gobierno y de la clase dirigente sea apretar cada vez más las tuercas de los ciudadanos, exprimir bolsillos y asfixiar vidas, llevar a la gente al límite de sus fuerzas y capacidad de resistencia, agotar las reservas de esperanza, no saldremos nunca de esta situación. Voces como la de Grifols deberían ponernos en alerta sobre algo que trasciende la mera cuestión económica y nos conduce hasta el verdadero drama de un país que se ha venido abajo por completo. Y la responsabilidad de que haya sido así abarca a todos, sin excepción, ciudadanos incluidos. Hemos permitido que durante estas últimas décadas se instalara en nuestro país la práctica del despilfarro, de la corrupción, de la profesionalización de la política, de la ley del todo vale, del amiguismo y el nepotismo, de las estructuras desproporcionadas de poder, de la corrupción institucional y el desequilibrio de poderes, de la prensa cómplice, del relativismo en todas sus vertientes, de la resignación...

Bajo nuestra complicidad se ha malversado, robado, vulnerado las leyes… Se ha retorcido la propia Constitución y se ha bloqueado la capacidad emprendedora de este país. Si no queremos que Grifols, y otros muchos grifols, se vayan porque España ha dejado de ser un país de oportunidades para crear riqueza y progreso, hay que empezar a caminar juntos en una misma dirección. Ya no basta el sentido común, ahora hace falta liderazgo, y liderazgo no implica necesariamente carisma y elocuencia, basta con tener la suficiente capacidad para recuperar el consenso sobre la base de lo que hoy necesita este país, y ser consciente de que el cambio implica esa profunda regeneración y renovación que vuelva a poner las estructuras democráticas de España en condiciones de competir con los mejores. Habrá que dejar a un lado particularismos y partidismos, y empezar a creer un poco más en nosotros mismos.

Hace unas semanas al despacho del presidente de la patronal madrileña CEIM, Arturo Fernández, acudió el dueño de una ferretería situada en Getafe que, años atrás, había conseguido alcanzar una notable dimensión y una plantilla decente. El hombre, sin embargo, llegó a la entrevista muy agobiado, hundido y poniendo unas llaves encima de la mesa le dijo al presidente de la patronal: “Todos los primeros de mes tengo que tomar la decisión entre pagar las nóminas de mis empleados o los seguros sociales, opto por lo primero porque no tengo liquidez para hacer las dos cosas, y al día siguiente el Estado me recarga con un 20% el pago de los seguros sociales”.