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Lo que separa a Felipe González de Aznar: sentido de Estado
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Federico Quevedo

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Lo que separa a Felipe González de Aznar: sentido de Estado

El mismo lunes en que José María Aznar se explayaba ante los españoles tras las cámaras de Antena 3 TV, en el Palacio de la Moncloa

El mismo lunes en que José María Aznar se explayaba ante los españoles tras las cámaras de Antena 3 TV, en el Palacio de la Moncloa el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, recibía la visita de un expresidente del Gobierno que, obviamente, no era Aznar. Tampoco Zapatero, aunque me consta que los dos siguen manteniendo reuniones periódicas o conversaciones regulares. Se trataba de Felipe González, y el encuentro entre ambos líderes políticos debió de ser algo más que interesante.

De hecho, fueron más los puntos coincidentes que los desacuerdos, en un análisis muy parecido de la situación actual de España. Los dos expresaron su preocupación por la crisis económica, pero ambos son conscientes de que las medidas que ha adoptado el Gobierno, y que González respaldó con algunas discrepancias sobre los recortes, acabarán dando sus frutos. Lo que más preocupa a ambos, y ese era el motivo del encuentro, es la crisis institucional y el descrédito creciente de la sociedad hacia su clase dirigente, con lo que ello conlleva de riesgo para la supervivencia del sistema democrático.

González se comprometió con Rajoy a hacer todos los esfuerzos necesarios para que el PSOE busque los suficientes espacios de acuerdo con el PP a la hora de adoptar decisiones que ayuden a superar esta crisis institucional, que afecta desde la Corona hasta el último ayuntamiento de España, aunque también reconoció ante el presidente del Gobierno que la situación interna de debilidad dentro de su partido no ayuda precisamente a ese propósito, por lo que reclamó de Rajoy también un esfuerzo por su parte para volver a recuperar el diálogo con el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba.

Lo escribí el fin de semana y lo reitero: Aznar ha perdido el sentido de Estado que, sin embargo, sí tienen su predecesor y su sucesor en el cargo, ambos socialistas. Una penaSiempre he creído que ese es el único camino para enderezar lo que se ha torcido. No se trata de alcanzar un grado de acuerdo como el que dio lugar a los Pactos de La Moncloa, sino de pactos que permitan llevar a cabo las reformas necesarias para regenerar el sistema, y en eso este Gobierno está haciendo mucho más de lo que haya hecho antes ningún otro Gobierno. Ya sé que me van a decir mis lectores que me obsesiono con Aznar. No es eso, ni mucho menos. Pero por una cuestión de justicia política me resulta un insulto que ahora venga el presidente de honor del PP a echarle en cara a Rajoy que no esté haciendo las cosas que tampoco él hizo.

Escribo este post en respuesta, si cabe, a un breve correo que me envió esta semana un amigo en el que afirmaba: “Estimado Federico: Soy un fan tuyo dese hace muchísimo tiempo. Creo que eres un buen crítico-político, pero difiero de tus opiniones sobre Aznar. No te quepa duda de que hoy por hoy, y con sus muchos defectos, es lo mejor que tenemos para conducir a esta España que nos han dejado el PSOE y el PP de Rajoy. Trátalo bien, que después de haber arreglado este entuerto y haber eliminado a este descerebrado de Rajoy, ya podremos meternos con él y criticar si lo ha hecho bien o no. Te aseguro que mi voto iría a Ciudadanos si fuera un partido nacional. Un abrazo”.

No sé cuántos de ustedes leyeron en su día un libro escrito por Aznar que se llamaba España, la segunda Transición, pero se lo recomiendo a aquellos fans apasionados del personaje, más que nada porque de su lectura cabe extraer una conclusión dramática: Aznar no hizo en sus ocho años de Gobierno absolutamente nada de lo que en ese libro se comprometió a llevar a cabo para regenerar la democracia española. Ni reformó el Senado para modificar el estado autonómico, ni acabó con la influencia del poder ejecutivo en la Justicia o en la televisión pública -“nuestra democracia no puede seguir padeciendo el tumor, degradante para todo el sistema, de la actual radiotelevisión del Estado”, afirmaba en ese libro-, ni reformó el Congreso para dar más presencia a las minorías después de 13 años de Gobierno socialista dedicado a “obstaculizar hasta el extremo la labor de control de la oposición y despreciar la opinión de las minorías”…

En fin, un largo etcétera de incumplimientos con su programa de regeneración democrática. Ahora le duele que se le critique por desleal… Pero lo cierto es que si lo pensamos seriamente no cabe otra opinión: si Aznar fuera presidente del Gobierno en las actuales circunstancias, estaría haciendo exactamente lo mismo que está haciendo Rajoy. Es más, si me apuran, probablemente no tendría los arrestos suficientes para llevar a cabo algunas de las reformas que sí está haciendo el político gallego. Su crítica es profundamente injusta y nace seguramente más del resentimiento que de una pretendida lealtad a los españoles que ni estos se creen -algunos sí, claro-, ni puede considerarse auténtica. Lo escribí el fin de semana y lo reitero: Aznar ha perdido el sentido de Estado que, sin embargo, sí tienen su predecesor y su sucesor en el cargo, ambos socialistas. Una pena.

El mismo lunes en que José María Aznar se explayaba ante los españoles tras las cámaras de Antena 3 TV, en el Palacio de la Moncloa el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, recibía la visita de un expresidente del Gobierno que, obviamente, no era Aznar. Tampoco Zapatero, aunque me consta que los dos siguen manteniendo reuniones periódicas o conversaciones regulares. Se trataba de Felipe González, y el encuentro entre ambos líderes políticos debió de ser algo más que interesante.

José María Aznar Botella