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¡Abdique, Majestad!
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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¡Abdique, Majestad!

No pasa nada. No tiene por qué pasar nada. Existe un mal común a toda la clase dirigente, el de creerse imprescindibles. Pero nadie es imprescindible,

No pasa nada. No tiene por qué pasar nada. Existe un mal común a toda la clase dirigente, el de creerse imprescindibles. Pero nadie es imprescindible, ni siquiera usted, Majestad, y mucho menos para garantizar la continuidad de lo que usted representa. Es más, permítame que le diga con todo el respeto que su persona me merece que, a día de hoy y dadas las circunstancias que le acompañan, no solo las físicas sino también las de índole político y personal, el Príncipe de Asturias está mucho más preparado de lo que lo está Usted para dar satisfacción a quienes quieren la continuidad de la Monarquía Parlamentaria como sistema de configuración del Estado.

Este humilde ciudadano, que no súbdito, que le escribe, no es monárquico. En mi concepción de lo que debe ser la configuración de un Estado moderno y de un sistema democrático avanzado, no cabe la Monarquía por la simple razón de que se escapa del ámbito de elección de la Soberanía Nacional que reside en el pueblo español en su conjunto. Es verdad que este sistema lo elegimos una vez, cuando quienes pudieron votaron la Constitución de 1978 -no es mi caso-, pero mientras los españoles revalidamos cada cuatro años nuestra confianza en las instituciones que configuran ese sistema, la única institución que se escapa a esa reválida es, precisamente, la suya.

Esa es la razón por la que yo, modestamente, no concibo la Monarquía como forma de configuración del Estado, pero me ocurre lo mismo que le ocurre al gran escritor Arturo Pérez Reverte, que siendo republicano, se me quitan las ganas al ver las caras y los comportamientos de algunos e, incluso, de muchos. En España, por desgracia, la idea de la República está asociada a lo que ocurrió en este país en 1936 y, por lo tanto, secuestrada por la izquierda, y eso significa que si tengo que elegir a día de hoy prefiero la estabilidad que me garantiza la continuidad de lo que hay, a la idea peregrina de darle a la izquierda la oportunidad de construir un modelo de Estado basado en unos principios que no comparto en absoluto.

Gracias a Usted hemos superado viejos fantasmas y apartado temores que todavía tuvimos presentes aquel 23 de febrero de 1981. Hoy, nadie piensa que eso pueda ser posible. Pero Usted ya no tiene la energía, la vitalidad, ni la legitimidad suficiente para mantener viva esa instantánea

Por lo tanto, mientras en España no seamos capaces de aceptar la República como una forma de configuración del Estado en lugar de cómo la insignia de una revancha a tomarse casi cien años después de aquellos sucesos que dieron lugar a una Guerra Civil, mejor quedarnos como estamos. Pero en el quedarnos como estamos tampoco cabe seguir manteniendo a un Jefe del Estado que físicamente está muy deteriorado y que anímica y políticamente está muy tocado por los muchos escándalos que han rodeado a su figura, Majestad.

La Monarquía, para empezar a recuperar parte de la buena imagen que ha venido perdiendo a chorros en los últimos tiempos, necesita rejuvenecerse y regenerarse, y eso, Majestad, me temo yo que ya no puede hacerlo Usted, más preocupado por sus problemas de cadera que por el futuro de la institución que representa. Verá, Señor, su papel ha sido fundamental durante muchos años y nadie -o tan solo una minoría- le va a discutir la importancia que ha tenido para hacer de España un país moderno, desarrollado y políticamente comparable al resto de democracias de nuestro entorno.

Gracias a Usted hemos superado viejos fantasmas y apartado temores que todavía tuvimos presentes aquel 23 de febrero de 1981. Hoy, nadie piensa que eso pueda ser posible. Pero Usted ya no tiene la energía, la vitalidad, ni la legitimidad suficiente para mantener viva esa instantánea. ¿Legitimidad? Sí. Verá, alrededor de Usted y de la institución que representa han pasado demasiadas cosas muy poco ejemplares, por decirlo suavemente, y aunque no seré yo quien ponga en duda su propio comportamiento, lo cierto es que de todo eso tiene Usted al menos una responsabilidad in vigilando.

Durante estos años atrás, Usted ha propiciado ese pacto político-mediático que le permitía mantener un estado de opacidad que ahora se antoja un enorme error a la vista de las circunstancias. Es necesario dotar a la Monarquía de mayor transparencia, y no solo eso, sino incluso someterla a controles parlamentarios y que al menos los ciudadanos tengan la sensación de que también sobre el Rey gobiernan ellos, porque en eso consiste la democracia. ¿Puede Usted hacerlo? Creo que no, me temo que hace falta alguien que de verdad se crea que eso es así, y ese alguien no es otro que el Príncipe Felipe en cuyas manos debería caer la responsabilidad de regenerar la institución y recuperar su credibilidad.

No le digo que lo haga ya. Quizá sea necesario despejar definitivamente las dudas y las incógnitas que todavía generan asuntos como el de su yerno Iñaki Urdangarín, pero una vez completado ese círculo y alejado el cáliz de las manos del Príncipe, éste debería asumir la Corona como ha ocurrido con absoluta normalidad en otros dos países de nuestro entorno y propiciar los grandes cambios que requiere la institución. Y no pasará nada, Majestad. Nada.

No pasa nada. No tiene por qué pasar nada. Existe un mal común a toda la clase dirigente, el de creerse imprescindibles. Pero nadie es imprescindible, ni siquiera usted, Majestad, y mucho menos para garantizar la continuidad de lo que usted representa. Es más, permítame que le diga con todo el respeto que su persona me merece que, a día de hoy y dadas las circunstancias que le acompañan, no solo las físicas sino también las de índole político y personal, el Príncipe de Asturias está mucho más preparado de lo que lo está Usted para dar satisfacción a quienes quieren la continuidad de la Monarquía Parlamentaria como sistema de configuración del Estado.

Democracia Constitución Rey Don Juan Carlos