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¿Por qué todo le sale mal a Gallardón?
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Federico Quevedo

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¿Por qué todo le sale mal a Gallardón?

Todas las encuestas dicen que se encuentra entre los ministros peor valorados del Gobierno, empatado con Wert y con Montoro. Su gestión no satisface a nadie,

Todas las encuestas dicen que se encuentra entre los ministros peor valorados del Gobierno, empatado con Wert y con Montoro. Su gestión no satisface a nadie, ni a propios ni, mucho menos, a extraños. Nada de lo que ha hecho hasta ahora, ninguno de sus proyectos, ninguna de sus políticas, ha conseguido un respaldo mayoritario, e incluso dentro del propio Gobierno del que forma parte es ya un ministro quemado al que, como me decía un compañero suyo del Gabinete, “todo le sale mal”. ¿Qué ha pasado para que Alberto Ruiz-Gallardón haya pasado de ser el político estrella, el verso suelto admirado por la izquierda y temido por la derecha, a convertirse en un ministro gris y sin proyección?

De aquellos tiempos en los que hasta El País y la SER le hacían la ola, ya no queda nada, pero tampoco el haber perdido el favor de la izquierda le ha hecho ganarse la admiración de la derecha. Hoy, Gallardón es un político, si no odiado, sí al menos despreciado por todos, a un lado y al otro del arco parlamentario. Quienes más le conocen dicen que aquel Gallardón que rompía moldes y celebraba bodas homosexuales en su Ayuntamiento era un cuento chino, y que realmente siempre ha sido un conservador disfrazado.

Quienes más le conocen dicen que aquel Gallardón que rompía moldes y celebraba bodas homosexuales en su Ayuntamiento era un cuento chino, y que realmente siempre ha sido un conservador disfrazado

Es posible. Lo cierto es que el cerebrín que descubriera Fraga y lo elevara a la cúpula de Alianza Popular siempre ha estado rodeado de los sectores más conservadores tanto en lo político –nunca podrá aislarse de la influencia que sobre él ejercía el fundador de AP-, como en lo personal en su propia familia. Por eso chocaba su discurso abierto y su mano siempre tendida a los sectores más progresistas, gestos que provocaban un indudable malestar en las filas del PP. Pero ganaba elecciones y lo hacía con contundencia, y sabía ofrecer de puertas para afuera una imagen amable muy bien valorada. Insisto en el de puertas para afuera porque la realidad y los hechos definen a un Gallardón ambicioso, egoísta y vanidoso que no dudó ni un momento en dejar a los suyos en la cuneta cuando consideró que ya no le servían para su propósito.

Un error que ahora está pagando con creces. Y ni siquiera el haber llevado al Consejo de Ministros una ley como la del aborto le ha abierto las puertas de la comprensión en su partido en el que ha encontrado indiferencia por una parte, y cierta oposición por otra. Gallardón se ha vuelto a equivocar. Lo hizo con la reforma del CGPJ al pisotear el compromiso electoral de su partido de aliviar la presión política sobre la elección de los miembros de esta institución. Ya ahí demostró de que madera estaba hecho al querer ser él mismo quien controlara la elección de los jueces y así tenerlos bajo su mando, y eso le ha granjeado ya la enemistad de una parte my importante del electorado de la derecha.

Los hechos definen a un Gallardón ambicioso, egoísta y vanidoso que no dudó ni un momento en dejar a los suyos en la cuneta cuando consideró que ya no le servían para su propósito

Es probable, no lo sé, que Gallardón haya querido hacer un gesto hacia un electorado que ha dejado de serle fiel pero, como siempre le pasa, no ha sabido calcular los tiempos ni ha sabido manejar los modos. Esta era una ley importante, un compromiso electoral del PP que respaldaba su electorado. Y, sin embargo, Gallardón ha logrado convertirla en un problema, en primer lugar, porque lejos de venderla como lo que es -una ley de protección de la vida y de los derechos de la mujer- se ha presentado como una contrarreforma a la Ley Aído. En segundo lugar, porque en lugar de ofrecer la imagen de una ley novedosa -que avanza en la defensa de los derechos civiles- se ha visto como una ley restrictiva. Y, en tercer lugar, porque no se ha hecho ningún esfuerzo por hacer comprender a la sociedad que se trata de una cuestión que atañe al Gobierno en la medida que la protección del derecho a la vida está más allá de cualquier debate moral. Y eso ha hecho que el debate sobre el aborto se haya polarizado entre católicos y no católicos, entre derecha e izquierda, cuando lo cierto es que hasta en la propia izquierda resultaba excesiva la anterior legislación del Gobierno de Zapatero.

“Gallardón nos ha metido en un lío con un asunto que tendría que haber sido todo lo contrario”, me decía ese mismo compañero suyo de Gabinete, “y ahora a ver como se reconduce este debate sin que nos perjudique mucho”, añadía. Pero el problema no está en la ley, que en sí misma es muy positiva aunque obviamente en el trámite parlamentario será objeto de modificaciones. El problema está en un ministro que ha perdido la cintura política, que ya no sabe manejarse en el medio ambiente en el que antes se movía como pez en el agua. La solución no es retirar la ley. La solución es retirar al ministro.

Todas las encuestas dicen que se encuentra entre los ministros peor valorados del Gobierno, empatado con Wert y con Montoro. Su gestión no satisface a nadie, ni a propios ni, mucho menos, a extraños. Nada de lo que ha hecho hasta ahora, ninguno de sus proyectos, ninguna de sus políticas, ha conseguido un respaldo mayoritario, e incluso dentro del propio Gobierno del que forma parte es ya un ministro quemado al que, como me decía un compañero suyo del Gabinete, “todo le sale mal”. ¿Qué ha pasado para que Alberto Ruiz-Gallardón haya pasado de ser el político estrella, el verso suelto admirado por la izquierda y temido por la derecha, a convertirse en un ministro gris y sin proyección?

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