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España necesitaba un mito
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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España necesitaba un mito

Estos dos últimos días, y el fin de semana que les ha precedido, han sido muy intensos en emociones, sin duda alguna. Para toda una generación,

Estos dos últimos días, y el fin de semana que les ha precedido, han sido muy intensos en emociones, sin duda alguna. Para toda una generación, la que vivió la Transición, la muerte de Adolfo Suárez supone cerrar una página de nuestra historia reciente. No la última, porque todavía vive el otro gran artífice de esa obra inmensa que fue el salto pacífico de la dictadura a la democracia, el rey Juan Carlos, pero luego explicaré por qué ni siquiera la figura del Rey tiene hoy el alcance y la significación que sí tiene la de Suárez.

No recuerdo quién me dijo el lunes por la mañana, después de haber rezado ante el féretro del presidente Suárez, que probablemente ha sido de todos nuestros presidentes el que más se ha parecido a un presidente norteamericano. Es verdad, y de hecho si pudiéramos comparar lo que significa Adolfo Suárez para los españoles lo podríamos igualar a lo que para los americanos significa John F. Kennedy aunque, obviamente, las circunstancias de sus vidas sean muy diferentes.

Pero si Kennedy es un mito para los norteamericanos, los españoles necesitábamos uno que pudiéramos igualar a la trascendencia que tuvo aquel en Estados Unidos, o Adenauer en Alemania, o De Gaulle en Francia, o Churchill en Gran Bretaña. Son figuras que de una u otra manera han trascendido el límite de lo partidario y por las circunstancias de su tiempo se han convertido en héroes, en mitos en torno a los cuales los países se unieron en la búsqueda de un proyecto común. Durante el tiempo que duró su enfermedad, al estar ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor, fue como si la sociedad española le hubiera olvidado –aunque algunos hicimos lo posible por mantener vivo el espíritu con el que llevó a cabo la gran obra de la Transición–, pero su muerte ha despertado esa conciencia colectiva que hizo posible la reconciliación nacional.

Si Kennedy es un mito para los norteamericanos, los españoles necesitábamos uno que pudiéramos igualar a la trascendencia que tuvo aquel en EEUU, o Adenauer en Alemania, o De Gaulle en Francia, o Churchill en Gran Bretaña

Adolfo Suárez reúne todos los requisitos para ser un mito: era un seductor incomparable, era un hombre con un profundo sentido de Estado, tenía muy claro hacia dónde quería ir y cómo tenía que hacerlo, sus convicciones eran hondas y firmes y supo anteponer en todo momento el interés general al interés particular o partidario hasta el extremo de sacrificar su propia permanencia en el poder en aras del bien común. Sólo alguien con esos mimbres podía ser capaz de aunar en torno a sí a todo un país que salía de la crueldad de una dictadura que durante cuarenta años había mantenido dividida a España en dos, y conseguir ese acto supremo de concordia que nos ha permitido llegar hasta aquí sin habernos matado unos a otros por el camino.

A todo eso hay que sumar que Adolfo Suárez fue un hombre sencillo, que nunca hizo ostentación de nada, que incluso llegó a pasar importantes apuros económicos mientras renunciaba a toda clase de prebendas… Cuando dejó la política, antes de que la enfermedad hiciera mella en su memoria, lo hizo de verdad y salvo en una ocasión en apoyo de su hijo Adolfo no quiso intervenir, ni juzgar, ni valorar las acciones de otros. Su último gran discurso lo hizo en 1996, en la Academia Militar de Zaragoza, y es todo un legado para quienes quieran entender la obra de la Transición y el compromiso ético de su hacedor.

Es por eso por lo que su figura trasciende a la de todos los demás actores de la Transición, incluida la del Rey en la medida en que su aportación, sin duda esencial y vital para que se consiguiera ese gran esfuerzo de generosidad conjunta, se ha visto oscurecida por hechos posteriores que han provocado una enorme desafección de la ciudadanía hacia la Institución que representa, así como hacia el resto de las instituciones.

En un momento en el que la ciudadanía no encuentra en su clase política las respuestas que busca, la figura Suárez se hace imprescindible para volver a recuperar la fe en ese noble oficio que sigue siendo la política

Y esa es la razón fundamental por la que España necesitaba un mito, por eso lo necesitaban los españoles. Porque en un momento en el que la ciudadanía no encuentra en su clase política las respuestas que busca a muchos de sus problemas y a sus aspiraciones, la figura de un hombre que supo entregarse de la manera en que lo hizo Adolfo Suárez se hace hoy más que nunca necesaria e imprescindible para volver a recuperar la fe en ese noble oficio que sigue siendo la política y reivindicar la dignidad del quehacer político, tal y como afirmaba el propio Suárez en ese discurso de 1996.

España ya tiene su mito. Ya da nombre a un aeropuerto y se lo dará a cientos de calles, plazas, parques, jardines, coliseos y pabellones deportivos hasta hacer difícil que su nombre pueda caer nunca en el olvido. Las generaciones jóvenes, las que no vivieron la Transición, habrán sabido estos días de labios de sus padres cómo fue aquello y cómo se hizo, habrán leído multitud de artículos y escuchado comentarios y tertulias en las radios y televisiones, y ojalá hayan comprendido lo que aquello fue y lo que significó.

Ningún momento volverá a ser comparable, y por eso es difícil que vuelva a nacer un hombre como Adolfo Suárez, porque los mitos, los héroes, se dan muy pocas veces en la Historia precisamente porque están llamados a ocupar un lugar privilegiado en ella. Adolfo Suárez ya está ahí, en ese Olimpo ocupado por unos pocos y su legado perdurará, así lo espero, para siempre. Descanse en paz.

Estos dos últimos días, y el fin de semana que les ha precedido, han sido muy intensos en emociones, sin duda alguna. Para toda una generación, la que vivió la Transición, la muerte de Adolfo Suárez supone cerrar una página de nuestra historia reciente. No la última, porque todavía vive el otro gran artífice de esa obra inmensa que fue el salto pacífico de la dictadura a la democracia, el rey Juan Carlos, pero luego explicaré por qué ni siquiera la figura del Rey tiene hoy el alcance y la significación que sí tiene la de Suárez.

Adolfo Suárez