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¿Reforma de la Constitución? ¡Sí, por Dios!
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Federico Quevedo

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¿Reforma de la Constitución? ¡Sí, por Dios!

“Ni Artur Mas es William Wallace (Braveheart), ni Mariano Rajoy es Eduardo I, ni Cataluña es un reino sometido al poder de Madrid”. No hay comparación

Foto: Artur Mas valora los resultados de Escocia. (Reuters)
Artur Mas valora los resultados de Escocia. (Reuters)

“Ni Artur Mas es William Wallace (Braveheart), ni Mariano Rajoy es Eduardo I, ni Cataluña es un reino sometido al poder de Madrid”. No hay comparación posible porque son realidades absolutamente diferentes y, sin embargo, era inevitable. De ahí que la victoria del ‘no’ a la secesión de Escocia tenga una lectura muy particular en España a las puertas de que la Generalitat de Cataluña desafíe la ley convocando un referéndum ilegal a celebrar en noviembre.

En su día, cuando David Cameron se atrevió a dar el paso de convocar el referéndum con una pregunta inequívoca -y a la que solo cabía una respuesta, sí o no- defendí en este mismo post que se explorara una vía similar para dar respuesta al desafío nacionalista catalán. Sigo creyendo que esa sería, sin duda, la mejor manera de resolver el problema pero lo ocurrido en Gran Bretaña me convence de que el camino tomado por el Gobierno no permitiendo la consulta es el único posible hoy por hoy, teniendo en cuenta las especiales circunstancias que rodean el caso español. Y además le ampara la ley.

Hay una diferencia fundamental entre ambos casos, diferencia que, además, produce una envidia soberana: el grado de implicación de los partidos políticos y sus responsables en la defensa de la causa unionista frente a los secesionistas. No es posible imaginarse en España ni a un Rubalcaba entonces y, mucho menos, a un Pedro Sánchez ahora, haciendo el papel del Gordon Brown en Gran Bretaña. Ni es posible imaginarse a los líderes de los principales partidos políticos constitucionalistas acudiendo juntos a Cataluña a defender la unidad de España. Este es, probablemente, el principal hándicap para abogar por una solución a lo Cameron. Y, de verdad, que produce mucha envidia y conduce a un mayor rechazo de nuestros políticos por parte de los ciudadanos convencidos de que juntos estamos mejor que separados.

Es evidente que en España los intereses personales y de partido están muy por encima del interés general y es prácticamente imposible lograr una imagen de unidad como la que nos han ofrecido los partidos unionistas en Gran Bretaña, entre otras razones porque el principal partido de la oposición –homologable al laborismo inglés- vive una particular encrucijada con su partido hermano en Cataluña que no sabe ni a donde va, ni de donde viene. “Lo hemos intentado –me dice un miembro del Gobierno-, y el fracaso ha sido estrepitoso”. Existe una segunda razón por la cual una consulta ahora no tendría razón de ser: la mayor parte del independentismo que últimamente ha surgido en Cataluña como por arte de magia es puro postureo antisistema más próximo a Podemos que a un sentimiento realmente independentista.

Hace unos pocos años, cuando el nacionalismo era moderado, el independentismo en Cataluña no sumaba más de un 15-20% de los votos. Ahora se aproxima a un resultado similar al del ‘sí’ escocés, y eso tiene explicación en un nacionalismo arribista de última hora que se explica como rechazo al sistema, y que tiene una supervivencia tan larga como la propia crisis y la respuesta de los partidos mayoritarios a las razones que llevan a una parte importante de la población a desconfiar de todo. También ha pasado en Escocia un fenómeno parecido y Salmond ha querido aprovecharse, pero le ha salido mal porque lo único que ha conseguido ha sido fracturar a la sociedad escocesa, al igual que el gran mérito de Mas ha sido el de fracturar a la sociedad catalana.

Con el tiempo, las aguas volverán a su cauce y en Escocia el independentismo se refugiará en sus cuarteles de invierno. Sin embargo, una de las razones por las que el ‘no’ ha tenido una victoria contundente es la promesa de David Cameron de abrir un proceso de profundización en mayores cuotas de autogobierno de las regiones que conforman la Unión. Es verdad que en España nuestras Comunidades Autónomas, y no digamos Cataluña o el País Vasco, tienen unas cuotas de autogobierno que son la envidia de otras como Escocia pero, aun así, parece que ese es el único camino para embridar de nuevo al caballo desbocado del nacionalismo: reformar la Constitución.

¿Para qué? Pues, precisamente, para cerrar de una vez y para siempre el debate sobre nuestro modelo territorial. España ya es, de por sí, un país federal aunque nunca quisimos llamarnos así porque, entre otras cosas, en el 78 se hizo un enjuague de asimetrías que desnaturalizaban el concepto federalista. Aquí no se va a votar, eso parece que lo tenemos ya bastante claro, al menos entendida la votación como un referéndum convocado a tal efecto. Pero es evidente que el problema existe y hay que darle solución. No una solución para permitir a Artur Mas salvar el tipo, sino una solución para cerrar de una vez por todas el modelo y, al mismo tiempo, reconocer con la suficiente generosidad por nuestra parte los hechos diferenciales, que los hay.

¿Cuándo debe de hacerse? Pues probablemente el punto de partida tenga que ser el momento en el que se certifique el fracaso de la hoja de ruta diseñada por Artur Mas. Y, si no es posible -que no lo es-, pactar esa reforma antes de que Mas convoque a los catalanes a las urnas. Al menos debería ser una promesa lo suficientemente seria como para convencer a una parte importante del electorado catalán de que existe la voluntad de buscar una salida que no sea ni la confrontación ni la imposición, pero que tampoco se va a doblegar la voluntad del pueblo soberano a la de un nacionalismo corrupto y excluyente.

“Ni Artur Mas es William Wallace (Braveheart), ni Mariano Rajoy es Eduardo I, ni Cataluña es un reino sometido al poder de Madrid”. No hay comparación posible porque son realidades absolutamente diferentes y, sin embargo, era inevitable. De ahí que la victoria del ‘no’ a la secesión de Escocia tenga una lectura muy particular en España a las puertas de que la Generalitat de Cataluña desafíe la ley convocando un referéndum ilegal a celebrar en noviembre.

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