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Esa ultraderecha mediática que babea con Donald Trump
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Esa ultraderecha mediática que babea con Donald Trump

La democracia, siendo el mejor de todos los sistemas políticos, tiene sus imperfecciones, y una de ellas es que los pueblos pueden equivocarse a la hora de elegir a sus representantes

Foto: Donald Trump recibe una llamada en el despacho oval. (Reuters)
Donald Trump recibe una llamada en el despacho oval. (Reuters)

No hago más que escuchar estos días el mismo argumento repetido hasta la saciedad por unos pocos tertulianos para desacreditar a quienes critican al recién investido presidente de los Estados Unidos, Donald Trump: “Tiene la legitimidad de haber ganado las elecciones, la legitimidad de los votos”. Como si eso lo curase todo, como si eso fuera una garantía de perfección, una especie de karma sagrado que le confiere al sujeto en cuestión el don de la impunidad. En fin, sobre esto podríamos discutir mucho, pero yo personalmente difiero de que los votos otorguen la legitimidad… Lo que otorgan es la legalidad, pero la legitimidad hay que ganársela.

Sé que es recurrente el ejemplo, pero nadie pone en duda la legalidad de la victoria de Hitler. Pero sí se pone en duda su legitimidad, desde el mismo momento en el que traiciona todos los principios democráticos que lo llevaron al poder. No digo que Trump vaya a hacer eso, al menos no puedo afirmarlo por ahora, pero de sus primeros pasos no cabe extraer muchas esperanzas de lo contrario. Y, sin embargo, curiosamente ha encontrado en algunos tertulianos y algún que otro columnista de dudoso prestigio algo así como una secta mediática que babea cada vez que el hombre de la peluca color zanahoria abre la boca para decir alguna estupidez.

Trump ha encontrado en algunos tertulianos y algún que otro columnista de dudoso prestigio algo como una secta mediática que babea cada vez que habla

Yo me había prometido a mí mismo no escribir sobre Donald Trump, pero cuando el jueves pasado le escuché defender con pasión el uso de la tortura para luchar contra el terrorismo, y descender incluso al detalle de aprobar con entusiasmo el método del ahogamiento controlado –ya saben, meter la cabeza de alguien dentro del agua hasta el límite de su capacidad de resistencia respiratoria–, se me abrieron las carnes. Y a ese mismo energúmeno es al que esa misma mañana estaban aplaudiendo unos cuantos poseedores de la verdad absoluta por haber conminado a México a levantar un muro que lo separe de Estados Unidos.

Y entonces se nos dice a los demás que es que nos puede la rabia, la envidia, porque Trump ha ganado contra el sistema, contra los poderosos y de manera absolutamente mezquina se nos coloca en la izquierda, que es algo así como decirte que eres un indeseable, y se nos exige humildad inteligente. O sea, que traguemos. Pues no. Si alguien tenía dudas de que Donald Trump se moderara nada más llegar a la presidencia, la primera semana de su mandato ya ha dejado claro que va a ser fiel a sí mismo, es decir, que va a ser un presidente cuyas líneas políticas van a estar marcadas por la xenofobia, el militarismo mal entendido, el hiperproteccionismo, el machismo y la defensa de sus propios intereses empresariales.

Trump es un peligro para la humanidad, y tenemos todo el derecho del mundo, y la obligación, de decirlo y de denunciarlo cuantas veces hagan falta

No voy a decir a solo una semana de haber tomado posesión del cargo que eso lo convierta en un presidente ilegítimo, pero desde luego camina hacia ello con pasos agigantados. Donald Trump es un peligro no solo para los norteamericanos, sino para la humanidad, y tenemos todo el derecho del mundo, y también la obligación, de decirlo y de denunciarlo cuantas veces hagan falta, aunque se nos tache de izquierdistas peligrosos por no respetar la voluntad del pueblo americano. La democracia, siendo el mejor de todos los sistemas políticos, tiene sus imperfecciones, y una de ellas es que los pueblos pueden equivocarse a la hora de elegir a sus representantes. Pero tiene la virtud de poder corregir el error a los cuatro años de haberlo cometido.

Lo cierto, sin embargo, es que ese discurso racista, machista, populista y enaltecedor de la barbarie tiene sus acólitos aquí en España, que son los mismos que echan de menos en nuestro país la existencia de un partido que responda a esos mismos esquemas mentales propios del Pleistoceno. Por eso babean con Trump, porque les encantaría que un hortera con peluquín y multimillonario como él viniera a ocupar ese hueco en España. ¿Se lo imaginan? Ya habría enviado a los tanques a Cataluña y habría desatado la caza del inmigrante ilegal, amén de abolir la ley de violencia de género y obligado a nuestras empresas a desinvertir en Marruecos por no colaborar lo suficiente en la lucha contra la inmigración. ¡Ah! Y habría puesto fecha a nuestro particular 'Spanxit'.

No hago más que escuchar estos días el mismo argumento repetido hasta la saciedad por unos pocos tertulianos para desacreditar a quienes critican al recién investido presidente de los Estados Unidos, Donald Trump: “Tiene la legitimidad de haber ganado las elecciones, la legitimidad de los votos”. Como si eso lo curase todo, como si eso fuera una garantía de perfección, una especie de karma sagrado que le confiere al sujeto en cuestión el don de la impunidad. En fin, sobre esto podríamos discutir mucho, pero yo personalmente difiero de que los votos otorguen la legitimidad… Lo que otorgan es la legalidad, pero la legitimidad hay que ganársela.

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