Dos Palabras
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Esta es la razón por la que a Rajoy le resbala la corrupción del PP
El partido sigue siendo el único que ofrece cierta estabilidad, mientras que todo lo que hay a su alrededor ofrece una imagen de crisis, radical, o no muy definida y un tanto bisoña
Un día después de que se publicaran los datos del barómetro del CIS, en el Congreso de los Diputados se escenificaba un agrio debate –otro más de tantos, no se crean– entorno a la corrupción del Partido Popular. ¿Protagonista? Mariano Rajoy que, después de varias semanas de ausencia, volvía a la Carrera de San Jerónimo para someterse a una sesión de control en la que Podemos y PSOE buscaron, inútilmente, hacer daño al jefe del Ejecutivo a cuenta de los escándalos de los últimos días. No fue el único protagonista, de hecho el asunto planeó por la Cámara Baja durante toda la semana, a cuenta también del extraño informe de la Fiscalía que acusaba sin acusar al número dos de Interior de un delito que, a fecha de hoy, no está demostrado. Pero que no lo esté no quita para que la sospecha de que alguien se chivó al clan González esté presente y, sobre todo, no oculta la profunda crisis que vive la Fiscalía Anticorrupción y aviva la impresión de que el Gobierno está actuando en beneficio propio.
Es relevante el hecho de que el PP mantenga una distancia de más de 11 puntos respecto de sus inmediatos seguidores, PSOE y Podemos
Y, sin embargo, nada de todo esto parece afectar al imperturbable Mariano Rajoy. Es cierto que la encuesta del CIS está hecha antes de que estallara la operación Lezo y que no sabemos qué efecto habría tenido en el sondeo, lo cual hace que este sea bastante irreal. Sí había tenido lugar el episodio de Murcia, pero dudo que los encuestados lo hayan percibido como un caso grave de corrupción. Aún así, el PP cae algo en la encuesta, pero poco: un punto y medio respecto de junio entra dentro del margen de error del propio trabajo demoscópico, por lo que en principio no parece relevante. Si lo es, sin embargo, el hecho de que el PP mantenga una distancia de más de 11 puntos respecto de sus inmediatos seguidores, PSOE y Podemos. A pesar de la que está cayendo.
Y eso es lo verdaderamente sorprendente porque, dándose como se dan todas las condiciones para que el PP sufriera un importante castigo electoral, lejos de ocurrir eso el votante sigue confiando en el partido que lidera Mariano Rajoy. Insisto, no sabemos qué resultado habría aportado el CIS de haber hecho la encuesta en plena efervescencia de la operación Lezo, pero incluso tampoco eso sería relevante porque, como me explicaba un sociólogo a raíz de conocerse el sondeo, lo que importa son las tendencias y no los resultados en un momento determinado que puede estar afectado por una situación concreta. Y en la tendencia de voto el PP no sufre castigo por la corrupción o no el que podría parecer como suficiente en función de la gravedad de los hechos que hemos conocido.
¿Por qué? Pues básicamente porque a día de hoy y de cara a un electorado que en términos generales suele tener un comportamiento bastante conservador –y no entiendan conservador como un referente ideológico, sino de actitud–, el PP sigue siendo el único partido que ofrece cierta estabilidad, mientras que todo lo que hay a su alrededor ofrece una imagen de crisis –PSOE–, radical –Podemos– o no muy definida y un tanto bisoña –Ciudadanos–, lo que deja a Rajoy el mensaje de la estabilidad: “O yo, o el caos”.
Realmente el PP es un partido que no genera entusiasmo, es más, resulta ser el menos preferido por las clases activas –cuando sí lo era hace unos años–, y sin embargo sí lo es entre las clases pasivas. Su electorado ha envejecido, pero es un electorado que necesita estabilidad para su propia supervivencia, de ahí que asuma la corrupción como un mal menor. Lo cual, por supuesto, no resta un ápice de validez a sus votos, pero debería preocupar a los dirigentes de ese partido el hecho de haber perdido el favor de las clases medias y de los jóvenes.
Es una evidencia que en los últimos años el PP no ha ofrecido nada nuevo a los ciudadanos, no tiene recetas que puedan considerarse atractivas
En el PP saben que su propia supervivencia está condicionada a su capacidad de adaptación a las circunstancias. Y lo sabe, sobre todo, un Mariano Rajoy que a la vista de eso ha optado por abandonar cualquier asomo de ideología en su hoja de ruta y ha conseguido convertir a su partido en una potente maquinaria electoral tan extraordinariamente pragmática que igual se casa con la socialdemocracia que con el neoliberalismo, según convenga y según de donde provengan los apoyos que necesita para gobernar. Es una evidencia que en los últimos años el PP no ha ofrecido nada nuevo a los ciudadanos, no tiene recetas que puedan considerarse atractivas o novedosas… De hecho, la única propuesta que hace a todas horas Rajoy es la de crear empleo. Punto. Nada más. Ni menos, podría decirse, pero eso supone un vaciado ideológico del partido sin precedentes.
El Partido Popular necesita estar en el poder para que el cáncer de la corrupción que le asola no lo mate
Lo que ha conseguido Rajoy, y eso tiene su mérito, es una especie de prórroga constante para gobernar. En minoría, cierto, y con muchos problemas, pero gracias a la inoperancia de los demás Rajoy ha consolidado una situación de poder que le permite al PP aplazar la crisis interna que de otro modo hubiese sido inevitable, pero, sobre todo, le permite controlar y manejar los tiempos en lo que afecta a sus casos de corrupción. Es duro decirlo así, pero el PP necesita estar en el poder para que el cáncer de la corrupción que le asola no lo mate. Necesita tiempo para recomponerse y para tener bajo supervisión la acción de la Justicia que, de otro modo, ya habría acabado por crear una crisis interna de dimensiones preocupantes. Lo que están haciendo Rajoy y el PP es atrincherarse para evitar un daño mayor, aunque ese atrincheramiento implique desvirtuar la acción del Estado de Derecho.
Solo hay, realmente, una línea roja que no está dispuesto a cruzar el PP, que no es otra que la de la unidad de España, pero salvando esa cuestión ha sido perfectamente capaz de negociar con el PNV toda clase de concesiones a cambio de sus votos. ¿O es que creen ustedes que en esas conversaciones no se ha hablado de algo más que de dinero? Ya verán lo pronto que se pone sobre la mesa el acercamiento de presos o la redacción de un nuevo estatuto. A Rajoy le resbala la corrupción. No le afecta. No va con él. Sabe, o cree saber, que mientras la economía se asiente y los demás partidos sigan equivocándose, no habrá Ignacio González que le impida seguir gobernando. El problema, y ese es el factor con el que a lo mejor no cuenta Rajoy, es que González parece ser solo un a pieza más de un tablero en el que pueden aparecer nombres muy comprometedores. Y entonces…
Un día después de que se publicaran los datos del barómetro del CIS, en el Congreso de los Diputados se escenificaba un agrio debate –otro más de tantos, no se crean– entorno a la corrupción del Partido Popular. ¿Protagonista? Mariano Rajoy que, después de varias semanas de ausencia, volvía a la Carrera de San Jerónimo para someterse a una sesión de control en la que Podemos y PSOE buscaron, inútilmente, hacer daño al jefe del Ejecutivo a cuenta de los escándalos de los últimos días. No fue el único protagonista, de hecho el asunto planeó por la Cámara Baja durante toda la semana, a cuenta también del extraño informe de la Fiscalía que acusaba sin acusar al número dos de Interior de un delito que, a fecha de hoy, no está demostrado. Pero que no lo esté no quita para que la sospecha de que alguien se chivó al clan González esté presente y, sobre todo, no oculta la profunda crisis que vive la Fiscalía Anticorrupción y aviva la impresión de que el Gobierno está actuando en beneficio propio.