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Irene Montero ya no tiene quien la tosa, pero sí quien la insulte
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Federico Quevedo

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Irene Montero ya no tiene quien la tosa, pero sí quien la insulte

Irene Montero se ha ganado el derecho a estar ahí, independientemente de quién sea o no su pareja. Es más, ella ya venía del mundo de la política antes de conocer a Iglesias

Foto: Irene Montero en el Congreso de los Diputados. (Reuters)
Irene Montero en el Congreso de los Diputados. (Reuters)

Eran las nueve de la mañana del martes 13 de junio. Con una chaqueta azul marino, pantalones azul pálido, melena perfectamente recortada a la altura de los hombros, Irene Montero, portavoz de Unidos Podemos, se dirigía a la tribuna de oradores. Cualquiera que la viera sin conocerla ni conocer su militancia política podría pensar que se trataba de una diputada del PP, aunque esa impresión se evaporaría nada más escuchar las primeras tres frases de su intervención. Que a ella le guste cuidar su imagen solo significa que este ya no es un tiempo para los estereotipos. Se puede ser guapa, incluso pija, y militar en la extrema izquierda.

Conozco algún director de periódico que se desvive por recibir de ella aunque solo sea el guiño de un 'emoji' vía WhatsApp, y es que Montero ha conseguido no dejar indiferente a nadie. Yo no he cruzado con ella más de dos palabras en los pasillos del Congreso, y desconozco su trayectoria más allá de los lugares comunes que ya son 'vox populi', entre ellos su relación con el líder de su partido, Pablo Iglesias, aunque de eso hablaré unas líneas más adelante. Ya me sorprendió en Vistalegre, con un discurso del que yo no compartía nada pero que me pareció vibrante. Montero tiene una idea sobre la estrategia política que debe seguir Podemos que yo considero equivocada, pero esa es otra cuestión.

Montero consiguió poner nerviosos a los diputados del PP, o cabrearles, a pesar de que a su discurso le sobraron exageraciones y hora y pico de exposición

El caso es que el martes por la mañana volvió a sorprenderme: la portavoz de Podemos hilvanó una primera hora de su discurso absolutamente magistral. Lo llevaba escrito, pero no leía, salvo en el momento cumbre en el que empezó a enumerar por orden alfabético todos los casos de corrupción que afectan al PP. Y el PP se dolió. De hecho, sus diputados salieron muy cabreados con la intervención de Montero. De eso se trataba. Intenté explicarle a alguno de ellos que debía aislarse del hecho de ser la diana del discurso de Montero y analizarlo con perspectiva, porque había sido tremendamente eficaz, pero era imposible porque los políticos solo son capaces de aislarse del mundo cuando el mundo les reclama atención.

El caso es que Montero consiguió lo que quería, poner nerviosos a los diputados del PP, o cabrearles –alguno me dirá que no, pero yo sé lo que vi–, a pesar de que a su discurso le sobraron unas cuantas exageraciones y hora y pico de exposición que acabó convirtiéndose en un bucle interminable. Tan fieles que son al lenguaje televisivo y, sin embargo, los de Podemos no acaban de entender que también en el Parlamento han cambiado los tiempos y que lo que puede decirse en quince minutos no debe decirse en noventa. No voy a caer en lo fácil de la comparación, pero es que lo ponen a huevo, y encima envían a Monedero a los pasillos del Congreso a explicar que hay que hablar mucho para hacerse entender, como si los demás fuésemos idiotas.

placeholder El portavoz parlamentario del PP, Rafael Hernando. (EFE)
El portavoz parlamentario del PP, Rafael Hernando. (EFE)

La prueba de que Montero acertó en el centro de la diana vino al día siguiente, cuando en un inexplicable alarde de trasnochado machismo el portavoz del PP, Rafael Hernando, hizo un desafortunado comentario sobre su relación con Pablo Iglesias. Mal. Muy mal. Tremendamente mal, señor Hernando. En un país en el que todavía a día de hoy persisten conductas machistas que dificultan la verdadera equiparación en derechos y oportunidades de la mujer con el hombre, un comentario como ese hecho en sede parlamentaria no solo sobra, sino que debería ser incluso sancionado. Hay errores en los que un político no puede caer porque, entre otras cosas, dan argumentos a quienes luego dicen que Hernando es la extrema derecha del PP, etcétera. No lo es, porque el hecho de ser un 'killer' parlamentario no le convierte a uno en un peligroso ultraderechista, pero si en un machista aunque sea inconsciente.

No, verán, Irene Montero, como otras muchas mujeres, se ha ganado el derecho a estar ahí, independientemente de quién sea o no su pareja. Es más, ella –que yo sepa– ya venía del mundo de la política antes de conocer a Iglesias. Otra cosa es que a su vera haya tenido más protagonismo. Pero eso ni la inhabilita, ni la desacredita, ni la deslegitima. Al contrario, parece haberse ganado con creces el derecho a que se la respete por lo que es, y no por lo que algunos creen que es.

Con Montero hay razones ideológicas y políticas suficientes para la discrepancia, sin necesidad de tener que caer en los tópicos más casposos. Y ya sé que habrá quien me saque a relucir algunos comportamientos similares de Pablo Iglesias, pero no voy a caer en la táctica del ‘y tu más’. Solo espero que su mano derecha, su portavoz parlamentaria, le haga ver que el mismo respeto que se le debe a ella se debe a toda mujer que esté en política sea esposa, novia, madre, hija o nieta de quien sea, y tenga las ideas que tenga.

Eran las nueve de la mañana del martes 13 de junio. Con una chaqueta azul marino, pantalones azul pálido, melena perfectamente recortada a la altura de los hombros, Irene Montero, portavoz de Unidos Podemos, se dirigía a la tribuna de oradores. Cualquiera que la viera sin conocerla ni conocer su militancia política podría pensar que se trataba de una diputada del PP, aunque esa impresión se evaporaría nada más escuchar las primeras tres frases de su intervención. Que a ella le guste cuidar su imagen solo significa que este ya no es un tiempo para los estereotipos. Se puede ser guapa, incluso pija, y militar en la extrema izquierda.

Irene Montero