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El triste destino de Sánchez e Iglesias ninguneados por Rajoy
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Federico Quevedo

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El triste destino de Sánchez e Iglesias ninguneados por Rajoy

El presidente del Gobierno ha estado brillante en el Congreso poniendo a ambos ante la crueldad de su propio destino: si quieren que se vaya, deben presentar una moción de censura

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se estrechan la mano antes del comienzo de su reunión en el Congreso, el 27 de junio de 2017. (Borja Puig | PSOE)
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se estrechan la mano antes del comienzo de su reunión en el Congreso, el 27 de junio de 2017. (Borja Puig | PSOE)

Si Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, y Pablo Iglesias, su homólogo en Podemos, tuvieran un mínimo de capacidad de análisis político e hicieran una reflexión retrospectiva y crítica de sus actos, estarían maldiciendo a estas horas el días en que se les ocurrió forzar al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a comparecer en el Congreso para volver a hablar por enésima vez de los mismos casos de corrupción del PP de los que, como él mismo se quejó en la comparecencia, lleva hablando sesión tras sesión en el Parlamento.

Que escriba ahora esto no es, en ningún caso, una enmienda a todo lo que he escrito antes sobre la corrupción del PP, algo que, para su desgracia, perseguirá a Rajoy hasta el último día de su carrera política, entre otras cosas porque no ha sido capaz de hacerle frente como debía haberlo hecho. La corrupción le pasa factura al PP en las encuestas –ya veremos qué pasa en las elecciones- a pesar del supuesto éxito de la recuperación económica. Y sin duda hay razones para mantener viva la presión parlamentaria sobre este asunto al que el PP no ha sabido dar la respuesta adecuada ni política, ni proporcionalmente.

placeholder El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante una intervención en el Congreso. (EFE)
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante una intervención en el Congreso. (EFE)

En los últimos días del mes de julio el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, me decía que forzar una comparecencia de Rajoy en el Pleno era una barbaridad, porque el formato le favorecía y además Rajoy tiene una habilidad especial para salir airoso de ese tipo de situaciones, como ya se demostró en la fallida moción de censura del mes de junio. Si de lo que se trataba, añadía Rivera, era de poner a Rajoy contra las cuerdas, para eso estaba lacomisión de investigaciónante la que tendrá que comparecer probablemente después de Navidad. Allí el formato es distinto, no le favorece porque tiene que someterse a un interrogatorio constante y esta obligado a responder a las preguntas de los diputados. No puede, en definitiva, hacer su discurso, como sí hizo en el Pleno del otro día.

Pero, añadía Rivera, lo que buscaban Sánchez e Iglesias no era conocer la verdad, sino un golpe de efecto, y es evidente que de estrategia política saben muy poco, por no decir que nada. Desde el minuto uno, Mariano Rajoy se hizo con el control del debate. Ninguneó a Pablo Iglesias, no contestó a ninguna de sus preguntas y le puso entre la espada y la pared de la financiación externa de Podemos y los problemas internos de la formación morada. A Margarita Robles la tumbó recordándole algunos episodios de su pasado y poniendo en entredicho su papel en un PSOE en el que ella habla pero el que dicta es otro. Se rió de Joan Tardà y al resto ni siquiera los tuvo en cuenta. No mencionó ninguno de los casos de corrupción que le afectan como presidente de su partido y, eso sí, exigió su derecho a defenderse.

Mariano Rajoy controló el debate desde el principio. Ninguneó a Pablo Iglesias al no responderle y tumbó a Margarita Robles recordándole su pasado

¿Alguien esperaba otra cosa? Yo soy el primero que creo que Rajoy debe dar un paso a un lado –ya tenía que haberlo hecho después de las elecciones de diciembre de 2015- y dejar que la renovación se instale en su partido de una vez por todas, pero no se le puede exigir que se inmole en un pleno del Congreso a mayor gloria de Sánchez e Iglesias. Y ahí Rajoy estuvo brillante poniendo a ambos ante la crueldad de su propio destino: si quieren que Rajoy se vaya, que le presenten una moción de censura. Rajoy sabe que no va a ser posible y que, si lo fuera, antes disolvería las cámaras y convocará elecciones porque, en el fondo, la sartén por el mango la sigue teniendo él.

placeholder Rajoy abandona el hemiciclo del Congreso. (EFE)
Rajoy abandona el hemiciclo del Congreso. (EFE)

Pero es que, además de equivocarse al obligar a Rajoy a comparecer en un formato en el que ambos partidos salían perdiendo, Sánchez e Iglesias han conseguido que buena parte de la opinión pública recele de sus intenciones. Y es que resultaba triste, por no decir patético, que el Congreso de los Diputados se reuniera en agosto para debatir de la Gürtel cuando Cataluña ocupaba –y ocupa- el epicentro de la actualidad política por el atentado de Las Ramblas y por la amenaza separatista. Esos, juntos o separados, si eran y son temas para un debate parlamentario de altura, y no los sms a Luis Bárcenas de los que Rajoy ya no dice ni palabra. Sánchez e Iglesias han perdido otra oportunidad, han quemado otro cartucho inútilmente y han hecho crecer a Rajoy a costa de su mutuo desprestigio.

Si Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, y Pablo Iglesias, su homólogo en Podemos, tuvieran un mínimo de capacidad de análisis político e hicieran una reflexión retrospectiva y crítica de sus actos, estarían maldiciendo a estas horas el días en que se les ocurrió forzar al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a comparecer en el Congreso para volver a hablar por enésima vez de los mismos casos de corrupción del PP de los que, como él mismo se quejó en la comparecencia, lleva hablando sesión tras sesión en el Parlamento.

Pedro Sánchez Mariano Rajoy