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Rajoy gana en los tribunales pero pierde en la calle
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Rajoy gana en los tribunales pero pierde en la calle

En las portadas de los periódicos europeos, en los informativos, el independentismo catalán es presentado con la aureola de una lucha revolucionaria contra la injusticia de un Estado opresor

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Reuters)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Reuters)

Llevado por su formación jurídica, su lado pragmático y su incapacidad para comprender nada que se salga de las estrictas reglas del juego democrático y el respeto al Estado de Derecho -lo cual está muy bien, dicho sea de paso, porque así es como debe ser-, el presidente del Gobierno encomendó toda la respuesta del Estado al desafío independentista catalán a las propias instituciones. Y las instituciones han respondido, consiguiendo que a día de hoy la celebración de un referéndumcon las mínimas garantías jurídicas y políticas que lo hicieran relevante, sea una quimera.

No habrá referéndum. No puede haber referéndum sin papeletas, sin colegios electorales, sin censos, sin urnas… No puede haber referéndum sin junta electoral que garantice la pulcritud del proceso. No puede haber referéndum si para una parte de los llamados a votar ese referéndum no es legal ni conduce a nada y, por lo tanto, no van a participar. Ni puede, ni va a haber referéndum. No al menos como cualquiera de nosotros consideramos que debe ser un referéndum jurídicamente vinculante.

Rajoy ha ganado la batalla contra el referéndum en los tribunales, ha conseguido neutralizarlo, pararlo, desprestigiarlo a los ojos de cualquiera que no sea independentista, e incluso a los de estos también. Da igual lo que hagan de aquí al 1 de octubre las autoridades políticas catalanas: cada uno de sus movimientos será respondido con la contundencia de la ley y el Estado de Derecho, lo cual hace imposible que en tan escaso margen de tiempo la Generalitat pueda organizar la consulta, con o sin garantías.

El independentismo está donde los verdaderos conductores de este proceso querían: en las calles, en las plazas, en los parques, en las universidades

En ese sentido, desde ese punto de vista, la victoria de Rajoy es inapelable, incontestable. Y, sin embargo, es una victoria parcial que, ni mucho menos, significa que haya ganado la batalla. La realidad es que lejos de desmoronarse, de descomponerse, esa derrota legal le ha dado al independentismo fuerza suficiente para ocupar la calle y rearmarse moralmente. El independentismo ha conseguido parte de lo que quería: presentarse ante los ojos de la humanidad como una víctima de la represión. Y lo está consiguiendo. En las portadas de los principales periódicos europeos, en las imágenes de los informativos de televisión de toda Europa, el independentismo catalán es presentado con la aureola de una lucha revolucionaria contra la injusticia de un Estado opresor.

Lo que no consiguió Romeva en las cancillerías europeas lo está consiguiendo en las redacciones de los medios de comunicación, porque los periodistas somos tan simples, tan gilipollas, que tendemos a abrazar cualquier causa que nos parezca injusta, aunque no lo sea ni de lejos, pero sí esté lejos de la puerta de nuestra casa. Y ahora el independentismo está donde los verdaderos conductores de este proceso querían que estuviera: en las calles, en las plazas, en los parques, en las universidades, en los colegios… Y empieza a cosechar la simpatía de quienes lo ven desde fuera con el filtro de la sentimentalidad.

Hemos permitido durante años que creciera la semilla del separatismo en las aulas. Los chavales que hoy salen a las calles en Cataluña pidiendo independencia son los mismos que entraban en el colegio hace veinte años cuando José María Aznar le cortó la cabeza a Alejo Vidal-Quadras para poder entregarle a Pujol la Ley de Normalización Lingüística y las competencias de Educación al completo. Sí, Aznar, el mismo Aznar que hoy va de pureta antinacionalista pero hablaba catalán en la intimidad. El independentismo nos está ganando en la calle y lo hace porque las revoluciones son emocionalmente atractivas, mientras que cumplir la ley es un coñazo insoportable.

Vendrán de todo el mundo las televisiones para retransmitir en directo la Catalonia Revolution… Y ese será el referéndum

No puede haber nada más dramático y al mismo tiempo tan 'subyugadoramente' identificable como la imagen de un niño con un cartel de independencia en sus manos frente a la mirada dura y fría de una Guardia Civil. A ver porque se creen ustedes que están sacando a los niños de las aulas para llevarlos a marchas independentistas. La utilización de los niños es perversa pero aquí ya vale todo. Rajoy ha sido para el independentismo como un Red Bull, le ha dado alas. Y el problema es que no va a poder detener la marcha sobre la calle.

A medida que pasen los días y se acerque el 1 de octubre, el independentismo irá haciendo crecer su presencia en las calles, y vendrán de todo el mundo las televisiones para retransmitir en directo la Catalonia Revolution… Y ese será el referéndum. Las papeletas serán la propia gente y no habrá policías, ni guardias civiles, ni mossos suficientes para detenerlos a todos. Y si ese referéndum triunfa, porque el ‘sí’ tome la calle en forma de marea humana, entonces Puigdemont saldrá al balcón de la Generalitat y declarara la independencia. Y a ver qué hacemos.

Llevado por su formación jurídica, su lado pragmático y su incapacidad para comprender nada que se salga de las estrictas reglas del juego democrático y el respeto al Estado de Derecho -lo cual está muy bien, dicho sea de paso, porque así es como debe ser-, el presidente del Gobierno encomendó toda la respuesta del Estado al desafío independentista catalán a las propias instituciones. Y las instituciones han respondido, consiguiendo que a día de hoy la celebración de un referéndumcon las mínimas garantías jurídicas y políticas que lo hicieran relevante, sea una quimera.

Mariano Rajoy Carles Puigdemont