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La Cataluña de Gabriel Rufián que quiere ser independiente
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Federico Quevedo

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La Cataluña de Gabriel Rufián que quiere ser independiente

Los rufianes se han lanzado al asalto de los cielos, como en aquella nefasta expresión de Pablo Iglesias, sin ser conscientes de que acabarán en los infiernos

Foto: El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián. (EFE)
El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián. (EFE)

Algo va a pasar hoy en Cataluña. Mi impresión, aunque obviamente en el momento de que los lectores lean esto puedo haberme equivocado, es que de una u otra manera habrá una votación. Que obviamente no significa nada, porque no reúne ninguna garantía para ser considerada un referéndum, pero que a efectos internos será suficiente para los intereses de los independentistas que, además, hace ya tiempo que tienen ganada la batalla de la imagen, nos guste o no. Es uno de los terrenos en los que el Gobierno ha cedido la delantera al independentismo: preocupado solo de ganar en los tribunales –ver mi post del pasado domingo–, dejó que el separatismo ganara en la calle y en los medios.

No se fijen solo en los editoriales de los principales periódicos. No, dense una vuelta por las redes sociales, por las tertulias de determinados programas, y verán como tienen ganada esa batalla. No es difícil porque cuando se juega en el terreno de las emociones, siempre gana quién esgrime el corazón frente a la razón. Los independentistas ganan en corazón y pierden en razón, y a los demás nos ocurre lo contrario, a pesar de que estos días veamos más banderas españolas en los balcones de nuestras calles y algún descerebrado despida a la Guardia Civil al grito de ¡a por ellos!

placeholder Banderas españolas inundan la plaza Sant Jaume de Barcelona. (David Brunat)
Banderas españolas inundan la plaza Sant Jaume de Barcelona. (David Brunat)

Hoy va a haber una Cataluña que se va a echar a la calle, a votar o a lo que sea, pero se trata de transmitir la imagen de que una mayoría inmensa de catalanes quieren desvincularse de España. Y lo peor es que, siendo cierto que siempre ha habido un porcentaje no demasiado elevado de independentistas de corazón, la mayor parte de los que salgan hoy son independentistas viscerales, gente que ni siquiera ha nacido en Cataluña o cuyos orígenes están fuera de allí, y que sin embargo se han hecho con el poder y han ocupado las calles. De hecho, la burguesía moderada, el nacionalismo de salón de los barrios nobles de Barcelona, ha desaparecido engullida por la horda de salvajes que, como Gabriel Rufián, se han hecho con el mando en plaza del separatismo.

Rufián representa lo peor del nacionalismo, lo que nunca quisieron ser las élites de CiU: maleducado, intelectualmente justo, perdonavidas, faltón… Pero la espiral de demencia a la que ha llevado Puigdemont al nacionalismo ha convertido a muchos catalanes en rufianes predispuestos al linchamiento colectivo de cualquiera que pueda ser etiquetado de español. O sea, todos los demás. Negar a estas alturas que España tiene un problema con Cataluña sería estúpido. No ver que existe un porcentaje bastante elevado de catalanes que no quieren seguir formando parte de España sería para preocuparse por el grado de ceguera.

Puedo apostar a que al final se proclamará unilateralmente la independencia porque estos no han llegado hasta aquí para nada

Yo no puedo vaticinar lo que va a pasar a partir de hoy y quien lo haga, desde luego, no merece crédito alguno porque no es posible ya saber cuáles van a ser las consecuencias de todo esto. Puedo apostar a que al final se proclamará unilateralmente la independencia porque estos no han llegado hasta aquí poniendo en riesgo sus patrimonios personales, sus carreras políticas e, incluso, en algunos casos la libertad –más de uno acabará en la cárcel–, para nada. Tendrán al menos que intentarlo. El problema es que todo esto habrá ocurrido sin la más mínima lógica, sin lo más imprescindible del sentido común. Los rufianes se han lanzado al asalto de los cielos, como en aquella nefasta expresión de Pablo Iglesias, sin ser conscientes de que acabarán en los infiernos.

La independencia no es la solución de sus problemas. No es la solución de nada, pero es inútil intentar convencer de lo contrario a quienes se mueven con el motor de las entrañas en lugar del cerebro. Pero hay que convenir en que están ahí, y que están dispuestos a todo para llegar hasta el final, y que por tanto habrá que buscar una solución satisfactoria cuando esta locura termine, si es que llega a terminar algún día de estos. Hoy, mientras una parte del pueblo de Cataluña se echa a la calle, para votar o para lo que sea, enardecida la masa por el lenguaje guerrillero del Rufián de turno, habrá que hacer una reflexión sobre las razones que nos han llevado hasta aquí. Y a partir de mañana será el momento de empezar a pedir responsabilidades.

Algo va a pasar hoy en Cataluña. Mi impresión, aunque obviamente en el momento de que los lectores lean esto puedo haberme equivocado, es que de una u otra manera habrá una votación. Que obviamente no significa nada, porque no reúne ninguna garantía para ser considerada un referéndum, pero que a efectos internos será suficiente para los intereses de los independentistas que, además, hace ya tiempo que tienen ganada la batalla de la imagen, nos guste o no. Es uno de los terrenos en los que el Gobierno ha cedido la delantera al independentismo: preocupado solo de ganar en los tribunales –ver mi post del pasado domingo–, dejó que el separatismo ganara en la calle y en los medios.

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