Es noticia
Tengo ganas de echarme a llorar
  1. España
  2. Dos Palabras
Federico Quevedo

Dos Palabras

Por

Tengo ganas de echarme a llorar

Esto va de convivencia, y esa convivencia se ha roto, y de sentimientos, y esos sentimientos se han desparramado por un abismo insondable

Foto: Vista general de una manifestación independentista en Barcelona. (Reuters)
Vista general de una manifestación independentista en Barcelona. (Reuters)

Llevo varias noches sin dormir. O durmiendo mal, que para el caso es lo mismo. Al principio creía que sería algo pasajero producto de un ligero insomnio, pero ya he descubierto que no, que se trata de algo más profundo y que tiene mucho que ver con lo que llevamos viviendo desde hace semanas. Me afecta, claro que sí. Como les afecta a muchos de mis compañeros periodistas. Como les afecta a los políticos, sean del signo que sean, con los que tratamos a diario. Como les afecta a miles de ciudadanos que ya casi no piensan en otra cosa.

A mí, el viernes, me entraron ganas de echarme a llorar, y no se me han quitado todavía. Sí, lo sufrimos, y no se pueden imaginar cuánto… El viernes por la mañana una compañera de muchos años en esta profesión me decía que vivía angustiada por todo esto, que no podía dormir tampoco, “y de pronto pienso que me alegro de que mi hijo viva aquí en Madrid, y después me digo que soy tonta, si siempre hemos vivido aquí en Madrid…” Era el tema de conversación toda la mañana, como otras mañanas antes que esa, aunque esa, la del viernes, fuera una mañana inundada de emociones.

Foto: Fotografia facilitada por la Generalitat de Cataluña del presidente cesado, Carles Puigdemont. (EFE)

Es verdad que nosotros, de alguna manera, somos espectadores privilegiados de un momento histórico, pero entiendo que esta afección por lo que está ocurriendo llega a mucha más gente. Lo veo en mis grupos de WhatsApp, en los que casi no hay otro tema de conversación, entre los padres y madres en el colegio… Cuando llego al súper lo primero que me pregunta el carnicero es “¿qué va a pasar?”, como si yo tuviera una bola de cristal para saberlo. Y luego vienen un par de señoras a comprar la carne y ya se monta el corrillo, y que si Rajoy no hace nada, que sí que hace, que el otro (Puigdemont, se entiende) está 'pa allá'…

Que todos estamos preocupados y agobiados y somos conscientes de que esto no es algo normal, y nos duele… “Han caído entre un 20 y un 30 por ciento las ventas de productos conocidos catalanes, como las pizzas Casa Tarradellas y otros”, me dice el encargado del súper… Mal, muy mal… “Yo le digo a la gente que no hagan eso, que no todos los catalanes son iguales, que la mayoría son una gente estupenda y no tienen la culpa…”. La mayoría, y seguramente todos. Pero el odio, la inquina, la animadversión, se están instalando allí y aquí. “Me preocupa que la gente que antes nos quería ahora nos mire con resentimiento”, me confesaba una compañera catalana a la que aprecio mucho y seguiré apreciando, piense lo que piense, que no lo sé, ni me importa.

Algo hemos hecho mal. Todos. Ellos y nosotros, sin lugar a dudas. En algún lugar del camino que recorríamos juntos nos pusimos la zancadilla

Lo que me importa es que todo esto me afecta, nos afecta, y no nos deja vivir como lo hacíamos hasta ahora. “A mí se me quitan las ganas de salir a tomar algo con mis amigos”, me decía, apesadumbrado, un senador del PP. “Yo quedo con mis amigas y lo primero que les digo es que, por favor, del tema ni hablar… Pero aguantan media hora como mucho, y me fríen a preguntas…”, contaba otra compañera periodista. Yo mismo le he dicho a mi madre que no me llame para preguntarme por Cataluña, porque ya no sé qué decirle, qué contarle, de qué manera calmarla… No lo sé, de verdad. No sé, ni siquiera, cómo calmarme yo mismo.

Enciendo la tele, ansioso por un lado, desesperado por otro. Triste. Muy triste la mayor parte de las veces. Una tristeza que se va cogiendo a la boca del estómago y no quiere salir de ahí, se agarra y rasga las entrañas sin piedad alguna. Nos duele España. Nos duele Cataluña. Y nos preguntamos una y otra vez, sin descanso, cómo hemos llegado hasta aquí, qué ha pasado, qué hemos hecho mal… Porque algo hemos hecho mal. Todos. Ellos y nosotros, sin lugar a dudas. En algún lugar del camino que recorríamos juntos nos pusimos la zancadilla, nos dimos un empujón, nos empezamos a distanciar, nos insultamos…

Foto: Unas quieren que Cataluña se independice, otras no. Todas son amigas.

Y ahora, ¿qué vamos a hacer? ¿Cómo arreglamos esto, si es que tiene arreglo? Porque ya no sé si lo tiene… Esto va más allá del 155, de la DUI, del TC, de la ANC, de Òmnium… Esto va de convivencia, y esa convivencia se ha roto, y de sentimientos, y esos sentimientos se han desparramado por un abismo insondable. Tengo ganas de llorar, la tendré muchos días, seguro, cada vez que piense que en esto no gana nadie y perdemos todos. Todos, sin excepción. Ellos, y nosotros. Los que nos han llevado hasta aquí y los que no saben cómo solucionarlo. Y perdemos mucho, muchísimo, ni siquiera somos verdaderamente conscientes de cuánto perdemos porque hemos dejado de querernos. Tengo ganas de echarme a llorar, y supongo que usted, y usted, también.

Llevo varias noches sin dormir. O durmiendo mal, que para el caso es lo mismo. Al principio creía que sería algo pasajero producto de un ligero insomnio, pero ya he descubierto que no, que se trata de algo más profundo y que tiene mucho que ver con lo que llevamos viviendo desde hace semanas. Me afecta, claro que sí. Como les afecta a muchos de mis compañeros periodistas. Como les afecta a los políticos, sean del signo que sean, con los que tratamos a diario. Como les afecta a miles de ciudadanos que ya casi no piensan en otra cosa.