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Ni por ser negra, ni por ser mujer, ni por ser inmigrante
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Federico Quevedo

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Ni por ser negra, ni por ser mujer, ni por ser inmigrante

Ana Julia responderá por el crimen de Gabriel ante la Justicia, no ante ningún tribunal popular asentado en la ley de la selva de Internet

Foto: Los padres de Gabriel recibiendo públicamente el apoyo de la gente. (EFE)
Los padres de Gabriel recibiendo públicamente el apoyo de la gente. (EFE)

Puedo imaginarme la emoción que debió embargar al ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, cuando Patricia, la madre del pequeño Gabriel, le regaló la bufanda azul tejida por la abuela del niño y que ella había llevado puesta todos los días hasta que el pasado lunes apareció su cadáver. Me pareció un gesto de una ternura infinita, propio de alguien con el corazón muy limpio que, al mismo tiempo, guarda un dolor increíble. Pero Patricia ha demostrado en estas últimas horas, también en los doce días que ha durado la búsqueda de su hijo, que es una persona maravillosa, de esas que cuando uno conoce debe dar gracias por haberlo hecho.

Me conmovió el mismo lunes cuando no dudó en acudir a las principales emisoras de radio con un mismo grito pidiendo calma, que se ocultara la rabia y se diera paso a los buenos sentimientos que un alma tan pura como la de Gabriel guardaba para todos. Y es que, como ocurre siempre en estos casos, o en otros parecidos, las redes sociales y algunos programas de televisión permiten fluir el lado más miserable, más inhumano de nosotros mismos. Sin esperar ni siquiera a saber qué era lo que había pasado, algo que hemos ido conociendo estos días, las fieras se lanzaron en masa sobre la carroña.

Ni ser negra, ni ser mujer, ni ser inmigrante puede considerarse un agravante de cualquier delito

Vivimos en un estado de derecho, en un país donde actúa la Justicia, y lo que hay que esperar es que lo haga con toda su firmeza en el caso de Ana Julia y que si efectivamente —como ella misma ha confesado— es la autora del crimen terrible, los jueces le impongan una condena de acuerdo a la gravedad de su delito. Me da igual si es una prisión permanente o no, creo que aprovechar la circunstancia para calentar el debate que se produjo en el Congreso el jueves, como hizo el portavoz del PP Rafael Hernando en la antesala de la capilla ardiente de Gabriel, es también de una bajeza moral indudable. Y, cuidado, yo defiendo la prisión permanente revisable para determinados delitos, lo digo por si alguien lo ponía en duda.

Sin tribunales populares

Pero todo lo que de alguna manera está rodeando este caso que nos ha conmovido a todos —bueno, no todo, pero casi— empieza a ser moralmente cuestionable. Los medios de comunicación hurgando en la vida privada de los protagonistas, escudriñando cada recoveco de su vida íntima, es muy lamentable. Y no digamos el haber aprovechado la circunstancia para levantar determinadas banderas. Que la autora del crimen merece un castigo justo, nadie lo pone en duda, ¿no? Pero que sea por su crimen, y solo por eso. Porque parece a tenor de muchos comentarios en las redes sociales, especialmente en Twitter, que además habría que juzgarla por ser negra, por ser mujer y por ser inmigrante.

He leído comentarios cargados de machismo y xenofobia que pueden generar comportamientos violentos hacia personas indefensas

Y miren, no. Hasta ahí podríamos llegar en el colmo de una justicia injusta. Ni ser negra, ni ser mujer, ni ser inmigrante puede considerarse un agravante de cualquier delito. Pero da la sensación de que algunos necesitaban que fuera negra, mujer e inmigrante para decirnos a los demás: "¿Veis? Los negros son asesinos, los inmigrantes deben volver a sus países y las feministas se tienen que tragar todo lo que han dicho". Eso, con palabras mucho más duras, más elocuentes, es lo que se ha venido defendiendo estos días en las redes sociales, esa especie de selva en la que habitan las alimañas, a la espera de desgarrar los huesos de sus víctimas.

He leído comentarios cargados de machismo y xenofobia hasta lo nauseabundo, y el problema de eso es que pueden generarse comportamientos violentos hacia personas indefensas a las que solo por el hecho de ser negras, mujeres e inmigrantes ya se identifiquen con la asesina de Gabriel. No, señores, Ana Julia responderá por su crimen ante la justicia, no ante ningún tribunal popular asentado en la ley de la selva de Internet. Porque, si no fuera así, entonces sí que estaríamos ante la peor de nuestras pesadillas.

Puedo imaginarme la emoción que debió embargar al ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, cuando Patricia, la madre del pequeño Gabriel, le regaló la bufanda azul tejida por la abuela del niño y que ella había llevado puesta todos los días hasta que el pasado lunes apareció su cadáver. Me pareció un gesto de una ternura infinita, propio de alguien con el corazón muy limpio que, al mismo tiempo, guarda un dolor increíble. Pero Patricia ha demostrado en estas últimas horas, también en los doce días que ha durado la búsqueda de su hijo, que es una persona maravillosa, de esas que cuando uno conoce debe dar gracias por haberlo hecho.

Caso Gabriel Cruz Juan Ignacio Zoido