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Independentismo: semana de pasión, muerte y… ¿resurrección?
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Independentismo: semana de pasión, muerte y… ¿resurrección?

La detención de Puigdemont ha puesto de manifiesto las horas bajas que vive el independentismo, pese a que aún siga habiendo un número de gente dispuesta a creerse su mentiras

Foto: Manifestantes protestan frente a la prisión de Neumünster por la encarcelación de Carles Puigdemont. (EFE)
Manifestantes protestan frente a la prisión de Neumünster por la encarcelación de Carles Puigdemont. (EFE)

Hace unos días, a raíz de la detención del expresidente de la Generalitat. Carles Puigdemont, en Alemania, escribí un tuit en el que más o menos decía que no me gustaba ver entrar en la cárcel a políticos por sus ideas, pero que si había un político que se merecía esa pena era, precisamente, Puigdemont, porque ningún Estado de derecho puede consentir la burla del modo en que la ha puesto en práctica el 'expresident'. Pocos repararon en lo segundo y enseguida se me afeó lo primero y con más o menos fortuna se me recordó que no están en la cárcel por sus ideas, sino por sus 'presuntos' delitos.

Dejemos claras dos cosas: la primera, que están en la cárcel porque, efectivamente, están siendo investigados por la presunta comisión de delitos muy graves y el juez que instruye el caso ha decidido mantenerlos en prisión preventiva porque considera que puede haber reiteración de los hechos delictivos. Yo no estoy de acuerdo, pero no voy a volver sobre ello. La segunda, que siendo cierto ese extremo, también lo es que ninguno de ellos ha cometido esos delitos por un deseo expreso de convertirse en un criminal, sino porque sus ideas —que por otra parte son legítimas—, les han conducido a infringir la ley. Nos puede gustar más o menos, pero es así.

Dicho todo eso, la detención de Puigdemont ha puesto de manifiesto las horas bajas que vive el independentismo, a pesar de que todavía siga habiendo un número no menor de gente dispuesta a creerse las mentiras, los engaños, de un personaje cobarde cuyo principal mérito ha sido fracturar a la sociedad catalana hasta un extremo del que todavía no somos conscientes. Lo he dicho alguna vez, y lo repito: quizás ese sea para mí el mayor de todos los delitos, y el único que no tiene reflejo en el código penal. Tuvo en su mano evitar todo lo que ha ocurrido, y sin embargo presa del miedo, por un lado, y de una falsa conciencia histórica, por otro, decidió seguir adelante con algo que él mismo sabía que nunca podría llegar a buen puerto.

Muchos le avisaron y no hizo caso. Y a fecha de hoy Cataluña sigue siendo una comunidad autónoma inmersa en un conflicto emocional de difícil resolución pero con consecuencias muy graves para su futuro. Sin duda Puigdemont no es el único responsable, pero es el mayor responsable en la medida que ha liderado el descenso de la sociedad catalana a los infiernos para, al final, dejarlos solos, abandonarlos a su suerte, mientras él escapaba al retiro dorado de su mansión en Waterloo. Pero la suya era una batalla perdida de antemano.

Tuvo en su mano evitar todo lo que ha ocurrido, pero decidió seguir adelante con algo que él mismo sabía que nunca podría llegar a buen puerto

Es imposible que el independentismo pueda continuar con la travesía que él encaminó porque, a estas alturas, ya es consciente de que el Estado de Derecho no va a permitir ninguna aventura que se salte las reglas del juego. Eso solo sería posible si lograra un respaldo internacional que hiciera doblegar la voluntad del Estado, y eso ya sabemos —y sabe el independentismo— que no va a ocurrir. Es una suerte que, además, el liderazgo independentista haya recaído en un personaje como Puigdemont, cuya credibilidad es nula y no despierta la menor admiración fuera de nuestras fronteras, porque de haber sido de otra manera a lo mejor las cosas hubiesen sido distintas. Pero eso nunca lo sabremos.

El caso es que él mismo ha conducido al independentismo a su propio calvario y ha conseguido hacerle perder ese halo de romanticismo revolucionario que tenía al principio de toda esta historia. Claro que sigue habiendo independentistas, y muchos, y eso hace que siga siendo necesario encontrar alguna fórmula de consenso que determine la relación que queremos seguir manteniendo con quienes no se sienten cómodos conviviendo con nosotros. No podemos echarlos, ni podemos dejar que se vayan, pero el hecho simple de que a día de hoy el independentismo haya perdido la esperanza de conseguir, a corto plazo, su anhelo, no puede ser una razón para solazarse en una falsa victoria. En este país estamos ya demasiado acostumbrados a comprobar cómo los muertos están muy vivos, y esta historia, aún con Puigdemont durmiendo en el catre de una celda en lugar de su dorada mansión belga, no ha terminado.

Hace unos días, a raíz de la detención del expresidente de la Generalitat. Carles Puigdemont, en Alemania, escribí un tuit en el que más o menos decía que no me gustaba ver entrar en la cárcel a políticos por sus ideas, pero que si había un político que se merecía esa pena era, precisamente, Puigdemont, porque ningún Estado de derecho puede consentir la burla del modo en que la ha puesto en práctica el 'expresident'. Pocos repararon en lo segundo y enseguida se me afeó lo primero y con más o menos fortuna se me recordó que no están en la cárcel por sus ideas, sino por sus 'presuntos' delitos.

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