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Ese hombre exasperantemente tranquilo
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Ese hombre exasperantemente tranquilo

Cada presidente ha aportado algo a la democracia española, cada uno lo suyo, y habrá que analizar qué es lo que ha aportado el ya expresidente del Gobierno

Foto: Mariano Rajoy. (EFE)
Mariano Rajoy. (EFE)

Mariano Rajoy se ha ido como llegó: por sorpresa. Recuerdo que cuando llegó no era el preferido de las quinielas para la sucesión de Aznar, ese puesto lo ocupaba Rodrigo Rato. Pero entonces Aznar cogió a todos por sorpresa señalando a Mariano Rajoy, el hombre tranquilo de Pontevedra a quien había encargado algunos de los asuntos más peliagudos de su etapa de gobierno como la crisis del Prestige. Rajoy casi llora en aquella Junta Directiva e hizo llorar incluso a su máximo rival, el hoy denostado exministro de economía.

El otro día a punto estuvo también de romper a llorar, y de hacer llorar a más de uno en el momento en el que anunció que decía adiós a quince años de liderazgo del Partido Popular. Pero lo cierto es que nadie se lo esperaba. O casi nadie, porque supongo que su entorno familiar más próximo sí lo sabía y me consta que se lo había dicho al menos a María Dolores de Cospedal y a Martínez Maillo, además de a la ex vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Pero más allá de las cábalas que pudiéramos estar haciendo todos en las horas previas a la reunión del Comité Ejecutivo, lo cierto es que la impresión general era la de que haciendo honor a su habitual parsimonia, Rajoy aplazaría lo más posible su retirada y, además, tutelaría desde el minuto uno la sucesión.

No va a ser así. Se ha ido con todas las consecuencias, digan lo que digan, y no va a intervenir en el proceso entre otras cosas porque alguno de los que tienen más probabilidades de ser el elegido/a le ha pedido que no lo haga. Es la única forma de que el sucesor pueda actuar con manos libres y hacer los cambios que considere oportunos, que deberían ser muchos. Pero el caso es que rompiendo con todas las expectativas que había generado en torno a él, Mariano Rajoy tomó, casi por primera vez en su vida, una decisión sin esperar a que el problema se pudriera con el paso del tiempo. Una decisión acertada, sin duda, que debería haber tomado hace bastante tiempo, tras aquellas elecciones de 2015 en las que perdió 63 escaños y casi cuatro millones de votos.

Se ha ido con todas las consecuencias y no va a intervenir en el proceso porque alguno de los proclives a ser elegidos le ha pedido que no lo haga

Fue, sin duda, el momento en el que empezó el declive de un presidente y de un partido que no fueron capaces de entender lo que les había pasado en aquellas elecciones. Conducido por Rajoy, el PP se enrocó y solo el miedo a una victoria de Podemos le permitió obtener una pírrica victoria electoral en junio de 2016 que previo acuerdo con Ciudadanos le facilitaría llegar al poder para, francamente, no hacer nada. Porque esa es la estrategia exasperante de Mariano Rajoy: no hacer nunca nada, dejar que el tiempo arregle las cosas o termine de estropearlas del todo.

Foto: Mariano Rajoy, en su último día en el Congreso como presidente del Gobierno. (EFE)

Por eso no es verdad lo que dijo en su despedida en el Congreso: esta España no es mejor que la que él se encontró cuando ganó con una aplastante mayoría absoluta en noviembre de 2011. En términos de paro, sí. Sin duda. Y en términos de crecimiento económico, también. Pero pare usted de contar. Y ya no estamos en los tiempos aquellos en los que aquel asesor de Clinton le decía lo de “es la economía, estúpido”. Ya no es la economía, sino la desigualdad, la pobreza, la precariedad, el machismo… La crisis de Estado, el chantaje del nacionalismo, la falta de diálogo, la desinversión en infraestructuras, el aumento de la criminalidad, la violencia de género y los crímenes sexuales, el futuro de las pensiones, el control de los medios de comunicación, la manipulación informativa, el acoso a los periodistas y a otros profesionales utilizando resortes del poder como la Agencia Tributaria, la corrupción

No, señor Rajoy, esta España no es mejor que la que se encontró cuando llegó. Es peor, mucho peor. Pero, dicho eso, en estos siete años el líder del PP acumula claroscuros, luces y sombras, y tendrá que ser el tiempo y una visión más objetiva de los hechos y las circunstancias la que ponga a cada uno en su sitio, como ocurrió con Suárez, con González, con Aznar… Incluso con Zapatero. Al final, cada presidente ha aportado algo a la democracia española, cada uno lo suyo, y habrá que analizar qué es lo que ha aportado Rajoy. Pero eso será, como digo, con el tiempo. Ahora lo que toca es decir adiós a un hombre que deja en herencia un país al borde de la fractura y un partido deshecho y en riesgo de extinción. Su único mérito ha sido hacer lo que debía hacer para salvarlo: irse.

Mariano Rajoy se ha ido como llegó: por sorpresa. Recuerdo que cuando llegó no era el preferido de las quinielas para la sucesión de Aznar, ese puesto lo ocupaba Rodrigo Rato. Pero entonces Aznar cogió a todos por sorpresa señalando a Mariano Rajoy, el hombre tranquilo de Pontevedra a quien había encargado algunos de los asuntos más peliagudos de su etapa de gobierno como la crisis del Prestige. Rajoy casi llora en aquella Junta Directiva e hizo llorar incluso a su máximo rival, el hoy denostado exministro de economía.

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