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En democracia los españoles admiran a don Quijote, pero se comportan como Sancho Panza
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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En democracia los españoles admiran a don Quijote, pero se comportan como Sancho Panza

El oficio de político es muy duro: todo el tiempo reuniéndote con los tuyos, escuchando encuestas bien intencionadas, oyendo consejos de gente bien pagada… así que

El oficio de político es muy duro: todo el tiempo reuniéndote con los tuyos, escuchando encuestas bien intencionadas, oyendo consejos de gente bien pagada… así que no hay manera de enterarse de lo que vale un peine. Estar en la inopia es una enfermedad profesional del político al uso.

El Partido Popular lleva tiempo dirigiéndose a un país que es posible que ya no exista, confundiendo su estrategia con la de quienes lo único que pretenden es vender periódicos o ganar oyentes. Si un medio se coloca en la derecha, o en la izquierda, puede dar todo lo duro que quiera al adversario y subir en audiencia y en clientela por la sencilla razón de que hay muchos más votantes de derecha (y, por supuesto) de izquierda que oyentes de la COPE o que lectores de El País. Pero los votantes son otra cosa: para subir su número hay que tener contentos a los propios y seducir a los que no lo son.

En la época de Felipe González, el PSOE jugaba a ganar el centro y estuvo acertado mientras predominó en la derecha la estrategia basada en la supuesta existencia de una “mayoría natural”. Sólo cuando la derecha se dejó acompañar de gentes del centro y supo mirar hacia la frontera de voto en lugar de ensimismarse estuvo en condiciones de acabar con el felipismo.

ZP ha llevado a cabo una política distinta: en lugar de jugar al centro, dónde lo tenía difícil, se ha escorado a la izquierda buscando la irritación de la derecha y el mutuo abandono del centro. Esa estrategia, que es peligrosa desde muchos puntos de vista, puede funcionar, únicamente, si el PP no conserva cierta serenidad y distanciamiento y se dedica, como en ocasiones parece que hace, a entrar al trapo que día tras día le presentan sus habilidosos y plurales adversarios. Por eso parece que el PP siempre juega en campo contrario.

Desde 2004, el PP tiende a colocarse en posiciones de defensa a ultranza, una actitud muy heroica y moralmente admirable pero que tal vez no sea tan inteligente como cabría esperar. Si estuviésemos en Esparta, Rajoy tendría bastantes más que los trescientos fieles de Leónidas que defendieron heroicamente las Termópilas, pero ni siquiera en esa tierra -que cultivaba el valor, el honor y el sacrificio- habría sido lógico esperar una mayoría absoluta de convencidos valientes.

El error común no es confundir Esparta con España, sino tomar la España de los Sanchos por la de Don Quijote. Los españoles pueden admirar al Quijote, pero se comportan como su escudero: tienden a plegarse al terreno y están poco dispuestos a poner en riesgo su relativo bienestar reciente enfrentándose a enemigos poderosos. No quieren problemas ni broncas y, aunque sea un sofisma, una trampa y una indecencia, están más cerca de querer el proceso de paz que de administrar una justicia rigurosa o de disponerse a viajar a Rentería o a cualquier otro desfiladero, para defender una cierta idea de España. A muchos no nos gusta que las cosas sean así, pero añadiríamos necedad a esa grata convicción en la propia excelencia, si pensásemos que se puede ganar cualquier batalla frontal contra quienes pueden vivir sin principios y, además, se sienten orgullosos de ello.

Es cierto que el PP no puede cohonestar ninguna de las cosas que ha hecho Zapatero en política territorial y en el terreno ideológico; pero eso ya lo saben los españoles, mientras que lo que no acaban de saber es qué otras fórmulas, a parte de la oposición, les propone el PP.

La democracia sería casi imposible en un país de Quijotes y es difícil en un país de Panzas. Pero don Quijote es imposible sin su escudero, tiene que educarle, servirse de él y aprender de su sabiduría áspera y alicorta para no darse de morros con los molinos.

ZP se dirige a la gente y no la llama cobarde sino pacifista, y la gente está encantada de reconocerse en esa superioridad moral que, además, no impide tirar la piedra y esconder la mano. Rajoy llama a la resistencia, a los valientes pero, sin renunciar a nada de lo que cree, debería de llamar también a gentes menos íntegras, más fenicias. Sólo con los 300 no podrá resistir en las Termópilas.

Una diputada del PP me decía, tan convencida como indignada, que el país no aguanta otros cuatro años de Zapatero: tuve que recordarle que aguantó cuarenta con Franco, un tema, por cierto, en el que el señor Polanco es, sin duda, uno de los máximos expertos. Habría sido más inteligente contestar así, con ironía, a las imputaciones del editor de editores, con esa fingida humildad que el público sabe valorar, porque Panza es menos tonto de lo que los listos imaginan. Entre españoles, la estrategia de la tensión suele favorecer a los pacifistas y, como diría Don Quijote, no digo más.

En una democracia, las convicciones son necesarias y convenientes, pero no son suficientes para alcanzar la victoria, algo para lo que hace falta un poco más de sutileza, de astucia y de picardía. Cuando se trate de alcanzar la mayoría, de ganar las elecciones, el político hará bien en ponerse en el pijama del elector ajeno en lugar de sentirse siempre arropado por los propios, en especial por aquellos, y son legión, que confunden la política con acercarse al líder y aplaudir con fuerza.

Hay que conocer el terreno que se pisa, los efectos del paso del tiempo y el abrupto cambio de paisaje moral que ha acontecido a los españoles en cuanto se han visto algo mejor que medianamente pobres. Al PP no le va mal dónde practica políticas sensatas, sin renunciar a ningún principio, y se ocupa de los Panzas sin descuidar a los Quijotes. Pero si todo el programa consiste en “andar por el mundo enderezando tuertos y desfaciendo agravios” es de temer que los innumerables Sanchos se vuelvan a ese Toboso del que, según creen, nunca debieron haber salido y pudiera pasar, incluso, que en las urnas de hogaño no se depositen ni los votos de antaño.

* José Luis González Quirós es periodista.

El oficio de político es muy duro: todo el tiempo reuniéndote con los tuyos, escuchando encuestas bien intencionadas, oyendo consejos de gente bien pagada… así que no hay manera de enterarse de lo que vale un peine. Estar en la inopia es una enfermedad profesional del político al uso.