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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Pronóstico reservado

El tradicional eufemismo médico para cubrirse las espaldas ante una situación incierta es bastante adecuado como resumen del reciente debate y como diagnóstico del estado real

El tradicional eufemismo médico para cubrirse las espaldas ante una situación incierta es bastante adecuado como resumen del reciente debate y como diagnóstico del estado real de la nación sobre la que se supone haber debatido: pronóstico reservado.

Más allá del entusiasmo de unos y de otros por sus respectivas banderas, no está claro lo que pueda acabar haciendo la mayoría de los españoles cuando se vean ante la necesidad de mojarse en las urnas.

Hay una realidad evidente: el gobierno no convoca ya las elecciones porque no está seguro de ganarlas. Parece lógico que, en tales casos y con la bolsa llena, sea preferible dedicarse a las dádivas a ver si se consigue que el panorama se despeje y los electores que auparon a ZP en el 2004 vuelvan a avalarle por otros cuatro años. Los 25.000 euros por cada recién nacido son un pequeño indicio de por donde pueden ir las cosas: ZP se dispone a hacer de bandolero piadoso y a devolver con generosidad ajena parte de lo que nos saca de la faltriquera cada vez que nos atrevemos a rondar por Sierra Morena.

Los socialistas siempre han sido generosos con la pólvora del rey y esta vez no se van a quedar cortos. Su programa podrá resumirse en dos puntos que sonarán, más o menos, así: primero, olviden lo que hemos hecho y fíjense en lo que les damos; segundo: no olviden lo altivo, elitista, pretencioso, belicoso, resentido, y perverso que es el PP.

La duda sobre el resultado incierto de las próximas generales se funda en varios factores, pero el primero de ellos es el que tiene que ver con la fidelidad de voto socialista. No está claro si los electores que han dejado colgado a ZP y a sus huestes en las municipales (eso es lo que ha pasado, aunque, como es evidente, no en todas partes) van a dejarse convencer con este marketing oportunista o van a quedarse, de nuevo, en casa.

ZP puede equivocarse de medio a medio si cree que puede hacerse un lifting político a base de dádivas porque quizá no sea fácil sustituir el voto radical que le llevó a las urnas por un voto populista. En realidad, el voto socialista está muy en el alero si se examina su composición por sectores.

Veamos: no cabe duda del voto de los interesados, que son unos cientos de miles, por decirlo suavemente, pero hay otros tres sectores políticos que tal vez no se sientan tan entusiasmados. En primer lugar, el voto de centro, el que lo mismo puede votar al PP que al PSOE, que es un voto desafortunadamente escaso pero decisivo, y que, con gran probabilidad puede carecer de incentivos para prorrogar el contrato del inquilino de la Moncloa. En segundo lugar, el viejo voto socialista, muy abundante, y que, en las elecciones municipales, ha dado muestras de desaliento y desconcierto porque ni entiende bien el negocio de la ETA ni acaba de comprender qué demonios tienen los catalanes que no tengamos los demás. Por último, el voto radical, que fue decisivo en 2004, y que tampoco parece fácil de recuperar con los mimbres del presupuesto.

En este sentido, las elecciones municipales han podido ser, sobre todo, un presagio: allí donde carece de sentido el cuestionamiento del sistema constitucional, el PSOE ha sufrido un severo varapalo en votos populares, aunque justo es reconocer que ha sabido maniobrar para que la foto final no les sea demasiado desfavorable. Pero resultados como los de Madrid pueden indicar un desenganche de fondo de muchos sectores con el tradicional encanto de esa peculiar izquierda que ahora promueve ZP, pueden ser un adelanto de movimientos de mayor calado que ni siquiera su entrenada y atrevida orquesta mediática sea capaz de silenciar.

Por el lado del PP tampoco están las cosas todo lo claras que podrían estar. Es evidente que el PP ha superado con cierta soltura un resultado muy adverso e inesperado en el 2004 y que ha aguantado con firmeza un intenso bombardeo dirigido a aniquilarlo. Parece claro que en la defensa de esa fortaleza hay que destacar un poco más la fidelidad de los electores que la habilidad de los dirigentes, puesto que el PP debería de llevar mayor ventaja que la que aparentemente lleva. Algo ha debido de fallar cuando cualquier análisis teórico habría previsto la ruina del PSOE en el caso de pasar todo lo que está sucediendo (y eso es, justamente, lo que se ha comprobado en Madrid).

Hay que dar por supuesto que los votos del PP del 2004 se repetirán casi con seguridad porque, lo que es una relativa novedad en la historia de la democracia española, tanto los votantes liberales como los conservadores están absolutamente convencidos de que el PP es su opción (lo que no ha sido siempre cierto en las municipales en las que el PP se ha dejado algunos votos en pequeños partidos locales de derecha) y es muy probable que se puedan ver incrementados por diversos afluentes políticos en la medida en que Mariano Rajoy acierte en el mensaje definitivo y en el equipo que lo ha de ejecutar.

La labor de estos años ha debido consagrarse, sobre todo, a la defensa frente a la estrategia del Tinell y al ataque a las posiciones socialistas, pero ahora habrá que decir con claridad qué es lo que se va a hacer en el caso de que se gane. No se puede vivir ni de las rentas ni de prestigios del pasado, y es literalmente insensato dejarse llevar de los temores que el enemigo siembra. Hay que construir un liderazgo colectivo (Aznar no era solo Aznar, era un orquesta con sólidos profesores) y hay que tener un programa claro y valiente, que sepa coger el toro por los cuernos y que se pueda repetir con idéntica convicción en cualquier sitio, asumiendo, por supuesto, que no en todas partes pueda encontrar el mismo eco.

¿Sabrá el PP hacer lo que tiene que hacer si quiere ganar? No es fácil ganar porque no es posible la victoria sin alguien que pierda y, hasta la fecha, los españoles han revalidado siempre al gobernante del primer cuatrienio, pero es posible hacerlo, de manera que puede decirse, a la manera de Churchill, que nunca el destino de tantos va a depender tanto de las decisiones de tan pocos. Los que peinamos alguna cana podemos recordar las generales del 93 en la que la victoria estaba casi descontada y repitió un Felipe ya en estado casi terminal, de manera que el PP haría bien en no vender la piel del oso antes de proceder a la caza.

ZP se sabe, con seguridad, en riesgo de perder y va a emplearse a fondo en lo que parece ser una de sus especialidades, sobrevivir al caos, caminar sobre el alambre. Nos va a administrar una mezcla inédita de populismo presupuestario e ideología talantista que puede tener sus hooligans y partidarios. Un decisor puramente racional podría sentirse tentado a decir que la suerte está echada y que es poco probable que los quiebros y embustes de ZP obtengan un referendo mayoritario. Pero ZP ha mostrado ser un maestro del tu más y parece poseer una resistencia memorable al sonrojo.

Los electores españoles pueden estar cambiando lentamente la orientación de sus preferencias pero en el PP no se debería echar en saco roto la sospecha de que lo que a muchos de ellos les parece mercancía averiada sigue sonando en ciertos oídos como música celestial, de modo que la alianza de civilizaciones, el proceso de paz, el talante, y los concetos del lugarteniente de ZP siguen teniendo su público.

La victoria del PP será una realidad en la medida en que la participación sea alta y en función de su valor para decir lo que de verdad piensan, sin dejarse arrastrar ni por la deriva sentimental pacifista (que para el PP debe ser un simple disfraz de la cobardía) ni amedrentar por ninguno de los numerosos demonios de hojalata con que pretenden asustarles las huestes de Zerolos que liban en los jardines del paraíso zapateril. Para esta ocasión no va a servir de nada ni la lluvia fina ni ponerse de perfil.

* José Luis González Quirós es filósofo y analista político.

El tradicional eufemismo médico para cubrirse las espaldas ante una situación incierta es bastante adecuado como resumen del reciente debate y como diagnóstico del estado real de la nación sobre la que se supone haber debatido: pronóstico reservado.