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Zapatero y las comedias de enredo
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Zapatero y las comedias de enredo

La política española es intensamente monótona y, a diferencia de las sucesiones matemáticas que estudiábamos en el bachillerato, escasamente convergente. Como para compensarnos de esta nula

La política española es intensamente monótona y, a diferencia de las sucesiones matemáticas que estudiábamos en el bachillerato, escasamente convergente. Como para compensarnos de esta nula creatividad, esa sensación que dan los políticos de que ellos están a lo suyo y nosotros deberíamos dedicarnos a lo nuestro mientras la Banca se ocupa de los negocios, algunos políticos, y señaladamente nuestro ingenioso presidente, se dedican a practicar comedias de enredo. Comedias que se caracterizan porque su comicidad depende de unas situaciones que todo el mundo entiende que están forzadas, pero sirven para provocar la risa, normalmente a través del ridículo. Yo no creo que en la política española abunden las situaciones cómicas, pero, en lo que se refiere a situaciones ridículas somos, sin duda alguna, unos auténticos líderes globales.

Piénsese, por ejemplo, en el sketch de anteayer en la Moncloa: Ibarretxe le vino a decir a Zapatero que va a hacer algo que no puede hacer y Zapatero adelantó que no le iba a decir eso, que le iba a hablar de un suponer; entonces Ibarretxe contraatacó diciendo que lo que va a hacer no es referéndum y que casi no es una consulta, a lo que Zapatero, con tono de firmeza, respondió que no se va a hacer lo que no se puede hacer y además no se hará. Hasta aquí, más o menos lo que nos han contado, aunque a ellos les llevó un par de horas de diálogo. Es evidente que ambos han creído que esta escena del sofá les convenía: el vasco representando la muy recia figura de lehendakari que no se rinde, y ZP haciendo de presidente del Gobierno de España, conforme indican los anuncios y aconsejan los arúspices electorales.

Nadie sabe lo que uno va a hacer y lo que otro va a decir para que no se haga, pero se sabe que ZP no va a hacer nada (aparte, claro está, de negar que nadie vaya a hacer nada que no deba hacerse) para evitar que el otro haga lo que quiere hacer, aunque diga que lo que quiere hacer no es nada que no se pueda hacer.

Pues bien, tras la cortina de humo que representa esta clase de enredos, ocurre que los nacionalistas vascos siguen a lo suyo, barriendo para adentro, esto es, saliéndose del mapa, mientras ZP prosigue su comedia de la España serena. Pasa lo mismo con la memoria histórica, ley que los nacionalistas catalanes van a aprobar a cambio, al parecer, de unos edificios que imagino no serán poca cosa, porque así es como deben ser las cosas: nosotros a la ensoñación, los listos a hacer caja. Esto es como la colonización de América pero al revés y en más grave: según el relato clásico, a los indios les dimos espejitos a cambio de su oro; aquí, por el contrario, los nacionalistas se quedan con la pasta y además nos dicen que los espejitos no valen para nada, y que nadie saque la bandera a relucir porque eso tensa las cosas.

Lo único claro es que quienes protagonizan esta clase de enredos consideran que el público es memo y hacen lo posible para que progrese adecuadamente en su memez. ZP está yendo muy lejos en su afición por encubrir con palabras lo que no le conviene y seguirá haciéndolo mientras le dejen y le dejarán mientras no sea un peligro cierto para los que viven de hacerle la ola, es decir, hasta que no pierda las elecciones.

ZP ha roto el consenso constitucional al fomentar, a sabiendas o a ignorandas, el ansia infinita de poder de los partidos nacionalistas. Ha quebrado el respeto que cualquier Estado tiene que sentir por sí mismo al iniciar unas negociaciones con ETA en las que parecía dispuesto a ceder cosas que ahora se asegura que no ha cedido, aunque es evidente que hubiera sido el colmo ceder algo sin conseguir nada (a costa, eso sí, de un ansia infinita de paz un tanto indistinguible de una cobardía cósmica). ZP ha conseguido superar a Mister Bean en sus relaciones internacionales, ha conseguido que aprobemos en referéndum una Constitución europea que los franceses han enviado al limbo sin el menor respeto, y está intentando disfrazar de misión de paz nuestra presencia en una guerra lejana, mediante argumentos propios de teatro del absurdo.

Esta serie de contribuciones de ZP al pensamiento político contemporáneo pueden no ser justamente valoradas por los electores, que a lo mejor le revalidan la situación precaria en que se encuentra para que los Carod y los Ibarretxe le sigan sacando edificios, inversiones y declaraciones ambiguas e incomprensibles. Decía Bertrand Russell que en una democracia los elegidos no pueden ser nunca peores que los electores, porque cuanto peores sean los electos peores aún serían quienes les hubiesen elegido. Claro que Russell no tenía en mente la posibilidad de que la democracia degenerase en una comedia de enredo.

En esta clase de comedias juegan papel muy relevante las promesas insensatas y las llamadas a la prudencia: es el rol clásico del pirómano-bombero, el que primero atiza la llama y luego pega grandes voces para que el fuego se aplaque. Pongamos el numerito de la vivienda: primero se promete que se va a arreglar, que va a haber viviendas para todos y luego, si la demanda se contrae, se dice a los bancos que no sean tacaños con el crédito, porque ya sabemos que a los bancos les gusta tener los cuartos en la piscina del Tío Gilito y zambullirse en ella. ZP es más serio que todo eso: se ha limitado a decir que aquí no hay problemas, y a continuación ha contratado a unos cientos de miles de funcionarios para que vigilen el estanque dorado y suba la productividad, porque esa sí que ha sido una pesada herencia del dramático pasado.

* José Luis González Quirós es filósofo y analista político.

La política española es intensamente monótona y, a diferencia de las sucesiones matemáticas que estudiábamos en el bachillerato, escasamente convergente. Como para compensarnos de esta nula creatividad, esa sensación que dan los políticos de que ellos están a lo suyo y nosotros deberíamos dedicarnos a lo nuestro mientras la Banca se ocupa de los negocios, algunos políticos, y señaladamente nuestro ingenioso presidente, se dedican a practicar comedias de enredo. Comedias que se caracterizan porque su comicidad depende de unas situaciones que todo el mundo entiende que están forzadas, pero sirven para provocar la risa, normalmente a través del ridículo. Yo no creo que en la política española abunden las situaciones cómicas, pero, en lo que se refiere a situaciones ridículas somos, sin duda alguna, unos auténticos líderes globales.