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El PP y el populismo que va a Misa
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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El PP y el populismo que va a Misa

La derecha suele tratar de lavar sus heridas en el Jordán del centro. Hay que reconocer que, en muchas ocasiones, ha tenido motivos para hacerlo. La

La derecha suele tratar de lavar sus heridas en el Jordán del centro. Hay que reconocer que, en muchas ocasiones, ha tenido motivos para hacerlo. La derecha-derecha, la de Fraga y Gallardón, no habría ganado nunca las elecciones a no ser por la mutación que el PP experimentó bajo los mandos de joven Aznar, y la llegada en tromba de numerosos líderes y no menos numerosos militantes de la antigua UCD y del moribundo CDS. Aznar supo incorporarlos con generosidad a la dirección, aprendió de ellos y ganó las elecciones. Luego ya sabemos lo que pasó.

Ahora se nos dice que hay que volver al centro, y hay mucha gente que piensa que Rajoy se está centrando de nuevo con la ayuda experta de Fraga y Gallardón. El primero pretende ser el auténtico inventor del centro, mientras que el segundo presume de tener votos que el PP no tiene, presunción que se da de bruces con los datos electorales... aunque ya se sabe que una buena imagen vale más que miles de datos, si uno está dispuesto a tragar con lo que sea.

La búsqueda del centro era lógica en un partido que apenas llegaba a los seis millones de votos, pero se confunde con la niebla en un partido que supera los diez. Una vieja derecha, siempre escasamente amiga de la libertad, pero muy aficionada a la propaganda, quiere vender esa monserga y está dispuesta a travestirse de lo que sea necesario con tal de seguir pisando moqueta: no han hecho nunca otra cosa y es tarde para aprender.

Si el PP renuncia a sus perfiles diferenciales deja de ser alternativa y la democracia pierde. El análisis táctico de estos centristas de ocasión parte de una constatación correcta, pero apunta en una dirección muy equivocada. La constatación correcta es que, para nuestra desgracia, muchos españoles no conceden ningún valor a los discursos liberales, porque no ven cuál es el valor de algo que ya tienen, o creen que tienen, y, en consecuencia, el discurso liberal les suena a música celestial, más o menos como a Fraga y Gallardón.

El error estratégico consiste en que, sin modificar la cultura política de los españoles, la elección no tiene color porque se convierte en un juego trucado: entre gente moderna y excrecencias del franquismo no parece haber discusión. Mientras la izquierda, instalada aún en la creencia de que la libertad es cosa de exquisitos, ha encontrado con habilidad una salida ante la debacle de su programa clásico, los brujos centristas de esta nueva derecha parecen obstinarse en el camuflaje, buscando su triunfo en el mero desgaste del adversario.

El chantaje a los poderes públicos

La izquierda ha sabido contrarrestar el triunfo político de los ideales liberales y la derrota del socialismo con la elección de una agenda de tipo muy distinto. ¿Qué ha hecho?: convencer a los electores de que los poderes públicos no son sistemas que nos quitan dinero, sino nuevos ricos a los que podemos chantajear políticamente para que nos den lo que les pidamos. El Estado se convierte en el gran dadivoso, razón por la cual ZP ha se ha dedicado a declarar nuevos derechos, rematados con la promesa de los 400 euros. La simbiosis de capitalismo de consumo, bienestar social y anomia cultural favorece la mutación de los poderes públicos hacia una nueva especie de feudalismo. Los ciudadanos legitiman a su Gobierno para que los proteja y les haga crecer en bienes y placeres.

Pero la derecha se suicida cuando intenta hacer lo mismo que la izquierda e incluso un poco más, hasta el punto de que hay políticos en el PP que pondrían a Solbes en mayores aprietos que el propio Zapatero. Convertir a la derecha en una especie de populismo que va a Misa (nada muy distinto del franquismo) los domingos, es uno de los peores negocios que se puede hacer en política.

La única alternativa política que tiene sentido es aquella cuyo discurso pivote sobre la defensa de la libertad, la conciencia y la responsabilidad; aquella que explique que el maná acaba saliendo caro y que se atreva a poner en solfa, una por una, las interesadas mentiras de la izquierda. El PSOE perderá las elecciones cuando una mayoría de ciudadanos caigan en la cuenta de que su libertad merece la pena, de que el nacionalismo es un mal negocio, de que él puede hacer por sí mismo cosas que nadie va a hacer mejor.

El PP tiene que aprender a no resignarse, tiene que proponer una democracia que se respete y se tome a sí misma y a los ciudadanos en serio. Esa fuerza política se situará, por su propia naturaleza, en el centro, sin necesidad alguna de hacer travestismos y sin renunciar a ninguna política pública sensata y razonable. Se trata, de nuevo, de un discurso regenerador, de un discurso que haga sentir a los ciudadanos que el destino colectivo está en su manos, que les invite a afrontar con decisión y valentía sus problemas, que convenza de que se pueden hacer cosas distintas y mejores sin necesidad de mentir con palabras grandilocuentes que no se traducen en nada.

Si el PP se coloca en esa senda, verá crecer sus frutos; si, por el contrario, como todo apunta, se dedica a hacer de palmero, esperando que caiga la fruta madura por los soles de la crisis, ni merecerá la victoria ni la logrará.

*José Luis González Quirós es analista político.

La derecha suele tratar de lavar sus heridas en el Jordán del centro. Hay que reconocer que, en muchas ocasiones, ha tenido motivos para hacerlo. La derecha-derecha, la de Fraga y Gallardón, no habría ganado nunca las elecciones a no ser por la mutación que el PP experimentó bajo los mandos de joven Aznar, y la llegada en tromba de numerosos líderes y no menos numerosos militantes de la antigua UCD y del moribundo CDS. Aznar supo incorporarlos con generosidad a la dirección, aprendió de ellos y ganó las elecciones. Luego ya sabemos lo que pasó.

Manuel Fraga Alberto Ruiz-Gallardón