Es noticia
El método Ponzi de Gobierno
  1. España
  2. Dramatis Personae
José Luis González Quirós

Dramatis Personae

Por

El método Ponzi de Gobierno

Se mire como se mire, debería causarnos extrañeza que una buena mayoría de ciudadanos consideren que las reglas lógicas y morales que se deben aplicar a

Se mire como se mire, debería causarnos extrañeza que una buena mayoría de ciudadanos consideren que las reglas lógicas y morales que se deben aplicar a las conductas de cualquiera no se apliquen a las acciones de Gobierno. Pongamos la estafa piramidal o de Ponzi que casi todo el mundo considera un método ridículo de engaño, además de una canallada. El señor Madoff ha dejado a mucho rico descompuesto y en ridículo, de manera que es posible que nunca sepamos cuánto han perdido algunos de los avispados españoles que, el pasado domingo, hubieron de dejar apresuradamente la escopeta al secretario, según narraba Cacho, para comprobar la magnitud del agujero y recomponer el gesto a toda prisa.

 

Pues bien, el caso es que los gobiernos parecen no tener ninguna clase de miedo al método de la pirámide y lo aplican con singular salero sin que el respetable tuerza el gesto; se considera incluso una exageración hacer cálculos sobre lo que nos toca a cada cual del montante que ZP destina al dispendio. A Madoff se le agotaban los rendimientos, pero seguía habiendo ingenuos suficientes para cubrir el expediente y que no cundiese el pánico; a Zapatero no se le agota el crédito y sigue poniendo miles de millones encima de la mesa de una manera que haría palidecer de envidia a cualquier Ponzi.

¿Cómo es posible sostener que siempre habrá dinero suficiente en las arcas públicas como para que ninguna de las grandes columnas que sostienen el tinglado se tambalee? Es, además de una estafa, el mundo al revés. Los estados viven de los impuestos y, si arruinan al país, se van a pique: no sería la primera vez que pasase. La España de Felipe II se desangró tras años de gasto desmedido, insostenible e inútil con las tropas de Flandés y ahí empezó su ruina. Islandia ha quebrado y hay varios países, como Argentina, en los que nadie entra con un duro por miedo a que se lo quede el insaciable de turno.

Es algo así como el movimiento perpetuo, algo imposible en física pero que goza de buena fama en economía política: se le quita el dinero al ciudadano futuro engrosando el déficit y la deuda pública, y se le devuelve luego al votante inmediato en forma de subvenciones, retrayendo, eso sí, un pequeño porcentaje para que puedan vivir dignamente los que mantienen el cotarro y para que la Banca no pase aprietos.

Zapatero tiene un buen sistema montado sobre tres pivotes que definen un plano perfecto: los financieros, que son muy finos y siempre tienen ocurrencias y dinero de bolsillo para lo que sea menester; los funcionarios, dedicados a las pompas y a mantener la ilusión de un estado de Derecho, y los sindicatos, que se encargan de que el personal de abajo no se ponga levantisco e impertinente. Esto de los triángulos siempre da mucho juego, como se ve perfectamente cuando se examinan a fondo las habilidades del trilero. Si no eres ni funcionario, ni financiero, ni sindicalista, es que no vales gran cosa, de manera que tampoco te quejes y procura no desmandarte, porque el panorama puede empeorar. No me olvido de los nacionalistas, pero a estos efectos los considero incluidos en las categorías anteriores, aunque siempre en cabeza de las respectivas clases.

Aquí no había crisis, y cuando la ha habido ha llegado de fuera y por contagio, lo que nos ha obligado a tirar del dinero público. A los funcionarios se les sube el sueldo porque están un poco desanimados con el panorama. A la Banca se le conceden créditos a mogollón, de manera que no tengan que pujar en las subastas, cosa que se considera poco adecuada a gentes tan sutiles. A los sindicatos más jabón, más liberados y más consultas: el caso es que se queden quietos y que aquí no se entere nadie de lo que realmente hacemos.

Decía un personaje de Galdós hacia 1872 que “Todos los españoles adquirimos con el nacimiento el derecho a que el Estado nos mantenga, o por lo menos nos dé para ayuda de un cocido”. Los españoles somos tan generosos que agradecemos las dádivas del poderoso sin reparar en que nuestro bolsillo tal vez esté vacío por sus excesos. Claro que quienes más reciben no son precisamente quienes más trabajan, de manera que para ellos el negocio es pingüe y los demás no podemos protestar porque sería insolidario.

Tenemos un país que se desmorona y el gobierno parece creer que esto se arregla gastando. No se va a ninguna parte por ahí, pero cuando el público se dé cuenta, ya inventarán a quién echarle la culpa del desaguisado, aunque ya se nos advierte con claridad que la culpa es del liberalismo que hay que combatir con una unión más estrecha entre las grandes familias del régimen: más control de las finanzas, más gasto público y algo de movilización social para que no se nos caigan los palos del sombrajo.

Este gobierno tiene puestas sus mejores esperanzas en que la crisis que vino de fuera se vaya a tiempo por donde ha venido, y que la bonanza exterior nos resuelva el caso para poder seguir gastando mientras el cuerpo aguante. Es lo que dijo Madoff: ¡qué lástima que la crisis me haya arruinado el invento!.

Se mire como se mire, debería causarnos extrañeza que una buena mayoría de ciudadanos consideren que las reglas lógicas y morales que se deben aplicar a las conductas de cualquiera no se apliquen a las acciones de Gobierno. Pongamos la estafa piramidal o de Ponzi que casi todo el mundo considera un método ridículo de engaño, además de una canallada. El señor Madoff ha dejado a mucho rico descompuesto y en ridículo, de manera que es posible que nunca sepamos cuánto han perdido algunos de los avispados españoles que, el pasado domingo, hubieron de dejar apresuradamente la escopeta al secretario, según narraba Cacho, para comprobar la magnitud del agujero y recomponer el gesto a toda prisa.

Bernard Madoff