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El Gobierno y la SGAE
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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El Gobierno y la SGAE

Más allá de las simpatías, que parecen recíprocas, hay entre la política de este Gobierno y la ejecutoria de la SGAE unas analogías que acaso tengan

Más allá de las simpatías, que parecen recíprocas, hay entre la política de este Gobierno y la ejecutoria de la SGAE unas analogías que acaso tengan algún interés. La SGAE, decía ayer mismo este diario, tiene una pésima reputación entre el público, y corre serios peligros, en la medida en que no podrá vivir definitivamente de una combinación deletérea entre el regocijo recaudatorio de sus miembros y la inquina del resto de los españoles. La situación del Gobierno no es tan apurada, pues sigue teniendo sus aliados y sus partidarios, aunque en cuarto creciente, como se sabe, pero se asemeja en algunos aspectos a la de la SGAE, aunque es mucho más proactivo en su política de imagen, y acaba de contratar a su cuarto secretario de estado de comunicación en apenas seis años. 

 

La política de abstinencia comunicacional de la SGAE le permite una franqueza que este Gobierno no se podría consentir. Hace escasos meses, el líder de la SGAE, Teddy Bautista, el famoso intérprete de Los Canarios que, de modo harto premonitorio, puso de moda el tema “Ponte de rodillas” (Get on your knees), declaraba con una claridad meridiana lo siguiente: “No estamos para ser simpáticos, estamos para ser eficientes”. Uno no puede imaginarse al presidente del Gobierno profiriendo una declaración tan descarnada, pero el hecho es que su Gobierno actúa conforme a la máxima bautistiana: lo importante es pillar, el motivo es lo de menos.

Tanto en el caso de la SGAE como en el del Gobierno, sus actuaciones, se apoyan en más de un supuesto común. La SGAE supone que el hábito de consumir música en la forma en que ella puede recaudarla es inelástico, que no va a mermar de ningún modo y, que si mermara, ya se les ocurriría alguna fórmula para que no bajasen los ingresos, que es lo que importa, pues esto es lo que significa “ser eficientes”. Del mismo modo, el Gobierno no cree que los contribuyentes puedan arruinarse, y menos que puedan hacerlo por su culpa, de modo que, como bajan los ingresos fiscales y aumenta el gasto público, recurre a subir los impuestos, sin caer en la cuenta de que los ingresos fiscales han caído porque lo hace la actividad económica, y no hay nada que indique que el incremento de los impuestos pudiera contribuir a que se reactive la economía. Lo que ocurre es que, aunque lo disimule cuanto pueda, este gobierno tampoco cree que esté aquí para ser simpático, sino para mantenerse en el poder y servir a causas que están más allá de cualquier mezquindad económica. Zapatero sabe muy bien que fuera del poder no hay salvación, y que su poder más allá de las opiniones de los españoles capaces de pensar por su cuenta, se funda en la capacidad de seguir cobrando y gastando, porque sus electores están siempre dispuestos a dejarse engatusar por una buena causa, por cualquiera de esas políticas grandilocuentes que el Gobierno saca de su chistera, un pozo insondable de benignidad, de paz y de la más vistosa y milagrera palabrería. 

Aunque parezca más imprudente que la del Gobierno, la política de sinceridad y trasparencia de la SGAE está perfectamente calculada para no temer a la opinión adversa, entre otras cosas porque el gobierno mismo le cubre las espaldas. La SGAE puede predicar las verdades del barquero sin miedo al qué dirán, lo que le permite, de paso, un mecanismo de identificación de los suyos que siempre es útil a la hora de repartir los beneficios de la oscuridad. Lo malo sería que un gobierno decidiese llegada la hora de la trasparencia a la hora de la distribución de unos fondos que se han obtenido por el poder coercitivo de las leyes, pero que se adjudican de modo enteramente opaco ante los paganos. Se trata de un riesgo que no está en la agenda con este Gobierno, y seguramente habrá maneras de evitar que lo esté con cualquier otro. Es decir, la SGAE puede ser enteramente trasparente en sus propósitos con tal de ser absolutamente opaca en sus decisiones, y para ambas cosas tiene el placet de este Gobierno. Así, da gusto ser sincero.

La SGAE no necesita partidarios porque tiene la protección gubernamental, pero el Ejecutivo no tiene otra manera de protegerse que evitando la deserción de sus votantes, y por eso tiene que invertir grandes esfuerzos en sus políticas de comunicación, llegando, si menester fuese, como ha sido, a arruinar los medios públicos de comunicación con tal de tener cogidos por salva sea la parte a un buen número de grupos privados que, en general han dado siempre pruebas fehacientes de patriotismo, es decir de que en la duda estarán siempre con el gobierno.

Además, el Gobierno siempre podrá contar con la SGAE. Esta benemérita entidad le puede hacer favores singulares; las campañas de los simpáticos miembros de la cofradía de la ceja serían impagables en un mercado ordinario, pues todo el mundo sabe los elevadísimos cachés que cobran estrellas tan rutilantes por la menor de sus sonrisas. Así pues, todos contentos, que paga la taquilla y, si no alcanzase, para eso está el BOE.

José Luis González Quirós es analista político

Más allá de las simpatías, que parecen recíprocas, hay entre la política de este Gobierno y la ejecutoria de la SGAE unas analogías que acaso tengan algún interés. La SGAE, decía ayer mismo este diario, tiene una pésima reputación entre el público, y corre serios peligros, en la medida en que no podrá vivir definitivamente de una combinación deletérea entre el regocijo recaudatorio de sus miembros y la inquina del resto de los españoles. La situación del Gobierno no es tan apurada, pues sigue teniendo sus aliados y sus partidarios, aunque en cuarto creciente, como se sabe, pero se asemeja en algunos aspectos a la de la SGAE, aunque es mucho más proactivo en su política de imagen, y acaba de contratar a su cuarto secretario de estado de comunicación en apenas seis años. 

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