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La hipertrofia del liderazgo
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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La hipertrofia del liderazgo

La lectura del excelente libro de Juan Francisco Fuentes, Biografía política de Adolfo Suárez, tiene la virtud de trasladarnos a unos años trepidantes en que cada

La lectura del excelente libro de Juan Francisco Fuentes, Biografía política de Adolfo Suárez, tiene la virtud de trasladarnos a unos años trepidantes en que cada semana, a veces cada día, nos asaltaba una noticia inquietante, una convulsión, una escaramuza inesperada, porque la transición y los gobiernos de la UCD fueron pródigos en novedades desasosegantes. Se vivía en la trepidación de una democracia recién inaugurada y pensábamos que bien podíamos pasar por todo aquello a cambio de la libertad, de una libertad sin ira ni miedo. Todos recordamos sobradamente el tramo final de ese período, la dimisión del presidente, el 23F, cuyo aniversario no se debiera celebrar con tanto regocijo, y, casi inmediatamente, el triunfo resonante del PSOE y la humillante derrota electoral de una UCD que paso de casi la mayoría a quedarse en dos Diputados.

 

Los partidos tomaron buena nota de ese descalabro y aprendieron una lección inequívoca cuyos efectos, a la postre, se han demostrado peligrosos y amargos: los electores castigan la desunión. Lo tremendo del caso es que la medicina que los partidos se han administrado para evitar ese riesgo, una disciplina a todo trance, aquello de que el que se mueva no sale en la foto, una frase que Alfonso Guerra no tomó de ningún filósofo de la democracia, sino de Porfirio Díaz, han convertido a los partidos en una triste caricatura de la democracia. 

Es cierto que el caos organizativo e ideológico en el que vivió la UCD no es sano ni recomendable, pero nuestros partidos son ahora presos de una tendencia oligárquica y una sumisión al mando que es completamente anómala. A veces recuerdan, con sus conductas, la respuesta que recibió Albert Speer por parte de un jerarca del partido nazi cuando Speer, espíritu inquieto, le preguntó sobre la ideología del partido: “desengáñese, la ideología del partido se resume en dos palabras: Adolf Hitler”. Cuando se oye a tantos, de uno o de otro partido,  dedicados a la loa y hasta a la imitación servil y vergonzosa del líder de turno, no puedo evitar el recuerdo de esta anécdota que me parece adecuada a una situación totalitaria pero gravemente disfuncional en cualquier democracia, pero así son las cosas.

Este régimen de adulación es incompatible con una mínima decencia intelectual, y perpetuarlo no sirve para otra cosa que para debilitar aún más la democracia

Escuchar, por ejemplo, a cualquiera de los serviles seguidores de Zapatero que éste continúa siendo el mejor activo del PSOE produce escalofríos, pero también los procura oír a cualquiera del PP cifrar las esperanzas de los españoles en que Mariano Rajoy llegue a la Moncloa, como si todo lo demás fuese completamente irrelevante y las gentes de bien tuviésemos como obligación ineludible la realización de esa mudanza. Este régimen de adulación es incompatible con una mínima decencia intelectual, y perpetuarlo no sirve para otra cosa que para debilitar aún más la democracia.

Al fin y al cabo nada tiene de extraño esta propensión a una especie de caudillismo, aunque formalmente democrático, en una sociedad que ha soportado sin enormes traumas, digan lo que digan los historiadores oportunistas casi cuarenta años después, un régimen autoritario tan prolongado y peculiar como la dictadura personal del general Franco. Hemos pretendido que se pudiera hacer una democracia desde arriba, según una tradición tan española como deficiente, sin construir una cultura democrática, sin habituarnos a vivir en una sociedad competitiva, sin echar de menos el debate político auténtico, dejando que los partidos nos conquisten y engatusen con sus dádivas populistas. Esta es la situación general, agravada, sin duda, en aquellas regiones que padecen de partidos nacionalistas, que entregan el voto a los suyos con la sensación de ser más listos que los demás, gentes escasamente agudas que no hemos aprendido todavía quiénes son los nuestros.

Urge acabar con todo eso, y no será fácil hacerlo mientras predomine la prensa adicta, esa que nunca dice nada de lo que pueda perjudicar a sus amos, reverdezca el sectarismo ideológico, la asignatura en la que ZP ha puesto más empeño, y la gente se empeñe en votar a los suyos como si le fuera en ello el alma. La sociedad española necesita una cura de secularización política, un baño de competitividad, pensar un poco más en que no merece la pena seguir negando que el rey esté desnudo. Creo que la responsabilidad histórica del PP, si, como se supone, ganase las próximas elecciones, va a ser realmente extraordinaria. Tendrá que elegir entre perpetuar un estado de cosas que, en el fondo, le perjudica mucho, o asumir un nuevo impulso de competitividad y de liberalización de la sociedad española, empezando por sí mismo, sin repetir, por ejemplo, los congresos a la valenciana, renunciando al ridículo expediente de designar sucesor, abriendo el partido al debate político entre sus militantes, que siguen siendo casi tan diversos entre sí, como lo eran los de la extinta UCD, para poder encontrar las fórmulas más atractivas. Esperar todo esto quizá sea vano, pero una democracia jibarizada es algo profundamente lamentable, y ridículo.

*José Luis González Quirós es analista político

La lectura del excelente libro de Juan Francisco Fuentes, Biografía política de Adolfo Suárez, tiene la virtud de trasladarnos a unos años trepidantes en que cada semana, a veces cada día, nos asaltaba una noticia inquietante, una convulsión, una escaramuza inesperada, porque la transición y los gobiernos de la UCD fueron pródigos en novedades desasosegantes. Se vivía en la trepidación de una democracia recién inaugurada y pensábamos que bien podíamos pasar por todo aquello a cambio de la libertad, de una libertad sin ira ni miedo. Todos recordamos sobradamente el tramo final de ese período, la dimisión del presidente, el 23F, cuyo aniversario no se debiera celebrar con tanto regocijo, y, casi inmediatamente, el triunfo resonante del PSOE y la humillante derrota electoral de una UCD que paso de casi la mayoría a quedarse en dos Diputados.

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