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La política y los muertos vivientes
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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La política y los muertos vivientes

El cine nos ha acostumbrado a la idea de que hay muertos que se creen vivos y cuya relación con el mundo real es asaz problemática.

El cine nos ha acostumbrado a la idea de que hay muertos que se creen vivos y cuya relación con el mundo real es asaz problemática. Visto lo que nos está pasando, hay que considerar que ese tipo de cine es de carácter político, porque apenas es imaginable que el barullo organizado en torno a los ciertos millones de Bárcenas, y las inciertas anotaciones que se le atribuyen, pudiera haberse organizado sin la activa participación de unos cuantos cadáveres ambulantes, y no precisamente con papeles secundarios. El pasado sábado, Rajoy perdió la oportunidad de superar esta crisis al ofrecer un recital enteramente desprovisto de ambición, un intento de evitar la tomatada acogiéndose a un libreto bastante vodevilesco, una historia de honra ofendida, declaraciones de valor sin hechos que lo avalen y promesas absurdas e imposibles de cumplir.

Si en lugar de ello hubiese reconocido lo obvio, puesto que no hay duda de que alguien ha amasado unos millones de indigna procedencia mientras ocupaba un despacho noble cerca del suyo, y hubiese dicho: “Desgraciadamente, se ha abusado de mi confianza, y, por ello, dimito como presidente del PP para que una comisión gestora aclare de manera absolutamente libre y radical lo que haya podido ocurrir a mis espaldas. Me concentraré en mis tareas como presidente del Gobierno, y allí permaneceré seguro de que el grupo parlamentario me prestará su apoyo hasta que la nueva dirección del PP disponga lo que fuere en relación con la continuidad de la legislatura”, habría evitado cualquier sospecha sobre una complicidad de fondo con la corrupción, habría apostado por la democracia, por la libertad, por el PP y por el bien de España. Es lo que tiene la política, que en ocasiones hay que jugarse el tipo sin esperar a que todo lo borre el apaciguamiento y el hastío.

No se trata de examinar la contabilidad del PP, sino de cambiar de arriba abajo a una dirección que, como mínimo, ha protegido durante demasiado tiempo a alguien que ha arramplado 20 millonesPor el contrario, al optar, el sábado y en días sucesivos, por la doble estrategia de asegurar que nada de lo que se dice tiene que ver con su persona, y que todo se puede reducir a una campaña contraria al PP, ha escogido una línea de defensa manifiestamente frágil, ha actuado como alguien que no se toma en serio las realidades molestas, justo lo que hacen esos personajes de ficción falsamente vivos que se tambalean con la mirada perdida como si el mundo a su alrededor no existiese. Ha optado por agacharse en lugar de atreverse a conquistar un terreno abierto y seguro, el de la defensa de la libertad, la decencia y la estabilidad de la democracia para poder seguir presidiendo un Gobierno con capacidad para responder a los problemas de los españoles, sin tener que estar en permanente disculpa. 

Como guinda, Rajoy ha decidido comprender lo mal que lo está pasando doña Ana Mato, en lugar de fijarse en lo horriblemente que se deben sentir quienes han votado al PP, partido que todavía preside, pensando que la formación podía servir para resolver los problemas de España. Al actuar de modo tan escasamente gallardo, Rajoy ha puesto en riesgo una legislatura que debiera servir para la rectificación de políticas muy erradas, que es lo que han votado millones de españoles. No tiene ningún sentido, por tanto, que se pidan elecciones anticipadas, mientras que urge una limpieza a fondo del PP y un Congreso Extraordinario. Se ha creado una situación que, como país viejo que somos, sabremos superar, aunque no podrá hacerse si el presidente del Gobierno pretende seguir simulando un ataque rival en lugar de reconocer y atajar una enfermedad propia, por más que sea epidemia, si se sigue refugiando en su fuero como podría hacerlo un Carrero o un Arias Navarro, pero no un líder democrático.

No basta que Rajoy pretenda enseñarnos su declaración de la renta: no queremos verla, no se nos puede tomar por tontos. Ludwig Wittgenstein parodió en cierta ocasión la idea de verificación asegurando que sería como si alguien bajase a la calle a comprar un periódico para comprobar que el ejemplar del mismo diario previamente comprado decía la verdad. No se trata de examinar la contabilidad del PP, sino de cambiar de arriba abajo a una dirección que, como mínimo, ha protegido durante demasiado tiempo a alguien que ha arramplado 20 millones de euros, exigir que se juzgue al anterior tesorero y que se deje de prestar amparo a mujeres despistadas que no saben cómo se las gasta el marido con los regalos. En el colmo de la patochada, algunos han pretendido defender al PP con la cómica excusa de que son policías de Rubalcaba los que inculpan a Mato, lo que no es flojo argumento teniendo en cuenta que Rajoy y sus ministros llevan más de un año al frente del Gobierno, al parecer sin enterarse tampoco ahí de cómo se las gastan sus subordinados. A Rajoy apenas le quedan oportunidades de salvarse y de salvarnos, pero no todo está perdido, es la hora de que sus militantes, y, muy singularmente, el Grupo Parlamentario del congreso, decidan rescatar al PP del estercolero y restaurar la dignidad de la democracia misma.

El cine nos ha acostumbrado a la idea de que hay muertos que se creen vivos y cuya relación con el mundo real es asaz problemática. Visto lo que nos está pasando, hay que considerar que ese tipo de cine es de carácter político, porque apenas es imaginable que el barullo organizado en torno a los ciertos millones de Bárcenas, y las inciertas anotaciones que se le atribuyen, pudiera haberse organizado sin la activa participación de unos cuantos cadáveres ambulantes, y no precisamente con papeles secundarios. El pasado sábado, Rajoy perdió la oportunidad de superar esta crisis al ofrecer un recital enteramente desprovisto de ambición, un intento de evitar la tomatada acogiéndose a un libreto bastante vodevilesco, una historia de honra ofendida, declaraciones de valor sin hechos que lo avalen y promesas absurdas e imposibles de cumplir.