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El arte del disimulo
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El arte del disimulo

En su Republica literaria defendió Saavedra Fajardo una idea que puede sorprender por su innegable actualidad: “Todo el estudio de los políticos se empeña

En su Republica literaria defendió Saavedra Fajardo una idea que puede sorprender por su innegable actualidad: “Todo el estudio de los políticos se empeña en cubrirle el rostro a la mentira y que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazar los designios”.

Rajoy llama a la calma, y al silencio

La extraña mezcla de pasividad y sectarismo que justifica la perruna fidelidad de muchos votantes permite fenómenos realmente incomprensibles. Esta semana, el presidente del Gobierno se ha dignado a decir unas palabras sobre un debate que amenazaba con desmandarse. Resulta que hay personajes que no solo entienden que el trato fiscal debería ser razonablemente homogéneo, sino que se han quejado en voz alta de que haya diferentes varas de medir según la Comunidad de que se trate. El ministro de Hacienda ha hecho unas profundas reflexiones acerca de que los virtuosos, los que se han apretado el cinturón, ya tienen en esa apretura su propio premio, mientras que los díscolos puede que merezcan alguna ayudita que los disciplinados no necesitan.

Total, que los barones regionales afectados se habían soltado la lengua y, obligado a resumir por su recio laconismo, Rajoy les ha dicho que “las discusiones públicas no son útiles”. Se trata de una fórmula magistral, pura sabiduría encapsulada. ¿Se imagina alguien a Obama o a frau Merkel, por ejemplo, diciendo con tono solemne que no conviene discutir sus políticas? Algunas formas de discreción pueden ser muy útiles para comprar bancos en Florida, pero están enteramente de más en democracia, donde el debate público no es malo, sino un ingrediente esencial del sistema. Aquí basta con decir que el adversario es peor, eso sí, todos al tiempo.

La política, profesión segura

Un imperdonable descuido ha hecho posible que el señor Blesa haya dormido una noche en el desangelado lecho de una cárcel cualquiera. Parece, en efecto, cosa de la pereza el que los responsables de las Cajas de Ahorros, designados por y entre los políticos, se hayan visto privados de la prudente protección del aforo. Visto lo que algunos han hecho seguramente habrían preferido una ampliación del censo de aforados, que según información reciente de este periódico ascienden a 10.000, frente a ninguno de Alemania, para lo que seguramente habrían renunciado gustosos a otras ventajas. Entre unos y otros, sin apenas excepción, partidos y sindicatos han conseguido desprestigiar y hundir a instituciones que, como en el caso de Caja Madrid, habían servido durante dos siglos a los intereses y necesidades de los ciudadanos más modestos. No es pequeño timbre de gloria para quienes gustan presumir de desvelos a causa de nuestro bienestar.

Es más que probable que el caso Blesa acabe en nada, que solo sirva para añadir un sorbo más de amarga decepción a quienes confían en la Justicia sin darse cuenta de que la gestión de las Cajas hay algo peor que un manto piadoso para tapar delitos varios, porque ha sido una muestra especialmente nítida y obscena de lo que los poderosos pueden llegar a hacer cuando nadie, salvo ellos mismos, les controla.

El Ave a Galicia

Que el señor Rajoy sea pontevedrés y que la ministra de Fomento, siendo zamorana de nación, se haya hecho gallega de conveniencia, nada tiene que ver con la circunstancia de que los presupuestos destinados a terminar el Ave a Galicia sean casi los únicos en los que resta alguna partida activa. También es mala pata el que se haya sabido que solo se use uno de cada cinco asientos en los servicios de Ave que se prestan en el interior de Galicia, una innovación de la que podemos sentirnos legítimamente orgullosos, un Ave desconectado del resto de la red de alta velocidad. Hay que aclarar, no obstante, que estos servicios son más rentables, desde luego, que los propiciados por Bono, esos trenes de alta velocidad que unían Toledo con Cuenca y Albacete transportando casi una veintena de viajeros al día. Decía don Antonio Maura que consideraba a los partidos locales como una enfermedad de la política española. Hemos progresado desde entonces, puede bastar una ministra cunera para decidir el dónde y el cuándo de las inversiones estratégicas.

Vidal-Quadras dando la nota

En su Republica literaria defendió Saavedra Fajardo una idea que puede sorprender por su innegable actualidad: “Todo el estudio de los políticos se empeña en cubrirle el rostro a la mentira y que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazar los designios”.