Dramatis Personae
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La leyenda de la ciudad sin ley
Don José Bergamín, siempre paradójico y muy extremoso en política, decía que el valor espera y el miedo va a buscar. La España mínimamente reflexiva vive
Don José Bergamín, siempre paradójico y muy extremoso en política, decía que el valor espera y el miedo va a buscar. La España mínimamente reflexiva vive en vilo, sin resignarse del todo a la pasividad, pero sin determinación precisa para lo que haya que empezar. Es decir que, contra lo que creía Bergamín, no quiere moverse precisamente porque tiene miedo. No es que falten iniciativas, pero no abunda el talento sintético que valoraba Ortega, y cunde el desaliento ante la falta de tino en los pilotos oficiales.
Ingeniería del desastre
Gente tan alejada de la política como puedan ser las peluqueras hablan ya sin remilgos del derrumbe del sistema, se ve que identifican los vicios de la política con la estrechez de las propinas. Los taxistas ya lo advirtieron hace tiempo, y es muy difícil librarse de su dictamen sobre la tormenta perfecta. El día que la radio habló de la subvención a los gin-tonic de sus señorías (noticia que publicó El Confidencial en exclusiva) era imposible salir a la calle sin ser asaltado por la indignación popular, en plan lobo solitario, que es lo último en guerra subversiva. Pues bien, como el público está encalabrinado, empieza a haber una amplia variedad de ofertas a cual más creativa, no será por falta de fórmulas. No es raro, porque en España nunca han escaseado los arbitristas siempre dispuestos a reformar a todos los demás.
El exministro Otero Novas, que hizo la primera de la larga serie de leyes educativas que hemos padecido, ha anunciado la eminencia del desplome y, minuciosamente, se ha dedicado a la ingeniería del recambio, es decir que ha escrito un libro, Recuperar España, con el ánimo de explicarnos lo que habría que hacer un minuto antes del pánico. No es fácil entender las razones para suponer que se hará lo necesario para evitar lo inevitable únicamente cuando ya no haya otro remedio. ¿No podríamos ahorrarnos algunos descalabros? Como Otero es de Vigo no creo que le haya sugerido nada al de Pontevedra.
Reformar es mejor que derrumbar
Aunque hay personajes a los que gustan los estruendos, lo razonable sería empeñarse en arreglar lo que va mal sin esperar a lo irremediable. Pero la gente es devota de lo imposible y cree que no hay nada que hacer. En medio de tanto desaliento se ha puesto en marcha una iniciativa, el Manifiesto por una nueva ley de partidos, para pedir que los partidos se reformen. Los firmantes dicen tener el secreto para ponerle el cascabel al gato, y creo que aciertan, porque los grandes problemas se comienzan a resolver con mínimas reformas. Nuestro mal reside en que solo dos personas, Zapatero y Rajoy, pudieron reformar la Constitución sin apenas despeinarse, para olvidar a continuación lo que aprobaron, como si fueran secesionistas y lo de las leyes les pareciese una monserga, sin responder más que ante Dios y ante la Historia, y en la democracia es bueno que haya controles algo más frecuentes de lo que hacen los que mandan.
El celoso extremeño
Pío Cabanillas, que tenía un genio profético indudable, consagró una espléndida definición del pragmatismo político con aquello de “ganaremos, pero no sabemos quiénes”. No hay otro remedio que reconocer su capacidad para adivinar el comportamiento de quienes ahora gobiernan, mientras el cuerpo aguante. Cabe matizar que los que mandan si saben lo que son, mientras que el desconcierto se ceba entre sus legitimadores.
De todas maneras, en tiempos de tanta escasez como los que corren, tan solo se reparte el déficit, y los barones regionales del PP luchan a dentelladas por el tamaño del bocado, a eso ha quedado reducida España, aun cuando crean combatir duramente a quienes dicen pasar de la patria común. En medio de la refriega ha llegado a saberse que uno de los más aguerridos ha conseguido arrebatar un AVE que andaba raseando sin saber donde posarse. Amarrar el AVE a Extremadura a la vez que se corteja el déficit cero es bastante más difícil que atar moscas por el rabo, pero la escuela política que se adquiere en estas emboscadas es capaz de prodigios semejantes, y aún mayores si fuere menester. Parece que el derecho a decidir quiere tapase difundiendo el derecho a confundir, que es muy prolífico en efectos portentosos.
La ‘confusió’
En Cataluña, patria de las maravillas, vivir sin ley ha dejado de ser leyenda para convertirse en prodigio habitual, en norma. El derecho a decidir no se concede, se ejerce, se practica y se adereza con la confusión, con el derecho a confundir, naturalmente a los demás.
Como cabía esperar, la política de confusión catalana empieza por ser de naturaleza aritmética. Pujol siempre supo que las cuentas son mejores que los cuentos, pero Mas ha descubierto que las cuentas con cuentos son insuperables. Toda la retórica secesionista se basa en una irrefrenable contabilidad creativa, por ejemplo los pensionistas catalanes deberían cobrar anualmente 2.500 millones de euros menos de no existir la caja común de la Seguridad Social, pero el conseller Mas-Colell se las arregla para emboscar el dato, no sea que se enteren los periodistas castellanos, que con los suyos no hay cuidado, porque hasta la televisión del Estado es independentista en Cataluña. Luego vienen a Madrid y se encalabrinan al cruzar la M50, y vuelven para decir que han descubierto en qué se ha empleado lo que les quitan, pero como nadie dice nada siguen decidiendo a solas cuánto les robamos.
Don José Bergamín, siempre paradójico y muy extremoso en política, decía que el valor espera y el miedo va a buscar. La España mínimamente reflexiva vive en vilo, sin resignarse del todo a la pasividad, pero sin determinación precisa para lo que haya que empezar. Es decir que, contra lo que creía Bergamín, no quiere moverse precisamente porque tiene miedo. No es que falten iniciativas, pero no abunda el talento sintético que valoraba Ortega, y cunde el desaliento ante la falta de tino en los pilotos oficiales.