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Si habla mal de España es español
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Si habla mal de España es español

Todos los eslóganes tienen su reverso, y, a veces, los carga el diablo.  Desde la época de Mío Cid, “¡que buen vasallo sería si tuviese buen

Todos los eslóganes tienen su reverso, y, a veces, los carga el diablo.  Desde la época de Mío Cid, “¡que buen vasallo sería si tuviese buen señor!”, la idea que los españoles nos hacemos de nosotros mismos ha oscilado entre el denuesto a nuestros dirigentes y el elogio al paisanaje, y sus contrarios. Ahora estamos en una fase orteguiana: “Aquí lo ha hecho todo el pueblo, y lo que el pueblo no ha podido hacer se ha quedado sin hacer”. Pero los políticos se defienden considerando antipatriotas o antisistema a los que les critican.

Al Gobierno le duran poco los eslóganes

Hay mucho que discutir sobre si el Gobierno está reduciendo el gasto público, pero no hay duda de que está quemando a enorme velocidad los lemas de su política. De la transparencia hemos pasado a la reforma administrativa en horas veinticuatro, como si el primer tema fuera baladí y suscitase un entusiasmo indescriptible en los que tendrían que rendir cuentas, y, ciertamente, no lo hacen. 

Tal vez porque se pueda ahorrar poco con ese procedimiento, la misma Soraya ha presentado su minimacroreforma administrativa, hecha a pulso, con abogados del Estado y sin asesores externos ni compañías de doble nombre & por medio, y con un inconfundible tufo de orgullo funcionarial de los altos cuerpos del Estado: un ejemplo más de que vuelve  la retórica de los siete magníficos con que se presentó la primera, y escasamente exitosa, Alianza Popular. Ya  decía Eugenio D'Ors que lo que no es tradición es plagio.

Evitar duplicidades o hacer números y pensar un poco

Reforma, déficit, deuda. Son tres corceles díscolos y tal vez la amazona encargada de enbridarlos no tenga fuste para tanto. ¿Nos tomamos en serio que el déficit se ha reducido? Más bien parece que se han apretado las cinchas fiscales a riesgo de matar al jaco sin que la recaudación haya compensado el sacrificio, nada placentero ni voluntario, o sea que no ha sido sacrificio sino un martirio. ¿Podremos aguantar indefinidamente con cuatrocientos millones diarios de incremento en la deuda simplemente a base de que baje la prima de riesgo? Ningún banco le daría un duro, cuando los daban, a un cliente que fuese con ese cuento. Lejos de resolverse, nuestros problemas financieros parecen más insostenibles que hace un año, salvo el milagro de que los mercados decidan que nuestra deuda se disolverá al socaire de la cosmética reformista  de Soraya. Pero puede que algún prestamista no acabe de ver claro que cada vez que un viajero se suba al AVE, el gesto cueste tres mil euros, (una división simple entre la suma de los gastos de inversión, mantenimiento y explotación y el número de beneficiarios) y eso que todavía no hemos llegado a Pontevedra. En el AVE, al menos de momento, no hemos triplicado líneas, pero la pregunta que hay que hacerse no es otra que si podemos aguantar indefinidamente lo que los políticos consideran imprescindible pagar a nuestra costa. Poco a poco cada vez son más lo que están en el secreto y ya no creen en que la deuda pueda estirarse indefinidamente, pero cuando eso se convierta en una evidencia universal nos enfrentaremos a una auténtica revolución.

Jueces a todo ritmo

Es muy arriesgado generalizar, pero podría pensarse que los jueces están tentados de resolver por vía penal lo que habría que depurar por vía política

Lo de los jueces no es normal, pero tampoco puede despacharse como una epidemia superficial y pasajera. La situación recuerda no demasiado vagamente a una  larga época italiana de hace décadas que acabó, todo hay que decirlo, consagrando a Berlusconi, y es que en política, como en literatura, con buenos sentimientos se pueden cosechar muy malas añadas. A veces parece como si los jueces hubiesen decidido olvidarse de liebres y perdices, que no es que escaseen, para dedicarse a la caza mayor.

Es muy arriesgado generalizar, pero podría pensarse que los jueces están tentados de resolver por vía penal lo que habría que depurar por vía política, pero, ¡ay! entre los políticos predominan los leguleyos, y no están demasiado dispuestos a que se les arruine el festín haciendo reformas. Es difícil sentir que algo va mal cuando se sacan diez millones de votos, y, sin embargo, no es que algo vaya mal, es que crujen las cuadernas del barco y la tormenta no parece ni pequeña ni pasajera. Los juzgados están repletos de bombas y algunas están claramente fuera de control, de manera que pudiere suceder que la Justicia, que según la Constitución, emana del pueblo, se lleve por delante a algunos mascarones ilustres incluso sin que se hunda del todo el barco, aunque todo esté abierto y cualquier cosas pueda ocurrir.

Un pacto, un paraguas

Aunque sea por una vez, parece que ahora no  podrá decirse aquello de que  “con la grande polvareda perdimos a Don Beltrán”,  porque tanto Rajoy como Rubalcaba han decidido formar una pareja de hecho ante Dios y ante los hombres, si bien no es claro lo que pueda durar. Hace años circulaba un chiste político que decía que la mejor sastra de España era quien de una camisa vieja de su hermano había conseguido hacerse un sostén para toda la vida. No creo que quepa esperar tanta vitalidad de un remedio de afligidos. Pero es obvio que ambos dos le han visto la cara al lobo y se han refugiado en una especie de remedo de la grosse koalition. Parapetados, protegidos, en uso de su indudable legitimidad tratarán de ponerle el cascabel al gato, pero no bastará con la foto, porque los ratones andan muy revueltos.

Todos los eslóganes tienen su reverso, y, a veces, los carga el diablo.  Desde la época de Mío Cid, “¡que buen vasallo sería si tuviese buen señor!”, la idea que los españoles nos hacemos de nosotros mismos ha oscilado entre el denuesto a nuestros dirigentes y el elogio al paisanaje, y sus contrarios. Ahora estamos en una fase orteguiana: “Aquí lo ha hecho todo el pueblo, y lo que el pueblo no ha podido hacer se ha quedado sin hacer”. Pero los políticos se defienden considerando antipatriotas o antisistema a los que les critican.