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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Lo que quieren los españoles

Como estamos en verano, me permitiré empezar por una confidencia: pocas  cosas me producen más desconsuelo que la liviandad común en los políticos de proclamar sin

Como estamos en verano, me permitiré empezar por una confidencia: pocas cosas me producen más desconsuelo que la liviandad común en los políticos de proclamar sin apenas vergüenza que “lo que quieren los españoles” es tal o cual cosa, objetivo que viene a coincidir milimétricamente con lo que estos próceres les preocupa, no sin motivo, con aquello que les separa de su soñado nirvana, con ese mundo en el que ya no exista la política, en que todo quede en sus manos y en las de jueces amigos y de funcionarios complacientes, en el paraíso de los tecnócratas que creen poseer nuestro más íntimo secreto: ser ricos, despreocupados, ignorantes de la diferencia entre lo indigno y lo decente. Así nos ven.

Los españoles no quieren nunca, según ellos, que poseamos una justicia rápida e independiente, que los partidos sean realmente representativos, que los poderes públicos actúen conforme a la ley, que haya una separación de poderes efectiva, que la investigación y la ciencia reciba mejor atención, todo eso son gollerías para nuestros políticos, sueños de inadaptados, de gente peligrosamente ilusa. Ellos son realistas, nos conocen bien y no se engañan sobre nuestra miserable condición, a alguien tienen que parecerse.

Lo esencial es invisible a los ojos

La tierna sentencia de El principito parece muchas veces aplicable a la vida pública española, un teatro en el que el vodevil siempre se acaba imponiendo al drama, aunque el drama sea rotundo, incluso dantesco. En este caliginoso mes de julio nos hemos visto abocados a lidiar con dos temas profundamente desazonadores, un impensable accidente de ferrocarril y un debate parlamentario sobre un asunto bochornoso que a nadie, absolutamente a nadie, deja indiferente, una de esas contadas veces en que la vida política se convierte en tema del que hablan hasta las comadres. Pues bien, tanto en uno como en otro caso, se nos ha escurrido, de momento, lo rotundamente esencial.

El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, la ministra de Fomento, Ana Pastor, y el presidente de Renfe, Julio González Poma. (Efe)Los responsables políticos de Fomento, de Renfe y de Adif, han conseguido camuflarse entre los afectados, ponerse la cara de solidarios y eludir cualquier explicación de fondo sobre lo más dramático, que un vehículo de cerca de 400 toneladas pueda ir lanzado a 250 km. por hora sin que exista garantía técnica de que, en caso de fallo humano, con el que siempre hay que contar, el tren no se desgracie. A ello ha contribuido denodadamente la peculiar manera de dar noticias que por aquí se estila, una incomprensible ceremonia de la confusión en la que a un desgraciado superviviente se le ha hecho desempeñar desde el principio el papel de villano frívolo y sin conciencia. En el debate ha pasado, poco más o menos, lo mismo: palabras, solo palabras. Ya decía don Manuel Azaña que en política palabra y acción son la misma cosa, en este caso, un morboso y persistente magreo con la nada.

El AVE, y el déficit asimétrico

En países de buen sentido las redes de transporte se tienden con criterios racionales, tales como distancias, poblaciones, costos. Aquí, tras el incomprensible AVE a Sevilla, que siempre debiera haber llegado detrás del triángulo entre Madrid, Barcelona y Valencia, todo parece funcionar al grito racial de “homófobo el último”. El auto sacramental, pura “teología política”, para consagrar el “déficit asimétrico” en la financiación autonómica le ha servido, según informa este periódico, al baranda de Extremadura para obtener una línea de AVE, aunque no se ha confirmado si llevará o no ERMTS y, en su caso, suficientes sistemas de frenada, cuando convenga, que seguramente será necesario, visto lo visto.

Convendrán que es una manera muy española de rizar el rizo, financiar el déficit creando uno mayor y escasamente justificable, pero lo primero es lo primero, los votos y el engaño: “¡Extremeños ya tenéis AVE!”, y ”¡Catalanes, mirad como os quiero!”. Lo expresó dramáticamente el gran cronista que fue Manuel Chaves Nogales hablando de la agonía de la Francia que se entregó al nazismo: el único pecado de la democracia es no ser tal democracia.

La estrategia del debate y sus secuelas

La líder de UPyD, Rosa Díez. (Efe)Rosa Díez hizo veinte preguntas, Rubalcaba algunas menos y más retóricas. Ninguna les fue directamente contestada, y esa va a ser la senda del control al Gobierno en los próximos meses, pase lo que pase, que, además, nunca será para mayor sosiego. Otro aviso: lo peor que le hubiera podido pasar al PSOE y a UPyD es que el PP hubiese tenido suficiente fibra moral para asumir como inevitable la renuncia de Rajoy a la presidencia, aunque se sospechaba que eso no iba a ocurrir, así que, para ellos, nunca existió mejor futuro posible que la certeza de que se podrá seguir la pista de una presa que se desangra, tal vez lentamente, pero sin remedio concebible.

Hace ya mucho tiempo que no existe equilibrio posible entre la voluntad de resistencia del poder y las leyes del declive político: el poder quiere construir una realidad a su antojo, pero la realidad siempre ha vencido a la efímera arquitectura de la retórica y el teatro político, incluso en esta barroca España que tiende a confundir de oficio a la mona con sus sedas.

Como estamos en verano, me permitiré empezar por una confidencia: pocas cosas me producen más desconsuelo que la liviandad común en los políticos de proclamar sin apenas vergüenza que “lo que quieren los españoles” es tal o cual cosa, objetivo que viene a coincidir milimétricamente con lo que estos próceres les preocupa, no sin motivo, con aquello que les separa de su soñado nirvana, con ese mundo en el que ya no exista la política, en que todo quede en sus manos y en las de jueces amigos y de funcionarios complacientes, en el paraíso de los tecnócratas que creen poseer nuestro más íntimo secreto: ser ricos, despreocupados, ignorantes de la diferencia entre lo indigno y lo decente. Así nos ven.

Política Rosa Díez