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Las epístolas secretas de Antonio Herrero
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Las epístolas secretas de Antonio Herrero

Si la muerte pisa mi huerto, ¿quién firmará que he fallecido de muerte natural? ¿Quién será ese buen amigo que morirá conmigo, aunque sea un tanto

Si la muerte pisa mi huerto, ¿quién firmará que he fallecido de muerte natural? ¿Quién será ese buen amigo que morirá conmigo, aunque sea un tanto así? Hay amigos que siguen manteniendo eterno el recuerdo de los que se fueron. Ya lo decía Serrat. Es  el caso de un conocido periodista de las ondas que cada vez que viaja a Marbella visita el panteón de su colega Antonio Herrero y le deja una carta en la tumba. Una misiva para ponerle al día de los teje manejes del país.

Marbella fue el canasto y la sepultura de Antonio Herrero, ese periodista que algunos llamaban “la voz  de la libertad”. El pasado día de los difuntos allí reposaban, entre flores, las cartas de los oyentes que siguen nostálgicos de ‘La mañana’. Le dicen en sus misivas que a las siete, cuando estalla el despertador en sus oídos con el ruido de la radio, las ondas son solo eso, ruido, porque la pasión ha dejado paso al servilismo de los amos de los medios.

Entre esas cartas hay una muy especial. La de su amigo, “ese del que ya tampoco retumba su eco en las ondas”. Un marbellí que le acompañó en silencio en su último paseo por la Concha. Ese, que con un crisantemo, el primero de noviembre, le cuenta con valentía las traiciones de todos aquellos que le rodearon.

Dicen que no es casual que José María Aznar afirmase que estaba harto del periodista un día antes de su muerte. “Ya no se puede oír. Las cosas que ha dicho Antonio son intolerables”, dijo Aznar a Luis Herrero y Federico Jiménez Losantos durante una cena en la Moncloa. La fatalidad hizo que al día siguiente el periodista muriera ahogado en las playas de Cabo Pino, en Marbella. Son muchos los que recuerdan a Herrero y por eso algún que otro allegado sigue queriendo poner al día al buceador de lo que se cuece en los fogones de la cantina: los colegas que se vendieron al poder, los que le siguen fieles y hasta los políticos que buscaron en su muerte una excusa para otros menesteres.

Tal vez por lo apasionado que era, incluso debajo de aguas turbulentas, Herrero murió tan joven. En la carta de su amigo no se atisba ninguna duda, ni siquiera después de doce años, a la hora de utilizar los consabidos “sinvergüenzas”, “trincones”, “coge cosas”, “ladrones” o “asesinos”, que tan a menudo pronunciaba Herrero en sus arengas radiofónicas. El amigo, hombre de letra minúscula, deja trazado dentro del sobre amarillento que reposa sobre la lápida un homenaje a la vida y obra del que se fue. Ósculos de crisantemos e ironías de la vida.

Si la muerte pisa mi huerto, ¿quién firmará que he fallecido de muerte natural? ¿Quién será ese buen amigo que morirá conmigo, aunque sea un tanto así? Hay amigos que siguen manteniendo eterno el recuerdo de los que se fueron. Ya lo decía Serrat. Es  el caso de un conocido periodista de las ondas que cada vez que viaja a Marbella visita el panteón de su colega Antonio Herrero y le deja una carta en la tumba. Una misiva para ponerle al día de los teje manejes del país.

José María Aznar Botella Federico Jiménez Losantos