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Rosa Aguilar, la ambición populista de la pasionaria del Cristo Esparraguero
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Rosa Aguilar, la ambición populista de la pasionaria del Cristo Esparraguero

Si el éxito suele ser la meta final de los corredores de fondo, Rosa Aguilar, ministra de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, da el

Si el éxito suele ser la meta final de los corredores de fondo, Rosa Aguilar, ministra de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, da el perfil de quien sigue caminando cuando los demás duermen o, en el peor de los casos, se autodestruyen entre guerras internas animadas por lo que parece el fin de un ciclo. Rosa no tiene color definido, se apoya en el posibilismo, la eficacia y un populismo que va de los cielos a la tierra y penetra sin mojarse en las peores borrascas de los mares revueltos… Aquel que le encomendó el Ministerio que hoy dirige tuvo, al menos por una vez, la gracia del acierto, al margen del resultado que se derive del caso del aceite de oliva, un asunto que, como se sabe, es meramente terrenal.

La primera vez que los cordobeses vieron a su alcaldesa Rosa Aguilar traspuesta de fervor ante la imagen del Cristo conocido popularmente como ‘El Esparraguero’, parecían tener motivos para pensar que la Semana Santa había obrado un milagro en una mujer que acababa de desprenderse del hábito comunista para navegar por las sinuosas aguas de IU. Sin embargo, aquella pose de pasionaria, que se repitió año tras año desde el primero de sus mandatos, era la prueba palpable de la manera de entender el populismo de izquierdas de una política que hoy figura en la hoja de ruta de los futuribles candidatos a sustituir a Griñán, si el PSOE se queda tras el 22 de mayo a las puertas del infierno.

La mejor profecía sobre el futuro político de Rosa Aguilar en las alturas la hizo José Bono cuando era ministro de Defensa. “Rosa Aguilar puede ser ministra en un gobierno socialista…”. Fue en un acto no oficial, pero la idea de Bono, que no suele hablar a tontas y a locas, tenía varias vertientes. De un lado, el hoy presidente del Congreso trataba de neutralizar el posible triunfo que para IU hubiera supuesto convertir a Rosa en la coordinadora nacional de la coalición. Era la alcaldesa “comunista” de una capital, el escaparate más visible de lo que la coalición es capaz de hacer cuando tiene responsabilidades de gobierno. Y el PSOE, según parecía entender un político tan avezado como Bono, no podía dejar escapar un activo que le pudiera restar apoyos por su izquierda.

El anzuelo de José Bono

Bono puso el anzuelo y Rosa se dejó querer hasta el punto de que a partir de entonces abundaron en ella los gestos de rebelión contra el corsé neocomunista de la coalición. De un lado, Aguilar aparentaba querer tirar del carro de IU hacia posiciones menos marginales. Pero, en el fondo, Rosa remaba hacia la orilla del PSOE evidenciando que su lugar cada vez estaba más cerca de este partido y más lejos del magma neocomunista. Se hacían cábalas sobre el ministerio que podía ocupar la alcaldesa, la situaban en Exteriores, Asuntos Sociales… Y Rosa seguía dejándose querer.

En las pasadas elecciones municipales, los comunistas cordobeses le dieron la espalda. No la votaron. Se abstuvieron. Y Rosa tuvo que depender mucho más del PSOE cabalgando a lomos de votos populistas que iban desde la derecha a la izquierda social. No le preocupó. Su capacidad política, su inteligencia natural para el oficio público, hizo que fuera el PSOE quien dependiera de ella.

Cuando José Antonio Griñán, diputado por Córdoba, la llamó para que se hiciera cargo de Obras Públicas en su primer gobierno, Rosa Aguilar se encontró con la oportunidad de dar el salto a la orilla socialista. Sabía que difícilmente podría mantener la Alcaldía. Era el momento de preparar la retirada o embarcarse en la aventura del partido en el poder para garantizarse la supervivencia. Griñán quería fortalecer su flanco izquierdo, evitar que IU en Andalucía aprovechara el desgaste socialista. Y algo similar parecía querer el propio Zapatero cuando le entregó la cartera Medio Ambiente,  Rural y Marino, donde la ministra se bate hoy con Europa por salvar la plusvalía del olivar, haciendo campaña ante los aceituneros altivos de Miguel Hernández, no los proletarios del olivar en este caso sino los propietarios de las fincas.  No hay ideologías cuando se trata del oro líquido.

Devota de ‘El Esparraguero’… y de Sandokán

El perfil populista de Rosa Aguilar limita con la religión y su pasión por ‘El Esparraguero’, con la Iglesia, la que tiene poder, y su excelente relación con el ex presidente de Cajasur, Miguel Castillejo; su habilidad para conseguir que el empresariado vea en ella a una política comprensiva que vela por el desarrollo por encima del sectarismo propio de otra parte de la izquierda, y en esa manera de ser cercana a la gente común que siempre la consideró alguien de los suyos, esa misma gente que empezó a llamarla traidora cuando dejó la Alcaldía para saltar a una consejería sin encomendarse a su electorado.

Sólo hay una nube en este firmamento, la procelosa relación de Rosa con el controvertido empresario Rafael Gómez, Sandokán, con recalificaciones pendientes, presuntos tratos de favor y una amistad nunca desmentida que este joyero trufado de promotor ha aprovechado hasta, despechado ahora, verse obligado a presentar candidatura a la Alcaldía cordobesa para legalizar todo lo que crece en el mapa de las irregularidades.

La pistola de Julio Anguita

El populismo de Rosa es la antítesis de su mentor, Julio Anguita, sobrio y espartano, conservador en su autodisciplina, en su hipervaloración del orden y la seguridad, hasta el punto de llevar una pistola al cinto. Fuera de Córdoba, siempre hubo quienes se extrañaran de que la ciudad de la Mezquita votara a un comunista incluso por mayoría absoluta, y que incluso la derecha le apoyara. Y al margen de las cuentas pendientes con el PSOE de una ciudad como Córdoba, Anguita siempre fue tan conservador como la ciudad que gobernó con tanto acierto. Nadie se extrañó por tanto de que aquel día en el que un ratero asaltó a don Julio en plena calle, sólo pudiera llevarse la pistola que siempre le acompañaba.

Anguita hoy reniega de Rosa, no entiende la incoherencia posibilista de su alumna, y murmura entre dientes lo ingrata que es la historia, él que ha sido profesor de esta asignatura, y con qué facilidad se quiebra el dogma. En cualquier caso, Rosa se sigue dejando querer, evita cualquier gesto que pueda confundirse con la ambición y sigue con su carrera de fondo por el carril central de la pista sin perder de vista a “El Esparraguero”. El más humilde de los cristos cordobeses debe de saber que no hay mejor aliado que la contradicción de los adversarios.

Y hoy, en el PSOE-A, la contradicción y la guerra interna son la moneda común a la que se suma el hundimiento de lo que algunos consideran régimen. Es decir, se dan todas las circunstancias para que alguien quiera entregarle la bandera a quien no pertenece a facciones en liza, tiene un perfil de izquierda, y conserva esa manera de ser populista que a Rosa le permite ser cofrade de la hermandad del pueblo llano.

Si el éxito suele ser la meta final de los corredores de fondo, Rosa Aguilar, ministra de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, da el perfil de quien sigue caminando cuando los demás duermen o, en el peor de los casos, se autodestruyen entre guerras internas animadas por lo que parece el fin de un ciclo. Rosa no tiene color definido, se apoya en el posibilismo, la eficacia y un populismo que va de los cielos a la tierra y penetra sin mojarse en las peores borrascas de los mares revueltos… Aquel que le encomendó el Ministerio que hoy dirige tuvo, al menos por una vez, la gracia del acierto, al margen del resultado que se derive del caso del aceite de oliva, un asunto que, como se sabe, es meramente terrenal.

José Bono Tania Sánchez Julio Anguita