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El mal fario del Ferrari que Agag vendió a su amigo Miguel Blesa
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El mal fario del Ferrari que Agag vendió a su amigo Miguel Blesa

Era un caprichito de prejubilado con posibles. Tras dejar la presidencia de Caja Madrid, no sin antes plantar batalla a Esperanza Aguirre, que pretendía colar en

Era un caprichito de prejubilado con posibles. Tras dejar la presidencia de Caja Madrid, no sin antes plantar batalla a Esperanza Aguirre, que pretendía colar en el cargo a su mozo Ignacio González, el jienense Miguel Blesa tuvo a bien regalarse un coche de muchos caballos. Era el momento oportuno, como quien dice, pues además de estar fuera de los focos de la actualidad se disponía a iniciar una nueva vida sentimental.

Para presumir de deportivo, Blesa tiró de chequera, pero tampoco se gastó el dinero que no tenía. O sea, que se compró un bólido de segunda mano. Al contrario que cualquier vecino de la capital, el expresidente de Caja Madrid evitó el trámite de un concesionario y pudo encontrar en su entorno de amistades alguien que tuviera un Ferrari y quisiera vendérselo. El sueño de conducir un cavallino rampante era una realidad.  

El amigo en cuestión era el controvertido  Alejandro Agag, empresario, inversor, intermediario y sobre todo yerno del expresidente José María Aznar, a su vez amigo de juventud de Miguel Blesa, a quien aupó a la presidencia de Caja Madrid tras su llegada a La Moncloa. Dado el triángulo de relaciones en liza, hablamos de una operación de compraventa sin truco: se trataba de una gestión entre miembros de una misma famiglia.

El flamante Ferrari cambió de manos, para sorpresa de los habituales del entorno de ambos protagonistas. Desde la vuelta a Madrid con toda su familia, Agag había optado por un perfil bajo, con apariciones contadas para hablar de su aventura en la Fórmula 1 de los coches eléctricos, de manera que un quemarruedas como el rojo de Mugello no tenía espacio en su garaje. Era un cochazo demasiado caro para tenerlo parado.

La potencia del flamante auto encajaba a las mil maravillas con la nueva vida del exbanquero. Además, el trato entre amigos había evitó cotilleos, pero el secreto terminó haciéndose público. Tanto, que el dirigente socialista Tomás Gómez aludió a los paseos de Blesa por las calles de la capital al volante de un Ferrari después de que la Comunidad de Madrid rechazara una comisión de investigación sobre la gestión en Caja Madrid.

Un año después, el singular juez Elpidio Silva ha decidido pisar a fondo, independientemente de cómo estén los semáforos judiciales, para llevarse por delante a Blesa, al que ha conseguido meter entre rejas. Los días para fardar de Ferrari tendrán que esperar, si es que antes al togado no le da por embargar bienes o similar para resarcir la pila de millones perdidos en la operación del banco de Miami. Y si no, al tiempo.

Era un caprichito de prejubilado con posibles. Tras dejar la presidencia de Caja Madrid, no sin antes plantar batalla a Esperanza Aguirre, que pretendía colar en el cargo a su mozo Ignacio González, el jienense Miguel Blesa tuvo a bien regalarse un coche de muchos caballos. Era el momento oportuno, como quien dice, pues además de estar fuera de los focos de la actualidad se disponía a iniciar una nueva vida sentimental.

Miguel Blesa