El patio del Congreso
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Sánchez, Rajoy o cómo no ser víctimas de la gestión de sus propias expectativas
Pedro Sánchez debe gobernar con un limitado margen de maniobra que le impide poner en marcha algunas de las medidas que se anuncian
Morir por sus propias expectativas no cumplidas es una de las causas de fallecimiento (político) más habituales. O, al menos, no gestionar bien las expectativas suele ser motivo para frenar carreras o desviar estrategias. Ahora, Pedro Sánchez y su Gobierno, sea el que sea, disfrutan del éxito, pero se enfrentan al riesgo de sus propias expectativas. Que haya impresión de que en poco tiempo y con pocos diputados se pueden hacer determinadas cosas, cuando en realidad las circunstancias hacen imposible de antemano algunas o como mínimo limitan el margen de maniobra. Es lo que tiene subirse en marcha al Gobierno en mitad de una legislatura.
Siempre suele haber quien se encarga de inflar las expectativas ajenas, en su propio beneficio y desde la aparente buena voluntad. Por ejemplo, Podemos ha corrido a decirle al nuevo Gobierno que este mismo viernes debe aprobar medidas trascendentes, como blindar las pensiones y aumentar el permiso de paternidad. Se crean expectativas imposibles de cumplir porque para el partido de Pablo Iglesias será fundamental en el futuro admitir y apuntarse el éxito del cambio que trajo la moción de censura que apoyó el viernes, hacer ver ahora que todo es posible en poco tiempo y, a la vez, denunciar luego que el Gobierno de Sánchez se ha quedado corto y no ha sabido cumplir los objetivos. Que solo Podemos garantiza cumplir las expectativas frustradas del votante de izquierdas.
Y son expectativas imposibles, porque es evidente que si los ministros se incorporan a sus despachos el jueves, no parece exigible que este mismo viernes tomen esas decisiones, que tienen unas exigencias burocráticas y de gestión evidentes. No pueden hacerlo ni este viernes ni los siguientes, que servirán únicamente para completar nombramientos. Sin contar con las posteriores dificultades de mayorías suficientes para sacarlas adelante y las limitaciones presupuestarias, que no desaparecen con la ceremonia de toma de posesión.
Sánchez, además, ha demostrado ya que, sin llegar al nivel de Mariano Rajoy, es de los que ejecutan las decisiones despacio y después de preparar todas las circunstancias. Eso hizo con la moción de censura, dejando para el final el contacto con los demás partidos, y ahora con la formación de Gobierno, esperando hasta el último momento para notificarlo a los interesados. Como para meterle prisa.
Otro ejemplo de resultado negativo de la gestión de las expectativas propias en política es el de Albert Rivera. Hace varias semanas, todas las encuestas le daban por ganador de las elecciones y, por eso, su estrategia era la de mantener a Rajoy a toda costa para que siguiera debilitándose y, mientras, crecer y subirse a la ola del éxito que todos veían. Ha engordado esa expectativa hasta que se le ha ido de las manos y se la ha convertido finalmente en un problema que se le vuelve en contra, porque partidos como el PNV han tomado sus decisiones para impedirlo y el propio Sánchez desea alargar lo posible la legislatura para cerrar el paso a Rivera. Ahora debe recalcular su ruta, porque ha quedado herido grave de éxito futuro.
Algo parecido le pasó a Iglesias en 2016, cuando tenía la expectativa del sorpaso y de poder llegar a La Moncloa. Esa expectativa de éxito, admitida entonces por todos, se volvió en su contra y movilizó a otros. Casi como ocurrió con los independentistas catalanes en diciembre, cuando terminaron por convertir a Inés Arrimadas en la más votada en las autonómicas.
En el caso de Sánchez, las expectativas tienen que ver con el espejismo de percibir que no solo ha cambiado el Gobierno sino que también ha cambiado el Parlamento. Pero no. Sigue sin tener mayoría la izquierda y el grupo del partido de la oposición, por primer vez, es más numeroso que el del Gobierno.
Este lunes, el socialista José Luis Ábalos hablaba, entre otras cosas, de la próxima renovación del Consejo General del Poder Judicial como si ahora ya fuera posible. En realidad, sigue haciendo falta el concurso imprescindible del PP, porque se requieren tres quintos de las dos Cámaras. O la renovación de RTVE, que deben abordar el Congreso y el Senado, no el Gobierno, con riesgo de que el PP se atrinchere en determinadas instituciones. Hay las mismas opciones materiales que antes para dichas renovaciones, con la dificultad sobrevenida de la estrategia de oposición del PP, que apunta a entre dura y muy dura, como en 2004, desempolvando los lemas del "España se rompe", la crispación y la "cesión a los terroristas".
Más ejemplos: la modificación de la llamada ley mordaza o Ley de Seguridad Ciudadana es tan probable o improbable como lo era antes de la moción de censura. El 1 de diciembre de 2016, el PSOE presentó la proposición de ley de reforma y antes lo había hecho el PNV. El trámite está en comisión pendiente de que se refundan los dos textos y se debatan las enmiendas, pero el presidente de la comisión, Rafael Merino (PP), retrasa la ponencia. En principio, solo el PP sostiene que debe mantenerse tal cual, pero el escollo ha sido siempre la diferencia de criterio entre los diferentes partidos, que mantendrán ahora sus posiciones y, obviamente, sus mayorías. En esto también estamos igual que antes de la moción.
Parecido ocurre con otras reformas legales que requieren amplias mayorías y que deben sortear a PP y Ciudadanos y al Senado. Sí podrá el nuevo Gobierno, y no es poco, eludir vetos que presentó el Ejecutivo de Rajoy, aunque se mantiene la limitación presupuestaria. Podrá también levantar en el Congreso las enmiendas que el PP introduzca en el Senado a los Presupuestos, con ayuda de los partidos que le apoyaron en la moción de censura, pero habrá comprobado que el PP mantiene capacidad parlamentaria para hacerle la vida más difícil y que no está para bromas. La propia Presidencia del Congreso, que fija las fechas de los plenos, está en manos de un partido distinto al del Ejecutivo efectivo, por primera vez.
Se dice que Sánchez puede gobernar por decreto, pero este instrumento legal requiere luego convalidaciones que precisan mayoría parlamentaria. Basta recordar los sudores de Rajoy para convalidar el deceto de la estiba. Por cierto, que aquello lo hizo gracias al PDeCAT, hoy tachado de peligrosa compañía por el PP.
Sí puede el nuevo Gobierno cambiar gestos y actitudes. Puede crear un Ministerio de Igualdad, puede presentar una ley de igualdad salarial, puede favorecer gestos de aconfesionalidad, puede ayudar a asociaciones de memoria histórica, puede poner el foco en la desigualdad económica y la pobreza infantil, puede crear el marco de la "transición ecológica de la economía" y puede favorecer el diálogo con la Generalitat y otros partidos. Pero no puede trasladar a los dirigentes independentistas presos a cárceles catalanas sin concurso del juez Pablo Llarena, porque son preventivos. Es difícil también que el nuevo fiscal general (podría ser Pedro Crespo) pueda ordenar a los cuatro fiscales del caso (Consuelo Madrigal, Jaime Moreno, Fidel Cadena y Javier Zaragoza) que dejen de acusar de rebelión.
Y necesita, en todo caso, equilibrar: nombrar al antiindependentista Josep Borrell ministro de Exteriores y recibir a Quim Torra o proponer medidas con gasto y mantener firme el equilibrio presupuestario. Su intención es lograr la transición hacia las próximas generales, lo más tarde posible, frenando lo que hasta hace poco eran expectativas claras de mayoría de centro derecha (PP y Ciudadanos o Ciudadanos y PP).
Mariano Rajoy creará hoy también su propia expectativa ante los dirigentes del PP. Según sus próximos, les ofrecerá un camino según el cual el Gobierno de Sánchez es fruto de pactos con partidos no recomendables, es débil, provisional y vulnerable. Para intentar levantar la moral de la tropa les garantizará que la legislatura acabará pronto y que el PP podrá mantener el relato de ser el único partido que garantiza la unidad de España y la economía. En este caso, se pretende que la expectativa les ayude a superar el duelo, que será largo, y luego evitar las guerras internas y el cobro de facturas políticas atrasadas, que será difícil. En momentos de dolor es muy complicado aceptar el mensaje de la expectativa del éxito futuro. Y él, en todo caso, tendrá que irse en breve.
Morir por sus propias expectativas no cumplidas es una de las causas de fallecimiento (político) más habituales. O, al menos, no gestionar bien las expectativas suele ser motivo para frenar carreras o desviar estrategias. Ahora, Pedro Sánchez y su Gobierno, sea el que sea, disfrutan del éxito, pero se enfrentan al riesgo de sus propias expectativas. Que haya impresión de que en poco tiempo y con pocos diputados se pueden hacer determinadas cosas, cuando en realidad las circunstancias hacen imposible de antemano algunas o como mínimo limitan el margen de maniobra. Es lo que tiene subirse en marcha al Gobierno en mitad de una legislatura.